La creación en Ciudad Real del Obispado-Priorato de las cuatro Órdenes Militares, de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, según disponía la bula Ad Apostolicam que el papa Pío IX había firmado en Roma el 18 de noviembre de 1875, constituyó, sin duda, un acontecimiento que los ciudarrealeños bien informados supieron valorar de inmediato. Y ello, no tanto por las razones históricas y de administración eclesiástica que la había justificado, sino por cuanto comprendían que el nuevo Obispado-Priorato habría de contribuir de una manera eficaz y directa al engrandecimiento moral y material de sus diocesanos (1).
Pues bien, semanas antes de que el doctor don Victoriano Guisasola Rodríguez, primer obispo-prior, hiciera su entrada oficial en Ciudad Real, el Ayuntamiento de esta capital, que solemnizaría aquella entrada con un brillante programa de recepción (2), se reunía en sesión especial el 28 de mayo de 1877. En dicha sesión, presidida por su alcalde, don Eduardo Messía de la Cerda (3), el deán de la iglesia prioral, cuyo Cabildo acababa de constituirse, don Joaquín Martín Lunas, tras un «breve y elocuente discurso», entregó al señor Messía de la Cerda una bula que «el inmortal Pío Nono» dirigía al pueblo de Ciudad Real con motivo del establecimiento del Obispado-Priorato (4). En consecuencia, el Ilustre Ayuntamiento (5), «agradecido a tan singular beneficio», y para «perpetuar la memoria» de tan «fausto» como «grandioso» suceso, acordó por unanimidad lo siguiente:
«Que se encargue un cuadro al óleo que contenga
las armas de la Ciudad y los atributos del Episcopado y las cruces de las cuatro
órdenes militares, consignándose en el lado derecho el contesto [sic] de la
bula [mencionada], tal como se halla escrito, y en el lado izquierdo su versión
al castellano; cuyo cuadro se colocará en el Salón en que celebra sus Sesiones
la Corporación, archivándose la bula original» (6).
Tras este acuerdo, el Ayuntamiento se dio un plazo —largo plazo por cuanto duró más de un año— para encontrar la persona que pudiera llevarlo a cabo. Y es que la ejecución de un cuadro que cumpliera con las condiciones impuestas planteaba algunos problemas formales, a los que se unían otros de carácter histórico. Dando por de contado el gran tamaño que exigiría aquella pintura, ¿cómo reproducir artísticamente en ella el contexto bilingüe —en latín y en castellano— de aquellas letras apostólicas remitidas por el pontífice al Municipio? ¿Correspondían al prior de las Órdenes Militares los atributos episcopales que distinguían a los obispos residenciales, siendo aquél titular de una diócesis —solamente nominal— «in partibus infideliun»? Y, ¿cuál era el blasón municipal de Ciudad Real?
Centrando nuestro interés en esta última cuestión, conviene saber que, por más que parezca mentira, en 1877 aún no se había «fijado», ni por la tradición ni de oficio, aquel blasón. Por ello, coexistían entonces varias versiones del mismo. Dichas versiones son coincidentes en la figura que ocupa su centro: el rey don Alfonso X el Sabio, fundador de la población, sentado en su trono, y armado; pero se diferencian por el marco en que esa figura aparece, porque, mientras en unos casos lo hace entre las torres que cargan sobre una bordura, en otros se coloca bajo un arco sillar sobre columnas —a veces, también con un árbol, ciprés o pino, a cada lado del trono—, o, bajo ese mismo arco, dentro de un recinto amurallado hexagonal.
Isidoro Villalobos Racionero. Revista “Hidalguía”,
Núm. 350 Marzo-Abril 2000
(1) Para conocer en detalle la génesis, desarrollo y evolución del Obispado- Priorato exento vere et proprie nullius dioecesis de las Órdenes Militares, cuyos límites geográficos coinciden con los de la provincia de Ciudad Real, consúltese: JIMENO, J.; HIGUERUELA, L.; CORCHADO, M.: Cien años del Obispado Priorato de las Órdenes Militares. Avance para la historia. Ciudad Real, IEM, 1977.
(2) Don Victoriano Guisasola Rodríguez, que había
tomado posesión de la diócesis prioral por poderes en mayo de 1877, hizo su
entrada el domingo 17 de junio. El Ayuntamiento ciudarrealeño no escatimó
medios para que esa entrada en la sede estuviera a la altura de tan señalada
efeméride. Merece, pues, la pena conocer, si quiera sea por esta larga nota, el
programa de recepción que la Corporación municipal había acordado en sesión
ordinaria de 31 de mayo y que nos consta (v.: JARA, Fr. Joaquín de la: Historia
de la imagen de Nuestra Señora del Prado… Ciudad Real, 1880; Libro tercero,
cap. XIII, pp. 408-11) se cumplió rigurosamente.
«Programa. Día 17. Un repique general de
campanas y disparos de voladores y petardos harán conocer la salida de Madrid
de su Ilustrísima.
Una Comisión de este Iltre. Cabildo esperará en
la estación de Alcázar, límite de la Diócesis, la llegada de su digno Prelado,
y otra de este Municipio lo hará en Manzanares.
Las Corporaciones Municipales civiles y
militares, así como los particulares, recibirán a su Ilustrísima en la
estación, desde donde se dirigirá la comitiva a la Puerta de Ciruela, en la que
habrá un altar, y esperarán a su Excelencia Ilustrísima el Cabildo y clero de
la Ciudad. Vestido de capa magna el Excmo. e Ilmo. Prelado continuará
procesionalmente con todo el acompañamiento por la calle Ciruela, plazuela del
Pilar, calle de los Arcos [actualmente del General Aguilera], hasta la plaza de
la Constitución [o Plaza Mayor]. Frente al atrio de las Casas Consistoriales se
levantará un bonito templete de ramaje, con alegorías y guirnaldas, bajo el cual
estará colocado el altar donde se revestirá el Sr. Obispo de Pontifical; en el mismo
sitio una Comisión del Ayuntamiento y cinco niños, lujosamente vestidos, ofrecerán
a su Ilustrísima una magnífica mitra costeada de fondos municipales.
Desde este sitio se dirigirá la comitiva a la
Catedral donde se cantará un solemne Tedeum.
Por la noche, lucirá una preciosa iluminación
en los jardines del Prado y en la fachada y torre de la Catedral, así como en
las Casas Consistoriales, Gobierno de la provincia y otros edificios. A las
nueve de la misma se quemarán en la plazuela frente a la Casa Vicaría [hoy, muy
ampliada, plaza de la Constitución, que provisionalmente ocupará su
Ilustrísima, vistosos fuegos artificiales, amenizando este acto una charanga de
la guarnición.
Día 18. A la misma hora que la noche anterior,
grandes disparos de voladores, salvas de cañón y otras señales de regocijo
indicarán que se da principio a los fuegos artificiales preparados en la plaza
de la Constitución, entre los que sobresalen un soberbio [sic] templete de gran
elevación y bonitos trasparentes, dirigidos por el hábil pirotécnico Ildefonso
Aparicio.
Día 19. Será destinado por este Municipio para
dar limosnas domicilarias a las familias verdaderamente necesitadas y a los
conventos de Religiosas de esta Ciudad». (Cfr.: ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE
CIUDAD REAL (AHMCR): Actas. 1877, 31 de mayo; f. 65-67).
Los gastos ocasionados al Municipio por esta espectacular recepción a monseñor Guisasola ascendieron a 3.237 pesetas con 75 céntimos (Cfr.: AHMCR: Actas. 1877, 23 de agosto; f. 109 r/v).
(3) Don Eduardo Messía de la Cerda había recibido
el bastón de mando, o vara de alcalde, de manos de su predecesor don Federico
García Laguna el 1 de marzo del año referenciado (Cfr.: AHMCR: Actas. 1877, 1
de marzo; f. 18-20). Contaba ya don Eduardo con experiencia en la gestión
municipal, porque había sido alcalde-presidente del Ayuntamiento ciudarrealeño
en 1871 y 1872.
(4) Este valioso documento ha desaparecido del
Archivo Histórico Municipal en que se ordenó quedar guardado.
(5) «Ilustre» es el tratamiento que tenía
oficialmente reconocido el Ayuntamiento de Ciudad Real antes de que por R. D.
de 10 de junio de 1879 el rey don Alfonso XII le concediera el de «Excelencia»
(Cfr.: AHMCR: Actas. 1879, 26 de junio; f. 60). A partir de entonces pasó a
titularse «Excelentísimo Ayuntamiento». Dicho título siguió a la visita que el
citado monarca efectuó a Ciudad Real el 3 de febrero del aquel año con motivo
de la inauguración de la línea directa de ferrocarril con Madrid.
(6) Cfr.: AHMCR: Actas. 1877, 28 de mayo; f. 64.
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