Y en desvelos dedicados
antes á rezar, ahora
piensa en que quiere, en que adora,
en que es bella y es mujer;
y recuerda la figura
tan gentil de Juan Segundo
y cree que si hay Dios, hay mundo
para ella de placer.
Y se mira a los espejos,
y se adorna lisongera,
y hasta estudia la manera
de sonreír y mirar;
que el amor antes dormido,
que el instinto prisionero
ha surgido y altanero
ahora tiene que mandar.
IV
No sabía el rey vencer
en el arte de luchar;
pero si supo aprender
y era maestro en sitiar
el honor de una mujer.
Alguna vez su valor
cedió en la liza bravía
con mengua y con deshonor;
pero jamás desistía
en las lides del amor.
En esta puso su empeño
y con fingido entusiasmo
de aquel corazón fue dueño.
Lo despertó del marasmo
para sumirlo en un sueño.
Avanzó con ligereza,
pero un grito de nobleza
escuchó claro y distinto;
la mujer tiene el instinto
del honor y la pureza.
Cuando fatuo la creía
completamente engañada
por el amor que mentía,
una elocuente mirada
dio al traste con su osadía.
De tal derrota menguado
vengarse pensó, y osado
estrechó mas el asedio
sin perdonar ningún medio
para su triunfo soñado.
Fraguó un plan todo veneno;
compró á una dueña embustera
con el corazón de cieno,
por haber echado fuera
todo lo que tuvo bueno,
y una noche sepulcral,
cobarde, aleve, venal
callado como traidor,
cruzó el rey el corredor
del Alcázar señorial.
Sumido en densa negrura
con mano serena, suave,
en sagrada cerradura
sigiloso entró una llave
que adquirió en intriga impura.
Y sin que su corazón
creciera en agitación,
con serenidad villana,
ya iba su planta profana
a pisar la habitación.
V
Pero no quiso Dios tamaño crimen.
Estallaron las nubes en el cielo,
horrísonos sil varón aquilones
el rayo fulminó retumbó el trueno
y el globo en colosales sacudidas
puso en zozobra todo el firmamento.
Se desgajó la tierra en hondas simas,
moles de piedra con atroz estrépito
rodaron á granel hechas añicos,
el castillo saltó de sus cimientos,
las olas de los ríos se incendiaron,
cruzó el espacio de terror un eco;
golpes, ayes, gemidos, maldiciones....
se confundieron en fatal concento;
Fantasmas del dolor poblaron tristes
el ámbito caótico, de duelos
y aún en el seno de la asaz tiniebla
se destacaron sus fulgores negros.
Saturaron mefíticos vapores
la atmósfera que ardía. De sus lechos
surgieron maldicientes los difuntos,
furias brillaron en sus ojos secos,
carcajada sarcástica sonaron
al crujir y chocar sus blancos huesos;
y ráuda cual flamígera centella
dominando el horrible desconcierto,
sobrepujando la infernal orquesta
y haciendo retemblar al mundo entero,
se oyó clara, vibrante, insuperable,
como se oye la voz de los recuerdos,
la voz de la justicia que potente
pregonó una sentencia de escarmiento.
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…………………………………………
Todo era ruinas al siguiente día
del terreno, fúnebres trofeos.
Del señorial Alcázar derrumbado
solo quedaba un miserable resto
que atravesando siglos, invariable,
se yergue allí como pasado espectro
¡para que nunca olviden los humanos
aquel Providencial justo decreto!
Rafael López de Haro. Leyendas en
verso, imprenta El Labriego 1898
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