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martes, 28 de agosto de 2018

LA FERIA DE SIEMPRE (I)



Hay quien dice que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque creo que en el tema que nos ocupa, la Feria y fiestas, lo más acertado sería decir que la historia común de los ciudadrealeños y de Ciudad Real debe ser conocida por todos para mantener y preservar en el futuro una tradición compartida. ¿Sabían ustedes que en Ciudad Real también hubo encierros taurinos, aunque no programados como en Pamplona, que salían trenes especiales desde Alcázar o Manzanares para venir a la Feria de la capital, o que había exhibiciones de vuelo? Curiosidades que, aparte de dibujar una sonrisa en los rostros de muchos, es un legado que todos debemos compartir con las jóvenes y futuras generaciones para dejar constancia de las raíces de nuestro pueblo. En este reportaje nos asomamos a la historia de nuestra Feria, a la Feria de siempre, ayudados por grandes conocedores y estudiosos de la misma.

En origen, la Feria y fiestas de Ciudad Real proceden de dos celebraciones distintas como era la feria anual de ganado y el mercado en paralelo, y las fiestas en honor a la patrona, Nuestra Señora la Virgen del Prado, diferentes pero que siempre han ido unidas en el calendario, como esta Revista ya ha mencionado en reportajes sobre la Feria en años precedentes. El apunte histórico a este respecto refiere que ante la alarmante despoblación de Ciudad Real por la emigración al continente americano y la expulsión morisca se decidió unificar la festividad del Prado con la muestra de ganado, esta última cada vez más en auge, revitalizando así la población. En esta última nos detendremos, en la Feria de ganado, en su mercado y otros actos populares, con permiso de nuestra querida patrona.

Antiguamente, en Ciudad Real se celebraban dos mercados: uno de carácter semanal, que en principio tenía lugar los martes y que más tarde se trasladó a los sábados; y otro de carácter anual o extraordinario que coincidía con la feria de ganado. Gracias a ese mercado, ubicado al principio en la calle Feria y alrededores, posteriormente en la plaza Mayor, los agricultores, ganaderos y vecinos en general podían proveerse de los materiales necesarios para el resto del año. Como cuenta el escritor Rafael Cantero: “Era la ocasión para poder llevar a cabo las compras importantes de todo el año, aperos de labranza, ajuar doméstico y otros productos que escaseaban en la ciudad ya que no había un comercio especializado ni un bazar en la esquina de casa, ni tampoco tenían la suerte, la oportunidad ni la facilidad de viajar como ahora”.


La disposición de los puestos de este mercado era como sigue: en la calle María Cristina y portales de la Casa Consistorial (donde hoy está el reloj carillón) se colocaban las tiendas de comercio, los puestos de juguetes, y los de garbanzos tostados, alfajores y turrones; en la plaza Mayor era la zona de la quincalla, cristal, loza, calderería y frutas; la elaboración de buñuelos se hacía en la Casa del Peso (actual Ayuntamiento); los carros de panaderos se disponían en la calle Cuchillería y las hortalizas en los arcos viejos de la plaza. Comenzado el siglo XX se iba extendiendo esta feria comercial por la calle de Mercado Viejo y zona del Prado, y en la plaza de Cervantes se instalaron columpios, caballitos y otras atracciones.

En la Plaza del Pilar tuvo su origen la Feria de Ganado, un ‘escaparate’ de ganadería lanar, porcino, caballería, etc., dispuesta durante los ‘tres días de cuerda’ (del 15 al 17 de agosto) en la que se verificaban las transacciones de los animales. Que el germen de la Feria haya sido una muestra de ganado no es algo exclusivo de Ciudad Real, la propia Feria de Abril de Sevilla empezó siendo eso, una feria de ganado con casetas hechas por los propios feriantes para comer, dormir y realizar la venta que ahora son las casetas donde se baila, se come y se divierten miles de personas.

En 1868 el Ayuntamiento establecía lo siguiente: “Todas las caballerías que se destinen a la venta se colocarán al otro lado del puente del Pilar y calle de Alarcos, y donde termine dicha cuerda la ganadería de cerda”. Para darle mayor empuje y atraer a mayor número de tratantes y labradores, el Ayuntamiento capitalino convocó incluso premios a los mejores lotes de ganado. A comienzos del siglo XX esa feria se desplaza a la explanada del cuartel de la Misericordia (hoy rectorado de la Universidad de Castilla-La Mancha) y en 1914 en las cercanías de la Granja Agrícola motivados por la búsqueda de fuentes para abrevar a las ganaderías. Más tarde, la mecanización de la agricultura y el transporte de ganado provocan la desaparición progresiva de los animales de tiro para el campo y, por consiguiente, de la feria de ganado. Como bien dice Rafael Cantero: “Toda esa vida ensayada durante siglos se va transformando aunque permanece en la historia”.

Las corridas de toros.- Ciudad Real no fue ajena a la gran afición en España a las corridas de toros, que gustaban tanto a nobles como a clases trabajadoras, además de que sus festejos taurinos gozaban de fama en los alrededores. Era el acto profano más importante de la Feria. Para ello salían trenes especiales desde Alcázar de San Juan o Manzanares aunque también partían trenes de Ciudad Real para no perderse otras ferias como la de Almagro.


Hasta que se inaugura el coso actual, en 1844, los festejos taurinos denominados ‘funciones de toros’ se hacían en la plaza Mayor los días 15 y 16 de agosto en honor a la Virgen del Prado y a San Roque (en agradecimiento por su intercesión durante la peste). Su celebración se anunciaba al amanecer con lanzamiento de pólvora y a media mañana tenía lugar el encierro de los toros, “algo muy habitual en ese tiempo en cualquier sitio que tuviese toros en sus fiestas, pero que en nuestro caso no ha evolucionado como Pamplona”, comenta Cantero. Estos encierros no eran un festejo programado como ahora no lo es el apartado, encajonamiento, selección de lotes y sorteo de animales, pero al que acuden y acudían cientos de personas.

En un principio los corrales se instalaron en unos solares de la calle del Carmen y los astados bajaban por ahí hasta la calle Caballeros entrando a la plaza Mayor por el pasaje Alcor; luego se cerró el pasaje de la Merced para este mismo cometido, “iban acompañados de mozos que incitaban a las reses para que corriesen hasta los toriles junto a la plaza, también había corredores y otras gentes que no quitaban ojo para comentar lo que había pasado en la corrida de la tarde”. Dos anécdotas, la calle Caballeros se llamaba anteriormente Correrías por estos encierros, y el pasaje de San Isidro se conocía como de las Carnicerías porque ahí se vendía la carne de los toros de lidia, explica nuestro escritor de cabecera.

Más espacio para el baile, el gran añorado.- En 1916 se traslada el mercado y los puestos de la plaza Mayor y aledaños al parque de Gasset, recientemente inaugurado siendo el alcalde de Ciudad Real Don José Cruz Prado. Los puestos se alineaban en los largos paseos de tierra comenzando a la derecha por los ‘turroneros’, casetas de tiro al blanco y tómbolas; a la izquierda se colocaban puestos varios de cerámica, sartenes, cacerolas, lebrillos, tinajas, botijos, etc., salpicados por puestos de helados y refrescos mientras que al final del parque se montaban los carruseles, columpios, barcas, caballitos y otras atracciones de moda en la época.

El programa de feria se completaba con concursos literarios, teatro, o sesiones de cinematógrafo, exhibiciones de aviación y vuelos de globo aerostático en los años 20. Actividades éstas últimas que eran muy innovadoras y algunas suponemos que de mucho coste para las arcas municipales. Curioso era el horario de algunos de los festejos, como los conciertos de música a las 8 de la mañana, “en ese tiempo no había suministro eléctrico general y había que aprovechar la luz natural del día y evitar las horas de canícula”, afirma Cantero.

La gran novedad del nuevo recinto fue la aparición posterior de grandes bailes al aire libre con afamadas orquestas y artistas nacionales e internacionales de primer orden en tres escenarios que surgieron de forma progresiva: primero en la Fuente Talaverana, seguidamente en la Pista Municipal y posteriormente los bailes de la Ferroviaria. La fama y el prestigio de los bailes de gala de la Talaverana corrieron como la pólvora por la provincia, “eran más que unos bailes, era el acontecimiento social del año, con las parejas elegantemente vestidas hasta el punto de que algunas personas se apostaban en el trayecto del Pilar al Gasset para disfrutar de este “vistoso desfile de modelos” cual hoy sería cualquier alfombra roja de actrices o celebrities.



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