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lunes, 22 de marzo de 2021

EL MISTERIO DEL ENCUENTRO CUMPLE SETENTA Y CINCO AÑOS

 



El misterio del Encuentro de Jesús en la calle de la Amargura con su Santísima Madre, titular de la Cofradía del Encuentro, cumple en el presente año el setenta y cinco aniversario de su tallado y llegada a Ciudad Real. Esta se produjo el Lunes Santo 15 de abril de 1946, proveniente de Valencia.

El misterio fue encargado por el párroco de San Pedro, Emiliano Morales Rivera, en 1945 a los escultores valencianos José María Rausell Montañana y Francisco Lloréns Ferrer, que tenían su taller en la Plaza del Pintor Pinazo, 1 en Valencia, por un importe de 32.000 ptas. que fueron pagadas por la Asociación de Cofradías de Semana Santa. Se trata de un grupo escultórico formado por cuatro imágenes de madera tallada y policromada, estando las vestimentas de las mismas decoradas con ricos adornos dorados y cincelados a mano. Aparte de las imágenes de Jesús y la Virgen, el misterio se completa con las de María Magdalena y un soldado romano que camina tras Jesús con la lanza en la mano.

Se manifiesta en este misterio una cierta influencia de la escuela andaluza, en especial de Juan Martínez Montañés. El equilibrio y serenidad de las imágenes, los rostros clásicos, el modelado perfecto, la minuciosa técnica de los pliegues y la capacidad para producir emoción, son algunos de los elementos característicos que dejan una gran impronta en Rausell y Lloréns, en menor sintonía con la escuela castellana caracterizada por un mayor patetismo y dramatismo, aunque también podemos ver su impronta en el acartonamiento de las vestiduras. El movimiento de las figuras se despliega con total naturalidad; los rostros dotados de su característica nariz perfilada y el mentón acusado, advierte la profunda espiritualidad y el sentido religioso de estos autores. Los ojos de las imágenes son de cristal.

La policromía y decoración de las imágenes la realizó el pintor de imágenes Juan Castellanos, excelente policromador que tenía una estrecha colaboración con Rausell, quien vigilaba los procesos.




Si nos fijamos en la estética de las imágenes, a primera vista nuestra atención capta la dulzura y belleza de la expresión de la Virgen en actitud apenada, y de la Magdalena arrodillada ante el Señor; en contraposición al soldado romano cuyos rasgos faciales son satirizados y toscos. Efecto de máxima teatralidad en cuanto a las poses de las figuras, sensación de dinamismo y movimiento, resaltado por la caída de los pliegues de las vestiduras, destacando por otro lado la serenidad, candor y plenitud que Cristo intenta simular ante el encuentro con su Madre quien intenta auxiliarle en la medida de lo posible. Esto parece indicarnos que el protagonista central, o séase Cristo, padece un mayor sufrimiento por el dolor de la humanidad, reflejado en los rostros de dichas mujeres, que por el propio peso de la cruz.

La imagen de Cristo no se trata de un Cristo sufriente ni dramático sino más bien de un ser divino idealizado y de limpias y bellas facciones ya que no sólo es un ser humano, reflejado en la escasa y fina apreciación de su sangre, sino que también es Hijo de Dios mostrando su doble naturaleza, humana y divina, simultáneamente. No sujeta la Cruz, de perfiles completamente regulares y geométricos rematados con cantoneras doradas en sus extremidades, sino que la abraza en una pose de fortaleza con una pierna hacia delante y rodilla reflexionada sobre un terreno abrupto. La riqueza decorativa de su indumentaria realza su papel como Hijo de Dios, todo ello acentuado por las potencias en metal plateado que porta sobre su cabeza. El policromador retoma los preceptos estéticos del Barroco como podemos ver en la túnica del Señor, resaltada por los estofados, filigranas doradas que adquieren formas vegetales y florales.




Similares características ofrece la imagen de la Virgen María refiriéndonos a la riqueza decorativa que brindan los dorados de su túnica y manto, que realzan su papel como Madre de Dios y Reina de los Cielos, esta última también manifestada por el color azulado de su manto. Su vestimenta es a la manera clásica asemejándose a las emperatrices romanas. Sobre su cabeza posee un aro de Santidad decorado con estrellas, también en metal plateado, que alude a las doce estrellas citadas en el Apocalipsis de San Juan. El tono dulce y juvenil de su rostro, de rasgos clásicos, le aporta una idealizada belleza y la escasa apreciación de sus cabellos corresponde al decoro contrarreformista, además de hacer alusión a su carácter de pureza. La actitud de la Virgen es dolorosa y sufriente, muy especialmente en este caso debido a que el encuentro con su Hijo camino del Calvario corresponde a uno de sus siete Dolores. Su pose se aproxima en cierta medida a la Virgen orante, de brazos semiextendidos y manos abiertas, típica imagen conocida sobre todo a raíz del Barroco con las Dolorosas de Salzillo. La mirada la dirige hacia su Hijo a quien intenta mostrar un sentimiento de auxilio y amparo.

La imagen de María Magdalena muestra una actitud desolada y de un mayor dramatismo. Destaca por su vestimenta de una mayor austeridad en comparación con las demás imágenes. Su manto de color pardo y su cabello suelto aluden a la mujer terrenal convirtiéndose en uno de sus rasgos distintivos a lo largo de toda la iconografía artística. Su pose muestra una actitud de lealtad y respeto hacia el Señor, manifestándolo al estar semiarrodillada y con las manos entrelazadas, mostrándose a su vez atónita ante el suceso.

Por último, el legionario romano es una figura singular debido a su ya mencionado rostro satirizado, elemento característico anteriormente empleado en la pintura flamenca, hecho que se puede explicar al tratarse de un personaje malvado dentro de esta puesta en escena. Se trata de un rasgo identificatorio que ha sido repetido múltiples veces por autores como Salzillo, Gregorio Fernández, etc. La maldad siempre se vinculará a la fealdad, el horror, lo desagradable…, como símbolo del mal. Muestra una actitud desaprensiva y violenta, se sitúa tras el Señor en ese camino del Calvario y porta una lanza en su mano derecha con un gesto amenazador y de enorme temeridad. Su vestimenta, una vez más, corresponde con el atuendo militar clásico: se compone de túnica bajo la coraza, capa de púrpura, lleva una espada envainada a la altura de la cintura y porta casco sobre su cabeza(1).




Todo este misterio va sobre un paso de estilo renacentista sin canastilla, lleva respiraderos tallados por el valenciano Francisco Hurtado en 1946, con el emblema de la hermandad en sus cuatro caras. Su primera salida fue el Viernes Santo 19 de abril de 1946, realizándole los carpinteros ferroviarios unas andas para poder ser llevado a un hombro por fuera. Un año después, en 1947, se le pusieron ruedas, reestructurando todo el paso los ajustadores ferroviarios dirigidos por Rafael del Campo, Ortiz y Monescillo.

En el año 1949 se doraron los respiraderos en pan de oro por un importe de 6.800 ptas. y en lugar de los cuatro maceteros pequeños que decoraban el paso se añadieron cuatro ánforas por un importe de 3.500 ptas., también talladas en madera y doradas que llevan alrededor un baquetón dorado para unir la parte superior de la talla con las andas, por un importe de 900 ptas. Completan el paso faldones de terciopelo morado confeccionados en el año 2002 que supusieron un desembolso de 70.000 ptas., sobre los que van ocho gallardetes en damasco, enriquecida su terminación con fleco dorado.

Desde la traída a nuestra ciudad de este misterio en 1946 recibió culto en la Parroquia de San Pedro, hasta 1970 cuando con motivo de las obras de restauración de la misma tuvo que abandonarla y no volvió nunca más a entrar, tan sólo para la procesión del Viernes Santo. Después de la Parroquia de San Pedro, el paso fue depositado en los hangares de la antigua estación de ferrocarril, donde sufrió destrozos a manos de unos desaprensivos en 1982. Desde el año 1992 se encuentra ubicado en el guardapasos, menos la imagen del Cristo que se encuentra en la Residencia de Ancianos del Santo Ángel.

(1)La descripción de todas las imágenes del misterio corresponde a Rubén del Amo López, en su trabajo «Descripción histórico-artística del paso del Encuentro», en Ciudad Real Cofrade 2008,Pág. 158-160.



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