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domingo, 5 de noviembre de 2023

INTERESANTE ALBALÁ DE JUAN II DE CASTILLA

 



Si la minoría del rey castellano Juan II fue de las relativamente tranquilas, cuando al cumplir los catorce años era declarado mayor de edad (1419) empezaron los enconos y rivalidades que habrían de durar todo su infeliz reinado. Era el rey más aficionado a la literatura y a las diversiones espectaculares de la decadente caballería que a los asuntos de gobierno. Todo lo dejó en manos de su favorito el Condestable don Álvaro de Luna, dueño de la débil voluntad del monarca hasta extremos de nunca conocida privanza. Los nobles envidiosos, los infantes aragoneses cuñados del rey, la misma reina doña María y a veces hasta el propio hijo Enrique, príncipe de Asturias, intrigaban, conspiraban, y se rebelaban abiertamente contra el abúlico monarca y su omnímodo favorito.

En aquella ocasión el problema estaba tan agudizado que Juan II hubo de llamar en su auxilio a las huestes y mesnadas de las ciudades, villas y pueblos que le eran adictos. Lo expresa así al comienzo de su albalá, documento conservado en el archivo de Ciudad Real, cuando dice: "... obe de dar e di mi carta de llamamiento para que todos los fijos de algo de Ciudad Real que me vinieren a servir en los fechos presentes por razón de la entrada que el rey don Juan de Navarra fizo en míos regnos...". Efectivamente, sólo de Ciudad Real acudieron más de cuarenta caballeros, que se enumeran y relacionan puntualmente en tan interesante documento.

y se dió la batalla de Olmedo e1 29 de mayo de 1445. Por una parte lucharon el rey de Castilla, su favorito don Álvaro de Luna, el hijo -futuro Enrique IV-, por entonces bien avenido con su padre, los condes de Haro y de Alba, don Iñigo López de Mendoza, don Lope Barrientos y las mesnadas castellanas, entre las que vemos a los hidalgos de Ciudad Real, ya trocada su “villa” en "ciudad" unos años antes por el mismo Juan II y por un motivo análogo. En el bando contrario figuraba como caudillo el rey Juan de Navarra, el infante don Enrique, hermano de la reina doña María, el almirante don Fadrique, el conde de Benavente, el de Castro y Pedro de Quiñones, entre los más destacados de la díscola nobleza.



Resultó vencedor Juan II de Castilla, mientras su homónimo el navarro se retiraba precipitadamente a sus Estados y su aliado, el infante de Aragón don Enrique moriría días después en Calatayud a consecuencia de las heridas. Y el favorito don Álvaro de Luna recobraría una vez más su antiguo ascendiente y hasta impondría al rey un segundo matrimonio con Isabel de Portugal (madre de la futura Isabel la Católica), que luego sería causante de su ruina porque nada había tan mudable y veleidoso como el capricho de aquellos reyes y reinas.

Los vecinos de Ciudad Real, concluida la victoriosa batalla, piden a Juan II licencia, para retirarse a sus lares. Y el rey les dice en su albalá: '''...E por quanto vos los sobredichos e cada uno de vosotros me suplicasteis e pedisteis por merced que pues yo había habido victoria e vencimiento como dicho es que me suplícades e pediades merced que vos quísiere dar licencia para que vos pudieredes partir e ir a vuestras casas. E yo obelo por bien e es mí merced de le vos dar por este rny albalá firmado de mi nombre fecha treinta y uno de mayo año del nacimiento de nuestro Señor Jesuchristo de mil quatrocientos e quarenta y cinco años. Yo el Rey".

Tal fue la batalla de Olmedo y la participación de la reducida hueste de Ciudad Real, en aquella. jornada, una más entre las muchas que dividían y han dividido secularmente a los españoles.

Antón de Villarreal. Diario “Lanza”, sección “Efemérides Manchegas”, domingo 31 de mayo de 1970



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