En la puerta a la estación del A.V.E, nos encontramos dos esculturas, que pasan desapercibidas a los miles de viajeros que pasan por la misma. Una se titula “Pieza de Aire”, del año 1992 de Eduardo Lastres. Artista que estudió Arquitectura y Bellas Artes en Sevilla. Durante unos años se centró en la cerámica, en la que lo introduce Adrián Carrillo, lo que le llevó a viajar a Italia para ampliar conocimientos en el Instituto "Gaetano Ballardini" de Faenza. Su primera exposición individual se produjo en Alicante en 1971. Es profesor de cerámica en la Escuela de Artes Aplicadas de Orihuela desde 1977.
Hacia finales de los años ochenta, empezó a detectarse en la obra de Eduardo Lastres una preocupación geométrica en el diseño de sus piezas que respondía, sin duda, al desarrollo apuntado anteriormente (estoy pensando en algunos de sus trabajos zoomórficos de comienzos de la década) acerca de la manera en que las estructuras se despliegan en el espacio. En ese diseño mental de las obras se advertía una equilibrada tensión, física y formal, en los recursos, para establecer una relación de lo estructural, lo simbólico y lo técnico.
La otra escultura lleva el nombre de “Toltec IX”, del año 1988, del artista Pablo Palazuelo, que estudió Arquitectura en Madrid y en el Royal Institute of British Architects de Oxford. En 1939 decidió dedicarse exclusivamente a la pintura. De 1948 a 1969 residió en París, donde en 1955 se produjo su primera exposición individual. Posee el premio Kandinsky (1952) y el premio Carnegie (1958). A partir del año 1979 comenzó una mayor dedicación a la escultura. En 1982 le fue concedida la Medalla de Oro de las Bellas Artes.
Mis esculturas", señala Palazuelo, "son un desarrollo de mi trabajo sobre el espacio, trasladado de las dos a las tres dimensiones. Es cierto que el espacio es la bestia contra la que luchamos los artistas. La superficie sobre la que trabajamos, lienzo, acero cortén u hoja de papel, no es un espacio plano, sino un espacio en abismo". Aludía con esta definición el escultor al carácter hermético del espacio, considerado como un contenedor de otros espacios, que se superponen en innumerables envolturas transparentes. El artista, pese a su insistencia en profundizar en ese abismo, sólo alcanzaría hasta un determinado punto, limitado como se halla por su conocimiento. Esa visión de Palazuelo entronca directamente con su pasión por las matemáticas y el esoterismo, donde el Número ha aparecido siempre como el motor de la Naturaleza y sus transformaciones. Su visión, empero, de lo geométrico ha sido tremendamente viva, en consonancia con la consideración dinámica de una materia que se expresa siempre geométrica y numéricamente.
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