3. La asonada femenina de 1780
El fervor de los ciudadrealeños hacía Nuestra Señora Santa María del Prado fue en auge en los tiempos modernos. Testimonio innegable de su ascendiente local y comarcal fue el notable incremento de donaciones y limosnas a su imagen, así como el extraordinario número de exvotos de cera y pinturas de milagros que abarrotaban su camarín, suscitando la envidia del resto de las iglesias urbanas, más vinculadas a fervores medievales ahora en crisis. Además, en su sede canónica homónima radicaba la Cofradía de Nuestra Señora del Prado, en pleno auge y agregada por el Papa Clemente VIII al colegio de San Bernardo de Roma, gozando de ricas ofrendas venidas incluso de Indias (21). Así, por ejemplo, cuando en una fecha cercana para nuestro estudio como 1750 un acaudalado almagreño encargase en Barcelona un nuevo estandarte bordado para dicha hermandad, se dice que de forma prodigiosa se reprodujo una mancha que tenía la talla original y que él desconocía. Ésta y otras leyendas azuzaron aún más la devoción popular hacia la imagen fundacional de la ciudad, hasta el punto que, en un cabildo municipal de junio del 1763, los ediles acordaron que el 25 de mayo de cada año se festejara con toda solemnidad la aparición de Nuestra Señora del Prado, como patrona, fundadora y restauradora de las dos Castillas (22). La talla original ocupaba un lugar central en el retablo mayor, obra del genial artista Giraldo de Merlo pero costeada con la generosa aportación de Juan de Villaseca, secretario de don Luis de Velasco, marqués de Salinas y virrey de Nueva España.
Sin embargo, parece evidente que la morada
de la santa patrona no estaba a la altura de las circunstancias. En 1531, su
templo fue reedificado para adecuarlo a una población en pleno proceso de
recuperación demográfica, reforzándose su estructura mediado el siglo XVII.
Precisamente a fines de dicha centuria se construyó la escalera del camarín de
la Virgen, gracias a las aportaciones de don Felipe Muñoz, Contador de la Real
Hacienda (23). Lo cierto fue
que el terremoto de Lisboa de 1755 dañó seriamente la parte alta de la torre
principal de la iglesia, lo que determinó que en 1780 las autoridades
eclesiásticas decidieron acometer algunos reparos. No obstante, entrados en
harina, los peritos juzgaron oportuno demoler esa parte del templo, requiriendo
el dictamen del maestro de obras del Arzobispado de Toledo, Eugenio López
Durango. Semanas después, se cierra la iglesia al culto, se suspende el
tránsito de carruajes por los alrededores y se desaloja a los vecinos de los
edificios colindantes. De tal manera que el cabildo del 22 de septiembre de
1780 acuerda demoler la torre de la iglesia, tras atender los dictámenes del
maestro de obras del arzobispado y el de Ciudad Real, Antonio Arias.
Por fin, el día de San Miguel, media hora antes de la medianoche, y a casi a hurtadillas, se traslada la imagen de la patrona y el Santo Sacramento a la vecina parroquia de Santiago, con asistencia tanto de las autoridades religiosas (el párroco y su teniente) como de las civiles (el corregidor y los alcaldes ordinarios), acompañando a la comitiva gran cantidad de gente. Las crónicas cuentan que rompieron a llorar bastantes mujeres cuando la Virgen abandonaba su casa, aunque no hubo que lamentar mayores incidentes. La cizaña se había sembrado.
No obstante, el 12 de octubre siguiente, un grupo de cinco mujeres se entrevistaban con el corregidor don Francisco Toral de Almarza (24) para suplicarle, sin éxito, que hiciese retornar al altar mayor a la santa patrona. Aunque el gobernante de Ciudad Real rechazó esta petición descabellada, desde luego no pasó por alto las amenazas proferidas durante la reunión, ya que advirtió al alguacil mayor y al escribano del ayuntamiento que previesen movimientos de descontento. A pesar de todo, la ronda nocturna acreditó ese mismo día que las calles seguían tranquilas.
Sin embargo, una asonada popular se estaba gestando. La líder de las descontentas era una tal Teresa Matas, a quien se califica de arrabalera con «un genio altibo, mujer común y de pasta díscola» (25). Lo cierto fue que no paró en barras, de modo que no se arredró ante el desplante del corregidor e intentará recabar el apoyo del hombre más poderoso de Ciudad Real: don Álvaro Muñoz de Teruel (26). Así sabemos que le trató de convencer para devolviese la imagen a Nuestra Señora del Prado, aduciendo que al llevarse las imágenes de su parroquia vivían como herejes, faltas de pasto espiritual para sus almas.
Ante semejantes tejemanejes, don Juan Pérez Obregón, procurador síndico por el estado noble, comentó al campanero de la iglesia de Santiago que había una trama para asesinarle, robarle las llaves del templo y devolver a la Virgen del Prado a su camarín. En esas estaban cuando Teresa Matas solicita protección a Juan Pérez para evitar la cárcel. Sin embargo, el propio procurador síndico estaba entre la espada y la pared, desde el mismo instante que en cabildo manifestó que el traslado de la patrona era un asunto de la ciudad y no de corregidor, despertando los recelos del juez real.
En este ambiente turbio entra otro
prohombre urbano en escena: don José Dávalos, brigadier de carabineros. Parece
que, por entonces, visitó al corregidor para manifestarle su intranquilidad, al
comprobar que se arremolinaban corrillos por los mentideros y que pelotones de
mujeres merodeaban por las calles a son de motín. Alarmado, el corregidor
decide actuar de manera cautelar, ordenando al alguacil mayor que, acompañado
con una partida de soldados y el escribano concejil, prendiera a Juan Pérez y
lo confinase en el consistorio. Asimismo, debería arrestar a las tres mujeres
líderes de los desasosiegos, con el fin de descabezar la algarada antes que
llegase la sangre al río.
A todo esto, se producen algunos altercados entre los parroquianos de Nuestra Señora del Prado y Santiago, apedreándose puertas y ventanas, evitando que hubiese mayores alteraciones del orden público la mediación de algunos prestigiosos caballeros lugareños (27). Esa misma noche se dispuso que estuviesen alerta los carabineros alojados en la ciudad; pero como quiera que a las once de la noche no se reprodujeran los alborotos, se relajó la vigilancia, aunque la ronda no retornó hasta las tres de la madrugada. En todo caso, el párroco del Prado hubo que andar por entonces con pies de plomo, toda vez que la noche anterior unos desconocidos quisieron asaltar su casa y al día siguiente pretendieron engañarle para que abandonase su morada con la excusa de que un moribundo solicitaba la extremaunción.
Es más, a la mañana siguiente aparecen un par de pasquines, fijados con obleas, en la puerta del cura y en la del maestro de obras de la parroquia de Nuestra Señora del Prado, en donde se acusa a este último de abandonar la conducción de agua potable a la ciudad (28), quedando el vecindario burlado, en tanto que el maestro hidráulico Antonio Ferretial Caracciolo es acusado de desfalcar al ayuntamiento. De inmediato, el procurador síndico Juan Pérez Obregón es confinado en el ayuntamiento. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el representante de los nobles lugareños apela al Consejo de Castilla, esgrimiendo que en los últimos 14 años había sido elegido cinco veces diputado del común y dos años procurador síndico, habiendo denunciado, entre otros excesos, la demora en la obra de las fuentes de la ciudad. A pesar de su pataleta, durante un par de semanas estuvo fuera de la circulación, permaneciendo sin testificar, a modo de ejemplo o escarmienta.
Antes de un mes, el 4 de noviembre de 1780 y a la vista del proceso evacuado a Madrid, el Fiscal del Real Consejo consideró injustificado el traslado de la patrona de Ciudad Real escoltada con tropa y a altas horas de la noche. También exculpó al síndico encausado de todos los cargos fulminados, dictaminando que fuese liberado sin costas, de paso que se encargaba al corregidor que celara por la culminación del encañado de agua potable a la ciudad y el adecuado reparo de sus fuentes. Por fin, el 27 de diciembre de ese mismo año, el Consejo de Castilla ordenó que se restituyese el honor mancillado a dicho cargo municipal, encarcelado durante 14 días. El tan cacareado motín popular no había cuajado pero, con todo, el escándalo dominó la vida pública ciudadrealeña durante la siguiente década. No obstante, hasta 1785 la imagen de la patrona urbana no volvió a su lugar acostumbrado, arropada por la multitud fervorosa.
Miguel Fernando Gómez Vozmediano
Universidad Carlos III de Madrid. “El Mundo Urbano en el Siglo de la
Ilustración” Tomo I Santiago de Compostela 2009
(21) HERVÁS Y BUENDÍA,
I., Diccionario histórico geográfico, biográfico y bibliográfico de la
provincia de Ciudad Real, Ciudad Real, 1914.
(22) Según la tradición, aderezada de los oportunos milagros, la talla de la primitiva Virgen del Prado fue traída a la aldea de Pozuelo Seco de don Gil por la comitiva del rey Alfonso VI, levantándole los aldeanos una pequeña ermita románica, que Alfonso X al fundar Villa Real convirtió en iglesia bajo su advocación. La crónica pionera sobre su historia, copiada luego una y otra vez, fue escrita por el licenciado don Juan de Mendoza y Porras, bajo el título Relación e Historia del Hallazgo y Aparición de Nuestra Señora Santa María del Prado hacia 1587, permaneciendo manuscrita. En ella se basó sin duda el carmelita descalzo Diego de Jesús María cuando dio a la imprenta su Historia de la imagen de nuestra señora del Prado de Ciudad Real, Madrid,1650. Cincuenta años más tarde, aparecería el libro del abogado José Escudero Poblete titulado Resumen de la Historia de la milagrosísima imagen de Nuestra señora del Prado, restauradora de las dos Castillas y Protectora de Ciudad Real, Madrid, 1700. Luego vendrían otras hagiografías no menos encomiásticas y de igual cariz que no aportan más que la evolución de su culto en los siglos siguientes.
(23) Tampoco se libró
esta obra del consabido rayo que perdonó a los fieles: «En 5 de julio de 1698
años se empezó a construir la escalera del Camarín de la Virgen, Nuestra Señora
del Prado. A las 4 de la tarde de este día, se levantó una tempestad de truenos
y aire, y cayó una centella que dió en la aguja del chapitel de la torre del
templo, y no hizo más daño que derribar la pizarra, y entró en la iglesia, que
estaba con mucha gente, y no hizo agravio; feneció en la entrada de la torre.
Fue tan grande el trueno que tembló todo el templo, cayendo al mismo tiempo
muchos pedazos de enlucido de la iglesia. Dióse a Dios las gracias y a su
Santísima Madre». Noticia tomada del libro intitulado «Los esclavos de la Madre
de Dios del Prado de Ciudad Real». ARCHIVO PARROQUIAL DE NUESTRA SEÑORA DE LA
MERCED (CIUDAD REAL), lib. 546, f. 47.
(24) Aunque Ciudad
Real no era un corregimiento importante en la época, tampoco podemos colegir
automáticamente que sus titulares fueran patanes ni inexpertos. Así sabemos que
Francisco Toral en 1755 obtuvo la vara de Los Barrios (Campo de Gibraltar) y
que hacia 1771, había ejercido como alcalde mayor de Málaga.
(25) AHN. Consejos,
leg. 804/13, f. 5v.
(26) Maestrante de
Granada, en 1768 y siendo alcalde de la Santa Hermandad Vieja de Ciudad Real,
se casa en segundas nupcias con una dama cacereña tras quedar viudo. Su padre,
don Diego Muñoz y Vera era regidor perpetuo de Ciudad Real, también maestrante
de Granada y poderoso dueño de merinas, además de hermano de la Mesta que
gozaba del privilegio de criar mulas. ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE CUDAD
REAL [AHPCR.], Protocolos Notariales, legs. 566, ff. 113r-116v y 561, ff.
25r-26
(27) Se trata del
regidor don Tomás Palacios y de don Ventura Stuart y Portugal. Este último lo
tenemos bien documentado: en 1767 logra avecindarse en Ciudad Real, donde tenía
residía desde 1750, con el fin de pastar en la zona y, hacia 1771, se
autodenominaba gran prior de la Orden de San Juan en Inglaterra y capitán del
regimiento de caballería de Borbón. AHPCR. Protocolos Notariales, legs. 566,
ff. 113r-116v y 561, ff. 25r-26r.
(28) Ya en 1773, el padre dominico Marcos de Santa Rosa inició la conducción de aguas desde el paraje de la Atalaya hasta el casco urbano de Ciudad Real.
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