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martes, 4 de febrero de 2025

EL TORREÓN DEL ALCAZAR (II)

 


Y en desvelos dedicados

antes á rezar, ahora

piensa en que quiere, en que adora,

en que es bella y es mujer;

y recuerda la figura

tan gentil de Juan Segundo

y cree que si hay Dios, hay mundo

para ella de placer.

 

Y se mira a los espejos,

y se adorna lisongera,

y hasta estudia la manera

de sonreír y mirar;

que el amor antes dormido,

que el instinto prisionero

ha surgido y altanero

ahora tiene que mandar.

 

IV

No sabía el rey vencer

en el arte de luchar;

pero si supo aprender

y era maestro en sitiar

el honor de una mujer.

 

Alguna vez su valor

cedió en la liza bravía

con mengua y con deshonor;

pero jamás desistía

en las lides del amor.

 

En esta puso su empeño

y con fingido entusiasmo

de aquel corazón fue dueño.

Lo despertó del marasmo

para sumirlo en un sueño.

 

Avanzó con ligereza,

pero un grito de nobleza

escuchó claro y distinto;

la mujer tiene el instinto

del honor y la pureza.

 

Cuando fatuo la creía

completamente engañada

por el amor que mentía,

una elocuente mirada

dio al traste con su osadía.

De tal derrota menguado

vengarse pensó, y osado

estrechó mas el asedio

sin perdonar ningún medio

para su triunfo soñado.

 


Fraguó un plan todo veneno;

compró á una dueña embustera

con el corazón de cieno,

por haber echado fuera

todo lo que tuvo bueno,

y una noche sepulcral,

cobarde, aleve, venal

callado como traidor,

cruzó el rey el corredor

del Alcázar señorial.

 

Sumido en densa negrura

con mano serena, suave,

en sagrada cerradura

sigiloso entró una llave

que adquirió en intriga impura.

 

Y sin que su corazón

creciera en agitación,

con serenidad villana,

ya iba su planta profana

a pisar la habitación.

 

V

Pero no quiso Dios tamaño crimen.

Estallaron las nubes en el cielo,

horrísonos sil varón aquilones

el rayo fulminó retumbó el trueno

y el globo en colosales sacudidas

puso en zozobra todo el firmamento.

Se desgajó la tierra en hondas simas,

moles de piedra con atroz estrépito

rodaron á granel hechas añicos,

el castillo saltó de sus cimientos,

las olas de los ríos se incendiaron,

cruzó el espacio de terror un eco;

golpes, ayes, gemidos, maldiciones....

se confundieron en fatal concento;

Fantasmas del dolor poblaron tristes

el ámbito caótico, de duelos

y aún en el seno de la asaz tiniebla

se destacaron sus fulgores negros.

 

Saturaron mefíticos vapores

la atmósfera que ardía. De sus lechos

surgieron maldicientes los difuntos,

furias brillaron en sus ojos secos,

carcajada sarcástica sonaron

al crujir y chocar sus blancos huesos;

y ráuda cual flamígera centella

dominando el horrible desconcierto,

sobrepujando la infernal orquesta

y haciendo retemblar al mundo entero,

se oyó clara, vibrante, insuperable,

como se oye la voz de los recuerdos,

la voz de la justicia que potente

pregonó una sentencia de escarmiento.

 

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Todo era ruinas al siguiente día

del terreno, fúnebres trofeos.

Del señorial Alcázar derrumbado

solo quedaba un miserable resto

que atravesando siglos, invariable,

se yergue allí como pasado espectro

¡para que nunca olviden los humanos

aquel Providencial justo decreto!

Rafael López de Haro. Leyendas en verso, imprenta  El Labriego 1898




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