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sábado, 13 de agosto de 2022

LA MUJER DE LA PROMESA

 



El negro estrellado de la noche, se desteñía, con livideces de amatista mientras una campana de la Catedral, por encima de la cristalina frescura del Prado, tocaba a “misa de alba” el día 15 de agosto.

La mujer de la promesa comenzó mucho antes del recorrido por el contorno del paseo, y mediado iba su empeño. Sus rodillas, desolladas, araban, despaciosas, dos trazos, paralelos, en la áspera arena y partecillas de polvo se amasaban y pintaban de rojo. La confortaba; desviaba con los pies, los chinatos, gordos del camino; la sujetaba, de vez en cuando, una mocica guapa y sana. La mujer desfallecía pero serena, testadura, sudorosa, firme, seguía, de rodillas, su doloroso camino.

El rosario, negro, se escurría, resobado entre los dedos, calloso de una mano de la mujer de la promesa. La otra mano soldábasa con chorretones de cera, en muñón horrendo, con la vela encendida. A la mortecina luz de la candela, con el pañuelo anudado bajo la barba, la mujer semejaba una talla dura, morena, trágica, impresionante, que esculpiera Juan de Juni.

Hoyados fueron los cuatro paseos en cuadro, del Prado, y desgarradas las rodillas. La penitente, llegaba a las puertas del templo. En la maciza masa humana, que llenaba la amplia nave, se abrió una grieta para que la mujer dolorida, siguiera arrastrando sus pesadumbres. Al llegar al pie del Altar, el sacerdote levantaba la Hostia. La vela se consumía estirando y acortando rítmica, su pajiza llama. Pajizo, de angustias y trasudores, el rostro de la mujer se escaldaba con lágrimas serenas y limpias, y sudor frío. Aun aguantó, de rodillas, hasta acabar la misa, y más.

Ya estaba casi vacía la Catedral, cuando, la mocica, trabajosamente, ayudó a levantarse a la mujer un buen rato, sentada, junto a Altar, siguió rezando; llorando; mirando con fijeza de enajenada a la Imagen brillante y risueña.

 



A sus pies quedaban de cuerpo presente los anhelos, los sufrimientos, las inquietudes, los pesares traídos a cuestas y de rodillas, por la mujer promesa. Lloraba más que al recorrer el camino y no, ciertamente, a causa del dolor, físico sufrido. Era de alegría – la alegría también llora--, de maceración finada, y prometida, ¿cuándo? Quizá, cuando el hijo se malhirió en la faena. Tal vez, por la mocica viaticada y sanada. O por “su hombre” perlético. ¿El pedrisco, asolador? ¿Las garras de la usura? Lo difícil; lo imposible; lo entrañable, tronchado y milagrosamente remediado. ¡La fe te salve!

Confortada, reanimada en pie se puso la mujer de la promesa. En la vasta nave, se esfumaron, en vaho invisible, con la paz, presente, las penas, las penas pasadas.

La promesa, cumplida; la oración, suave, la lágrima, huidiza; el calor de la vela, consumida; el agua evaporada de la matica de albahaca, huertana en ténues gasas violadas, rosas, azules, blancas debían cristalizar, para colgar las entre cabezas y brazos, de cera, y cuadros, de ingenuo y emotivo dibujo, en las paredes de la subida al Camarín de la Virgen.

Cuando tú, yo, ¡quién fuera!, subiríamos, un poco indiferentes, las gradas del Camarín, el viento, al pasar por el cristal roto, del ventanal, las haría flamear, como se desfleca el humo, cotidiano, del hogar, nuestro, frente al azul, celeste, y tu, yo, ¡quién fuera! encontraríamos en las livianas hojas de ese libro, colgante y flamante el mejor punto de meditaciones de serenidad, de abnegación, de paz de bondad.

* * * * *

El Prado, soleado, huele a polvo; a hierba regada; a calor; a “día de la Virgen” cuando la mujer, doliente, de la promesa cumplida, y la mocica, confortadora, guapa y sana, salen de la Catedral, lentamente, el 15 de agosto.

Reparad: ¡Que hermosas van!


Julián Alonso Rodríguez. Diario Lanza, martes el 14 de agosto de 1951

 


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