Por otra parte, sobre el origen de este
Armildo Meléndez, señalar como apuntábamos, su pertenencia a uno de los linajes
mozárabes de Toledo, siendo tanto los Armíldez como los Meléndez, Petrez,
García o Gutiérrez parte de la élite del momento en la capital del Tajo
(GONZALEZ, 1926-1930): Vol. Prel.,231; GONZALEZ, 1975:326).
En documento fechado a 4 de noviembre de
1187 vuelve a aparecer “Zuera”, “Zuhera” o “Sufera”, según la referencia
bibliográfica que se tome para la transcripción (GONZÁLEZ, 1975: 284 Y 338;
VILLEGAS, 1981:54; RODRÍGUEZ-PICAVEA, 1994: 333: RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2001:605),
como uno de los castillos del territorio confirmados a la Orden de Calatrava
por la Bula Pontificia de Gregorio VII, sobre los cuales Ayala Martínez indica:
“…probablemente ninguno, o prácticamente ninguno, de estos castellanos fueron de
fábrica cristiana. Fue el fenómeno de castralización islámica del territorio,
que arranca de los siglos IX y X, el que generó tan importante red de
fortalezas, erigidas algunas sobre estratégicos enclaves de época romana o
utilizados en ella, como es el caso, por ejemplo, de Caracuel, Consuegra o
Piedrabuena. Los cristianos no hicieron sino acondicionar o completar los
recintos fortificados sobre los que se asentaron…” (AYALA, 1996: 67 Y 68). Si
pasó a manos de la Orden, parcial o totalmente, con anterioridad a la fecha de
la confirmación papal lo desconocemos, aunque analizados los precedentes del
donante no sería de extrañar que esto se hubiese dado. En los paralelos
conocidos, de donaciones iniciales a miembros de los linajes toledanos, se
observa con regularidad manifiesta una relación ulterior de éstos con las
órdenes militares del territorio, bien en el mismo momento de su fundación o en
el periodo de consolidación y expansión por el sistema de entrega como familiar
(RUIZ, 2003: 109). Además la totalidad de los castillos mencionados en la Bula
muy posiblemente deban incluirse dentro del territorio inicial de la villa de
Calatrava otorgada por Sancho III en 1158 a la Orden en su fundación y, por
tanto, del distrito islámico 8RODRÍGUEZ-PICAVEA, 1994: 333, RODRÍGUEZ-PICAVEA,
2001: 623). No obstante, fuese cual fuese el proceso que aconteció, Armildo y
sus herederos siguieron contando con derechos sobre, al menos, parte de la
propiedad, como queda atestiguado en documentos posteriores.
Ahora bien, al analizar en su conjunto las
fortalezas mencionadas en este documento, en ningún caso los únicos puntos
fortificados del territorio, pero sí los más importantes y con envergadura
suficiente como para ser mencionados en la confirmación, destaca que la
distribución de su ubicación corresponde a las tres vías históricas de
penetración en el Valle del Guadalquivir, por la llanura manchega, desde
Toledo. La villa de Calatrava defendida a poniente por Piedrabuena, Benavente y
Alarcos, bordeando la ruta hacía Córdoba por el Puerto del Milagro desde
Toledo; al sur, en la vía de Córdoba desde la villa, por la lejana Chillón,
Almodóvar, Caracuel, Ciruela y, en el paso hacia tierras jienenses, por Dueñas;
mientras que a retaguardia, en el camino hacia Toledo, Malagón y Guadalerzas
(RUIZ, 2003: 176; AYALA, 1996: 59 Y 60;
AYALA, 2003 a: 162). Destaca esta articulación hasta el punto que la
organización espacial del Campo de Calatrava se concretó en esta primera etapa,
con un marcado carácter militar, en torno a las fortalezas islámicas
preexistentes, con una gran continuidad como hemos mencionado en el
asentamiento castral (RUIZ, 2003: 143 y 144; RODRIGUEZ-PICAVEA, 1994: 333;
RODRIGUEZ-PICAVEA, 2001: 623).
Casi de forma paralela, desde 1191,
Alfonso VIII emprendió la transformación del vecino Alarcos en una villa de
nueva planta, concediéndole la tenencia del castillo a Diego López de Haro y,
aunque la Orden de Calatrava contase con derechos sobre el enclave, consta que
el monarca ya había estado otorgando incluso con anterioridad a dicha fecha
heredades en su término (JUAN, 1995:44). Cuatro años después, el 18 de julio de
1195, con las obras de fortificación todavía sin concluir, emprendiendo la
marcha forzada hacia Toledo, Alfonso veía como se perdía todo a manos del
ejército de al-Mansur, integrado por tropas almohades, andalusíes y cristianas
desnaturalizadas (JUAN, 1995: 46). El ejército, habiendo saltado Sierra Morena
por el paso oriental del Muradal, tras dejar atrás Dueñas y Salvatierra y
encaminarse hacia Alarcos por el Congosto, pernotaron la víspera de la victoria
con el Jabalón a sus espaldas para facilitar la aguada, no siendo Ciruela
enemigo.
Los almohades capturan Calatrava,
recovando el control sobre los pasos, vías y red castral de la zona, hostigando
además las tierras toledanas desde una inmejorable posición. En 1198, la
incursión desde el noreste del maestre calatravo consigue tomar por sorpresa
Salvatierra y su alfoz, abriendo una vía de penetración castellana. La Orden
logra una nueva Bula Pontificia en abril de 1199. Inocencio III les confirma
antiguas posesiones: Calatrava, Caracuel, Alarcos, Benavente, Zuera, Malagón y
Guardalerzas, todas ellas en poder de los almohades (RUIZ, 2003: 251). Hasta
trece años después, los almohades no se deciden a reconquistar Salvatierra,
teniendo presente además que su ubicación no condicionaba la seguridad de la
ruta principal entre Sevilla, Córdoba y Calatrava, pero si significaba, rotas
las treguas, una amenaza como cabeza de puente para cualquier intento de
sobrepasar la barrera de Sierra Morena en una zona con menor protección camino
del Guadalquivir por su parte alta.
Aunque no se cita expresamente, en la
campaña de Alfonso VIII hacia las Navas de Tolosa, en 1212, Ciruela debió pasar
nuevamente a manos castellanas (VILLEGAS, 1981: 54). Tras el asalto de Malagón,
la toma por capitulación de Calatrava la Vieja y el reagrupamiento del grueso
de las tropas en Alarcos el 4 de julio de dicho año, se ocuparon los
principales enclaves fortificados del territorio “sin detenerse en ellos porque
los moros los desampararon” (RUIZ, 2003: 234; RADES, 1994: fol. 27).
Tras la victoria de las Navas de Tolosa,
el Campo de Calatrava volvió al entrono toledano. La reconquista conllevó la
reposición de antiguos derechos y la plasmación de nuevas situaciones, relación
ésta no exenta en caso alguno de contradicciones internas. Los Armíldez, María
y Pedro, hijos de Armildo Meléndez, recuperan derechos tras 1212 (GONZALEZ, 1975:
347 y 348), e incluso se le atribuye a María Armíldez la construcción o
reconstrucción de la aldea (VILLEGAS, 1981: 55), bajo el nombre de “zueruela” o
“Zuhueruela”; a la Orden de Calatrava se
le confirman antiguas propiedades en
1214 por la nueva Bula de Inocencio III, entre las que aparece el castillo de
“Zuera” (GONZÁLEZ, 1975: 339); y el arzobispo de Toledo, Don Rodrigo Jiménez de
Rada, logra de Alfonso VIII en los últimos momentos de su reinado el “castrum
de Zueruola”, su aldea y 20 yugadas de tierra, siendo confirmada la donación
por Enrique I el 7 de noviembre de 1214, señalándose en la misma que el resto
del término quedase bajo el control de Alarcos (VILLEGAS, 1995:70; RUIZ, 2003:
243; GONZALEZ, 1975: 326 y327).
Si bien, de los citados, la que
inicialmente se tomó más empeño en la prosperidad de la propiedad fue María
Armíldez, hija de Armildo Meléndez, casada con Golzalbo Petrez de Torquemada y
hermana de Ana y Pedro Armíldez, al intentar parece ser repoblar, sin éxito, la
aldea (GONZÁLEZ, 1926-1930: II, 94 y 95; GONZÁLEZ, 1975: 347 y 348); aunque a
medio plazo el más interesado fuese, sin duda, el arzobispo de Toledo, Don
Rodrigo Jiménez de Rada (GONZÁLEZ, 1975: 347 y 348).
En agosto de 1225 (GONZÁLEZ, 1926-1930:
II, 81; GONZÁLEZ, 1975: 347 y 348), Fernando Petrez, en nombre propio y de su
hermana, como herederos de los derechos de su padre Pedro Armíldez, vendió al
arzobispo la mitad del castillo y la alquería. Tres años después, en diciembre
de 1228 (GONZÁLEZ, 1926-1930: II, 94 y 95), Don Rodrigo Jiménez de Rada se hizo
con la otra mitad del castillo mediante compra a María Armíldez, en nombre
propio y de los herederos de su hermana Ana. En mayo de 1233 (GONZÁLEZ,
1926-1930: II, 107 y ss; GONZÁLEZ, 1975: 347 y 348; HERVÁS, 1899 “Ciudad Real”,
281), se verifica la compra de los derechos adquiridos previamente sobre la
sexta parte del castillo a una de las hermanas de Fernando, mediante escritura
otorgada por Gonzalbo García, hijo de García Pérez de Fontelmasí y cuñado del
primero, a favor del arzobispo. De igual forma, dos meses después, en julio
(GONZÁLEZ, 1926-1930: II, 108 y 109; GONZÁLEZ, 1975: 347 y 348; HERVÁS, 1899:
“Ciudad Real”, 281), otrogan escritura Gonzalbo Gutiérrez de Amaya, en nombre
de su esposa Urraca Gutiérrez, y su cuñado Gómez García el Duque, en nombre de
su esposa María, hermana de la anterior e hijas de Gutier Gutiérrez de Acebes y
Sancha, hija ésta de Ana Armíldez.
El valor toral de la compra le supuso al
Arzobispado un desembolso de 240 mizcales alfonsíes, demostrando un verdadero
interés por el castillo y la alquería. Motivado, quizás, por la voluntad de
crear una buena puebla en el periódo
justo en el que se está reestructurando la articulación territorial de la zona:
si tras 1189 se comienza a atisbar el fin del modelo de ocupación del
territorio basado principalmente en el carácter militar de la red castral
previa, interrumpido bruscamente por el periodo almohade, tras 1212 el fenómeno
se reactiva con celeridad. Mientras la Orden de Calatrava, traslada su sede en
1217 al castillo de Dueñas, el actual Castillo de Calatrava La Nueva; la
antigua capital parece languidecer, como mera encomienda de la Orden, para luego
ya a principios del siglo XV trasladar su casa principal primero a El Turrillo
(Carrión de Calatrava) y con posterioridad a la propia población de Carrión de
Calatrava, quedando convertida la iglesia calatrava en ermita (RETUERCE &
HERVÁS, 2001: 311); los pequeños núcleos en la órbita de Calatrava absorben
población y funciones; Malagón se recupera, se puebla Fernán Caballero en torno
a 1218; la Orden de San Juan otorga Carta Puebla a Villar del Pozo el 12 de
abril de 1222 (RUIZ, 2003: 296); Fernando III concede a García Fernández la
villa de La Higueruela o “Figuerola”, en término de Alarcos, en 1226 (VILLEGAS,
1990: 44); y el propio maestre le concede Miguelturra Carta Puebla en 1230, una
antigua alquería dependiente del alfoz de Calatrava (OCAÑA, 1995: 374), que
delimitaba con el camino de Pozuelo a “Ciuruela”.
Por otra parte, son estos unos difíciles
años en las relaciones entre el Arzobispado y la Orden de Calatrava debido a
las diferentes interpretaciones que debían estar haciendo las partes sobre la
aplicación pormenorizada en el territorio de los privilegios de exención
calatravos a los derechos canónigos de Toledo. Estas desavenencias se zanjarán
en 1245 con la Concordia General, que en la práctica supuso la consolidación de
las posiciones mantenidas por los calatravos y un paulatino retroceso en las
aspiraciones territoriales del Arzobispado en la zona (RUIZ, 2003: 265). No
obstante, en el documento se reconoce implícitamente, al no figurar entre en la
enumeración de lugares, que los derechos sobre Ciruela correspondían
íntegramente al Arzobispado y, por tanto, la fundación de su iglesia había sido
anterior a la constitución de la propia orden (GONZÁLEZ, 1975: 346).
Pedro
J. Ripoll Vivancos
(Separata
Boletín de Arqueología Medieval. Nº 13. Asociación Española de Arqueología
Medieval. 2007)
No hay comentarios:
Publicar un comentario