Buscar este blog

jueves, 16 de octubre de 2014

DE CÓMO UNA MONJA CARMELITA QUISO CAMBIAR DE ORDEN



D. Antonio Galiana Bermúdez, Caballero del hábito de la Orden Militar de Montesa, natural y vecino de esta ciudad, hombre muy poderoso, hizo solicitud a la ciudad para que le vendiesen la casa del hospitalillo de San Andrés, donde habitaban los párrocos de Sta. María y San Tiago. El hospital tenía su localización en el sitio que hoy ocupan el Convento y la Iglesia del Monasterio de Religiosas Carmelitas Descalzas de San Antonio Abad. La fachada la tenía a la mitad de la plazoleta, viniendo línea recta con la calle de Pedrera. La Ciudad le concedió su pretensión y con sus haberes compró el piadoso señor Galiana, el dicho hospitalillo. Le demolió y en su terreno hizo el Convento para Monjas de Montesa dejándolas heredades para su subsistencia. Estas Señoras, enteradas de que con los caudales asignados por el fundador, no podían sostenerse con el esplendor que exigía su  Orden Militar desde luego, desistieron de fundar y ocupar el Convento.

Enterado el General de los Carmelitas hace su pretensión a la Ciudad que si admiten Religiosas del Carmen, inmediatamente pondrá Comunidad de monjas descalzas que ocupen el Convento. Fueron admitidas y la Prelada fue discípula de Sta. Teresa y su nombre, la Madre San Bartolomé. Esta fundación se hizo por los años de 1580.

La iglesia se hizo después del Convento, por un devoto de Santa Teresa que le ofreció cuanto dinero fuese necesario para hacer un templo a las Religiosas de su Orden. El General de los Carmelitas lo llegó a entender y preguntado quien era el devoto de esa oferta, resultó ser el Tesorero General de la Madre del Sr. D. Felipe III, el señor Guevara. Este lo ofreció si la Santa le sacaba con bien de cierta desavenencia con el Ministro. Se le dio aviso que las Monjas de Ciudad Real se hallaban sin iglesia. Le sacó Santa Teresa, con toda felicidad, de su grande apuro y le hizo la iglesia que hoy existe, en el año 1603. El crucero tiene, de ancho, 16 varas, con media naranja, sin linterna. Toda la iglesia tiene, de largo, 35 varas.

Según Delgado Merchán, lo que se hizo a principios de siglo XVII fue terminar el Convento, y la iglesia no se levantó hasta el reinado de Carlos II con los bienes de Don Juan de Benavente, es decir, sesenta y tantos años después y por otro señor. En verdad, si lo consignado en el párrafo precedente no fuese cierto, bien merecía serlo por la belleza que encierra su composición.

El día 7 de septiembre de 1803, a las once y media, cuando vio que ya era hora de que la comunidad podía estar recogida y vencida de sueño, dispuso la Madre Paula, religiosa Carmelita de esta Ciudad Real, salir de su celda y dirigirse a una escalera en donde se hallaba la ventana de una guardilla que está inmediata al alero del tejado que da al patio del Claustro. Sale de la guardilla, con inminente peligro de caer al patio; se dirige, gateando por el tejado, línea recta a donde estaban los cordeles de las campanas, y sobre la corriente del tejado que cae a la calle del Carmen, con mucho peligro de caer, tira del cordel de la campana mayor y le hace un nudo escurrizo; lo tira al palo del rodillo que está a cinco varas de donde estaba de pies (es muy difícil esta operación); entra el nudo del cordel por el palo; lo afianza bien con el nudo escurrizo, y tiene la preocupación de poner las badanas del breviario en el cordel para no encenderse las manos con el cañamo. Se ase al cordel, que como estaba pendiente del palo no podía  tocar la campana; baja a la calle por el cordel, junto a la puerta de la iglesia que está en la calle Carmen; se dirige a la Plaza, y pregunta a unos meloneros por donde se va al Convento de San Francisco. Los meloneros se lo dicen y se sorprenden de ver un espectáculo de aquella clase a esas horas.


Llego a San Francisco y había gente esperando abriesen la iglesia. Preguntóles donde estaba Santo Domingo y le dicen suba la calle la Palma y en entrando a una calle ancha, en medio de ella, verá la puerta del Compás. Llega a la puerta, la ve cerrada y espera que habrá el P. sacristán, Fray Joaquín Sánchez Palomo. Cuando abrió se quedó helado y le dice:

-         Madre:  ¿qué es esto? ¿Qué es lo que Vd. ha hecho. ¡Jesús! ¿Qué es lo que Vd. quiere?
-         Ver al Padre Prior.

Al avisarle inmediatamente se viste el P. Prior, que era el Lector Bustamante, bajo reconvino a la monja, se la llevó al Camarín de Nuestra Señora del Rosario y le dieron chocolate. Contó lo que había ejecutado para su salida y quedaron aturdidos al considerar y ver el peligro de haber fenecido en el escalamiento. Le dijo la monja como le había llamado la tarde antes para confesarse y que, como no había parecido iba a confesarse, pero en manera alguna quería ir a su convento y su voluntad era ir a las Dominicas.

El confesor trató de persuadirla de la necesidad de volver a su Convento. Resiste fuertemente la madre pero las reconvenciones del Prior la convencen al fin y la llevó a su Monasterio. Al llegar al torno el P. Bustamante dijo:

-         Diga a la Priora abra la puerta Reglar, que le traigo una monja.

Abrieron entró y la encerraron. Estuvo en encierro hasta  1809 que la comunidad desalojo el Convento por la revolución de los franceses. La M. Luisa y la M. Paula quedaron en el Convento. Habitaba, quien nos lo cuenta, la casa que se halla frente de su portería. Con este motivo tuvo en su casa a la M. Paula… y experimentamos tenia manías de no tener juicio. Decía mil disparates.

El Vicario D. Juan Alonso de Gándara cuando supo el lance de la monja, dijo que el Prior procedió muy de ligero, que en tal caso debía haberle dado aviso, el Tribunal tomado conocimiento, tomada declaración a la monja, de sus resultas, hubiese dado las providencias que estimase justas.

Así termino la historia de la intrépida y aventurera Madre Paula.

Julián Alonso Rodríguez
Publicado en el diario “Lanza”, nº 1746, año VI, página 3, el 9 de diciembre de 1948


No hay comentarios:

Publicar un comentario