Estructura de un
antiguo pozo de nieve
Se conoce con este nombre a unos pozos o
construcciones dedicadas al almacenamiento y conservación de nieve o hielo para
su posterior distribución o venta. Y es que antes que existieran las fábricas
de hielo y las actuales neveras, la única forma de tener hielo pasado el
invierno eran estos pozos de nieve.
Los trabajos de almacenamiento y
comercialización de la nieve y el hielo están documentados desde el segundo
milenio antes de Cristo hasta el primer tercio del siglo XX. Para la Península
Ibérica, existen referencias escritas de ello desde época romana. En libros de
cuentas y de cocina medievales se registra la explotación de los pozos de nieve
y el consumo de helados. Pero el negocio de la nieve no se generalizó hasta
mediado del siglo XVI; gracias a la difusión de diversos tratados de medicina
que ensalzaban las propiedades terapéuticas del hielo.
A lo largo del siglo XVII, el consumo
del hielo natural previamente almacenado alcanzó un desarrollo espectacular, y
dio lugar a la organización de un amplio conjunto de medidas legales y
administrativas tendentes a regular, asegurar y controlar un comercio que
comprometía capitales, generaba beneficios fiscales y tenía cierto impacto
desde el punto de vista constructivo; de hecho, hacia 1650 la Hacienda Real
gravó con tributos el comercio del hielo.
En el siglo XVIII se racionalizó la
explotación de este recurso, y se construyeron pozos de nieve en muchas
poblaciones como respuesta a una creciente demanda. El declive de esta
actividad tradicional comienza con la aparición de las primeras máquinas de
refrigeración. A finales del siglo XIX ya se fabricaba hielo a escala
industrial en muchas ciudades, y los pozos de nieve que las abastecían
comenzaron a quedar abandonados.
Tratado
de medicina del año 1640 donde se exponían diferentes métodos para curar
enfermedades a través del uso de la nieve. En los siglos XVII, XVIII y XIX se
publicaron numerosos libros en los que se explicaban estos tratamientos. Esta
forma de medicina contribuyó a la creación de almacenes de nieve en muchas
ciudades españolas.
En localidades como Ciudad Real o
Miguelturra se documenta el abandono definitivo de estos pozos hacia las
décadas de 1920 ó 1930. Convertidos en escombreras primero, y tapiados después,
los antiguos pozos de hielo desaparecieron masivamente en pocos años.
Su tipología está fuertemente
condicionada por su función, si bien varía de unas regiones a otras, según las
condiciones climáticas dominantes. En el área geográfica de Castilla-La Mancha,
los pozos de nieve eran, por lo general, de planta circular, estaban en su
mayor parte excavados en el terreno, y revestidos al interior con fábrica de
mampostería a base de piedra local trabada con argamasa de cal y arena.
Tenían una profundidad superior a 6
metros, y su diámetro interior oscilaba entre los 4 y 7 metros. Disponían de un
fondo permeable o, en su defecto, de un suelo levemente inclinado hacia un
desagüe que evacuaba el agua procedente del hielo almacenado derretido para
favorecer la conservación del resto.
Habitualmente estaban rematados por una
falsa cúpula de mampostería, construida por aproximación de hiladas, aislada
del exterior por una gruesa capa de cal, y dotada de dos puertas de acceso
enfrentadas para facilitar las labores de carga y descarga. El complejo se
completaba con diversos elementos auxiliares, tales como balsas o albercas de
poca profundidad abastecidas por pequeñas acequias y pozos cercanos, utilizadas
para almacenar el agua que había de congelarse en invierno.
Una vez helada el agua de las balsas
durante las noches, el hielo resultante se partía en bloques y se transportaba
al interior del pozo, donde se prensaba por tandas sucesivas separadas entre sí
por capas de paja o materias vegetales semejantes, que actuaban como aislante y
facilitaban los trabajos posteriores de extracción del hielo almacenado.
El hielo se empleaba con fines
terapéuticos y culinarios: era utilizado contra las fiebres, para rebajar las
inflamaciones en las fracturas, para cortar hemorragias y, mezclado con aceite,
para curar quemaduras. También se utilizaba para el transporte de pescado y la
conservación de alimentos en general, para refrescar bebidas o para fabricar
sorbetes y helados.
En
Ciudad Real
llegaron a existir un total de cinco pozos de nieve: el de la Huerta del
Alcázar, el de la Puerta de Santa María, el del Convento de Carmelitas
Descalzos, el de la Puerta de Toledo y el de Santa María de Guadiana. Los
cuatro primeros estuvieron dentro de los límites del actual núcleo urbano de la
ciudad, en tanto que el último se encontraba junto a la margen izquierda del
río Guadiana, en el extremo septentrional del municipio.
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