Una de las facetas más importantes en sentido sociológico, psicológico o artístico y a la que menos importancia se le ha dado ha sido la de la indumentaria, es decir, la forma de vestirse el pueblo a través de los tiempos, a pesar de ser una de las maneras más importantes con que el mismo se manifiesta de una forma externa, permitiéndonos ver, por su vestimenta, la propia personalidad de cada individuo; en este sentido tiene más importancia que las características físicas de cada uno de ellos, ya que éstas le han sido dadas por la naturaleza y, por el contrario, el traje, se lo adorna y confecciona cada uno a su gusto.
Hoy en día cuando hablamos del Traje Tradicional, nos referimos al último de los variados trajes que, a través de los tiempos, se pusieron nuestros mayores, el cual no tiene una antigüedad superior a los dos siglos. Aunque existen prendas con una mayor antigüedad, la mayoría de ellas empezaron a usarse a finales del siglo XVII, más en los siglos XVIII y XIX cuando el traje que conocemos por tradicional toma carácter.
A lo largo de los años, e incluso de la
vida, el ser humano necesita ser partícipe de su sociedad y de su cultura.
Participa en todas aquellas fiestas y celebraciones en las que puede.
Nacimientos, bautizos, bodas, e incluso ha participado en otras que el tiempo
se ha encargado de borrar, como es el caso de los Quintos. Pero es en las fiestas
patronales
donde la inmensa mayoría de los habitantes de una misma localidad participa, ya sea de una forma o de otra. Es allí donde, de forma totalmente consciente, se lucen las mejores galas. Como se decía allá por el siglo XIX, se desempolvan aquellos baúles y arcones con un mismo fi n, el de poder lucir en la plaza del pueblo lo mejor de sus labores textiles.
Inconscientemente, cuando hablamos del
traje tradicional lo hacemos refiriéndonos más al de la mujer que al del
hombre. Ello es debido a que el primero ha sido siempre más variado, rico y
ostentoso que el segundo. Sin embargo, esto no quiere decir que el hombre no
vistiese bien. Éste se preocupaba enormemente de aquello que le diese realce en
la calle. Sobre esto se contaba de la ropa un refrán. Cuando la ropa hablaba
decía a su amo: “Cuídame en la casa que yo te honraré en la plaza.
La diferencia de indumentaria utilizada en las faenas del campo y domésticas de la que podía ser utilizada y que lucían, tanto hombres como mujeres, en las fiestas del pueblo eran completamente distintas. Ya entonces existía una gran rivalidad entre los habitantes de un mismo pueblo a la hora de vestir. Las telas solían ser mucho más ricas y las piezas se adornaban con mucha profusión. No sólo en la provincia de Ciudad Real solía suceder tal hecho, en toda la geografía española se daba este fenómeno. También había que distinguir entre prendas de verano y de invierno.
Diferencias climáticas
La diferencia de los trajes utilizados en
verano con los usados en invierno estaba en el grosor de las telas utilizadas y
en el número de prendas que podía vestir un mismo individuo. En nuestra
provincia se ha dado el caso de utilizar, en épocas de frío invierno, hasta
cuatro y cinco refajos confeccionados en lana, además de la sobrefalda de color
negro o marrón carmelita. Esto condicionaba la forma de andar y de bailar del
individuo como más adelante veremos.
Si lo comparamos con la actualidad, la
gente de una misma localidad no viste igual cuando va a trabajar que cuando
celebra una boda, un bautizo, etc. Es cierto que ahora el mercado es mucho más
amplio y todos podemos vestir de una misma forma, independientemente de la zona
geográfica en la que nos encontremos. Esto ha sido producto de la globalización.
Trajes y bailes
La indumentaria de aquella época, como apuntábamos anteriormente, condicionaba la forma de bailar en la plaza del pueblo. Por ejemplo, las mujeres, al no usar sujetador, solían bailar con los brazos pegados al cuerpo para que los movimientos rápidos y saltados no dieran que hablar. En las vueltas rápidas de los bailes también sujetaban su refajo con las manos para no dejar ver sus intimidades. No olvidemos que también las señoras de aquella época tenían un pecho pronunciado, el cual disimulaban ciñendo a su torso un mantón de Manila o pañoleta. Las mujeres de la provincia vistieron siempre dibujando con su torso un triángulo invertido. Las faldas, refajos, sobrefaldas y enaguas eran amplias. También los mandiles. En su cintura ceñían al máximo el mantón o pañoleta, y en la parte superior solían dejar más amplia la ropa. Por eso tiene una forma triangular. El vértice, en este caso, estaría formado por la cintura.
Viaje en el tiempo
Por un momento vamos a viajar en el tiempo
y nos vamos a adentrar en la plaza de cualquier localidad ciudarrealeña, un día
de fiesta, y a principios del siglo XIX. Allí vemos cómo bailan los mozos y
mozas del pueblo al son de las guitarras y bandurrias. Alguna más lanzada se
atreve incluso a tocar las castañuelas. Así van vestidos:
Antonio Luengo Ruiz. Lanza
Semanario de la Mancha. Viernes 31 de enero de 2020



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