Tras el intento fallido de Alfonso X el
consolidar en 1254 el enclave de Alarcos como núcleo vertebrador de la zona al
servicio de la monarquía, se precipitan los acontecimientos: a principios de
febrero de 1255, “Zuheruela” pasa a la corona, recibiendo el Arzobispado, el
infante Don Sancho (VILLEGAS, 1986: 20), a cambio la aldea de Hita, en
Guadalajara, aunque mantiene el derecho de seguir percibiendo los derechos de
sus iglesias; unos días después Alfonso X otorga la Carta Puebla a Villa Real,
al antiguo Pozuelo Seco de Son Gil, quedando incluido el enclave de “Cuheruela”
dentro de los términos de la nueva villa, junto con “Villar del Pozo,
Figueruela, Poblet y Alvalá, con todos sus términos (VILLEAGAS, 1995: 66;
VILLEGAS, 1986: 16, HERVÁS, 1899: “Ciudad Real”, 238; GONZÁLEZ, 1975: 350;
AYALA, 1996: 59) e incluyéndose posteriormente, en 1258, el término de Alarcos.
La estructuración espacial del nuevo
término, aunque la anexión de Villar del Pozo no llegó a materializarse, se
centra básicamente en el tramo del camino de Toledo a Córdoba entre los
márgenes del Guadiana y el Jabalón, una vez trasladada la sede de la Orden de
Calatrava, punto clave del sistema defensivo de la Meseta y encrucijada viaria
hasta ese momento (RETUERCE & HERVÁS, 2001: 311), junto a un vado histórico
en el Guadiana hasta el inicio del paso hacia tierras jienenses; desviado el
tránsito viario en el tramo al norte del Guadiana a través del ramal
constituido por Malagón, Fernán Caballero, Peralvillo y Pozuelo Seco de Don
Gil, actual Ciudad Reall (CORCHADO, 1969: 7), sin descartar un proceso
semejante al sur del Guadiana, entre Pozuelo Seco y Corral de Calatrava, en el
que Ciruela pudo estar inmerso; fundada “Miguel Turra”, muy posiblemente para
seguir aprovechando desde la orden las ventajas de la proximidad a la vía de
Córdoba, complementándose más al sur con Almodóvar del Campo (VILLEGAS, 1981:
53); conquistada Córdoba en 1236; y fracasados los intentos de engrandecer
Alarcos desde la propia corona y con un Arzobispado que ha perdido el interés
por consolidarse en Ciruela.
Así, en el transcurso de la primera
mitad del siglo XIII, “Cuheruela” pasa de identificarse como un “>hisn<”
y “castrum”, a definirse como aldea de Villa Real (GONZÁLEZ, 1975: 326, 347 y
351; VILLEGAS, 1981: 66), debiendo tener presente para su correcto análisis lo
que atisba Villegas Díaz, partiendo de la relación de antiguas ermitas del
territorio, en cuanto al modelo de poblamiento general para el conjunto de La
Mancha: la presencia de un poblamiento en nebulosa, entorno a un núcleo mayor,
quizá en muchos casos preexistente a la propia fundación de las ermitas o
parroquias, “…repartido en un número de aldeas quizá más elevado que el que hoy
en día estamos dispuestos a admitir como existentes…” e, incluso, “en algunas
zonas caracterizado por centros mínimos, unifamiliares…” (VILLEGAS, 1990: 43 y
44).
En 1347, se cita nuevamente el “Camino
de Ciheruela (CORCHADO, 1982: 341) o “Ciheruela” (VILLEGAS, 1981: 66), en el
amojonamiento de términos entre Villa Real y Miguelturra determinado por
Alfonso XI, delimitación que ha subsitido hasta la actualidad con escasas
variaciones. El referido camino rutal sigue uniendo a la capital, saliendo por
la calle y puerta de Ciruela, con el caserío, junto a la peña fortificada.
A finales del siglo XV, las aldeas de
Ciruela, Benavente y Valverde, todas ellas en término de Ciudad Real, contaban
respectivamente con dos beneficios eclesiásticos cada una, mientras con sólo
uno estaban Poblete, Torrecilla, Higueruela y Sancho rey (VILLEGAS, 1981: 84).
Todavía a finales del siglo XVIII,
contaba la aldea con 20 vecinos, conociéndose por “Cihiruela” (HERVÁS, 1899:
“Ciudad Real”, 282). En 1826, nombrada como “Ciheruela” pero ya despoblada, con
las familias de sus labradores residiendo en Ciudad Real, su iglesia parroquial
de Santa Marina seguía prestando servicio a las once cortijadas de su término y
se advertía que “…en lo antig. Fue pobla., pues que aún se conservan las ruinas
de un castillo sobre un solo y elevado peñasco, en donde el ignorante vulgo
cree que hay tesoros enterrados…” (MIÑANO, 1829: “Ciheruela”).
Así, entre las descripciones de las dos
últimas centurias, sobresale la efectuada en 1842 y publicada por Madoz: “ cas.
en la prov. Part. Jud. y térm. De Ciudad Real. SIT. 5/4 de leg. NE. de esca c.
Tiene 13 CASAS de labor, y comprende de 3.400 a 4.000 fan. de tierra, en la que
se emplean 45 pares de mulas: hay una igl. sit. En la altura llamada el
Cerrillo de la Horca, y en ella celebra misa los días de precepto, para la
asistencia de los Labradores: á su inmediación se halla el arruinado cast., que
estuvo edificado sobre unos peñascos muy grandes, y en centro del cas. un pozo
abundante de agua saludable, aunque muy delgada, para el consumo de los
concurrentes: en las inmediaciones hay otras fuentes de mala calidad, y á menos
de ½ cuarto de leg. Pasa el r. Jabalón,
el cual baña la deh. boyal que aunque pequeña prod. muy buenos pastos. Se cree
que este cas. fuese una ant. pobl., porque en su igl. se advierte todavía una
pila bautismal, le eran anejos los cas. de Labor de la Puebla y Cantagallos, y en
el sitio de Sta. Leocadia, reducido hoy á labor, se encuentran pedazos de tejas
y otros escombros” (MADOZ, 1850: “Ciruela”, 326). En 1865, mientras se
calificaba de aldeas a Valverde, Poblachuela, Las Casas y Sancho Rey, se
indicaba, que Ciruela era uno de los caseríos más importantes del término
municipal de Ciudad Real, junto a Benavente y la Atalaya, señalándose a
Peralvillo y Alarcos, como despoblados (HOSTA, 1865: 71).
A finales del siglo XIX, Ciruela
mantenía distribuidos en su término 30 edificios, con un total de 81 vecinos
(HERVÁS, 1899: “Ciudad Real”, 282) y, aunque ya se había consolidado en la
nomenclatura el topónimo actual, todavía en 1907 se recordaba que
tradicionalmente se le llamaba “Cihiruela”, siendo todavía identificables los
restos del “Castillo y villa” (DELGADO, 1907: 57).
Análisis
Toponímico
En algunos casos, como resulta ser éste,
los topónimos no responden a lo que nos
parecen, sino a aquello otro con qué se identificaban. Ciruela no es un
fitónimo, sino de un orónimo, por hacer referencia realmente al relieve o
configuración física de la superficie física del terreno (fig. 04) y no, como
en un principio pudiese explicarse, al nombre de una fruta o elementos
relacionados con ella.
Parafraseando a Linneo
(LINNEO, 1737), señalar que si se ignora el nombre de las cosas, desaparece
también lo que de ellas sabes y, para ello, recordar las indicaciones
metodológicas sobre toponimia que acertadamente efectúa Federico Corriente:
“Una metodología depurada de las investigaciones de topoantropónimos de origen
árabe
requiere, en principio: a) Establecer
las variantes paleográficas, manuscritas o impresas en grafía romance,
aclarando sus posibles relaciones con vistas a determinar las más próximas al
original; b) Intentar detectar su fuente en grafía árabe, lo que puede ser
imposible en la topoantroponimia menor, en cuyo caso se supondrá la más
probable, advirtiendo de su carácter hipotético y dando razones de la
suposición; c) Tanto si existe una grafía árabe de partida, como si ha sido necesario
suponer un étimo, se partirá preferentemente de formas atestiguadas en
andalusí, aun admitiendo en cierta medida la influencia clásica en la
antroponimia y algo menos frecuentemente en la toponimia; d) Los étimos hipotéticos serán siempre
sometidos a examen crítico, comprobando en los topónimos, si resultan
apropiados al entorno que describen y considerando siempre posibilidades
alternativas a la etimología árabe (…) Siguiendo una metodología correcta y
garantizando en la medida de lo posible la actitud de los datos obtenidos, no
sólo se facilita al historiador una información complementaria que puede ser
interesante, sino que ocasionalmente pueden extraerse datos lingüísticos no
presentes en ninguna otra fuente…” (CORRIENTE, 1992: 152 y 153).
Las
variantes del topónimo
Para el documento fechado en 1156,
correspondiente a la donación del enclave a Armildo Meléndez, tanto Julio
González, como Luis Rafael Villegas citan el topónimo como “Zuera”, utilizando
como fuente el documento existente en el Lib. Priv. Tolet. Eccl., I. fol. 3 del
Archivo Histórico Nacional (GONZÁLEZ, 1975: 225, 347 y 348; VILLEGAS, 1981: 53;
VILLEGAS, 1990: 52). No obstante, el propio Villegas lo cita también como
“Zuhera” (VILLEGAS, 1995: 69). Por su parte, Manuel Corchado y Enrique
Rodríguez-Picavea dan noticia de la donación utilizando la variante toponímica
de “Zufera” (CORCHADO, 1976: 42 y 85; RODRIGUEZ-PICAVEA, 2001: 625), utilizada
también por Carlos de Ayala (AYALA, 2003ª: 164).
Las variantes del topónimo utilizadas
por los diversos autores para referirse al lugar mencionado por la Bula
Confirmatoria a la Orden de Calatrava de Gregorio VIII en 1187 aportan, desde
la transcripción como “Castellum de Sufera” (VILLEGAS, 2004: 816,
RODRIGUEZ-PICAVEA, 2001: 626; AYALA, 1996: 59) o “Zuhera” (GONZÁLEZ, 1975:
284), hasta mantener la grafía en su forma “Zuera” (GONZÁLEZ, 1975: 338;
VILLEGAS, 1981: 54; VILLEGAS, 1990: 47; RUIZ, 2003: 153; JUAN, 1995: 43;
IZQUIERDI, 1995: 104). Así, para 1199, Francisco Ruiz sigue manteniendo esta última
para referirse al lugar mencionado en la Tercera Bula Confirmatoria, dada a la
Orden de Calatrava en abril de dicho año por Inocencio III, citando como fuente
el Bulario de Calatrava (RUIZ, 2003: 251). Con fecha posterior a las Navas de
Tolosa, para 1214, Julio González y Luis
Rafael Villegas siguen denominando el lugar como “Zuera”, refiriéndolo del
análisis de una nueva Bula de Inocencio III y tomando también como referencia
el Bulario de Calatrava (GONZÁLEZ, 1975: 339; VILLEGAS, 1981: 54). Asimismo, en
ese mismo año, el 7 de noviembre, al hacer referencia a la confirmación de
Enrique I de la donación realizada por parte de Alfonso VIII al arzobispo de
Toledo, Luis Rafael Villegas y Manuel Corchado transcriben, siguiendo ambos a
Julio González, “et castrum de Zuerola cum hereditate uiginti iugorum bouum in
eadem aldea” (VILLEGAS, 2004: 819; CORCHADO, 1976: 91; GONZÁLEZ, 1960: III, nº
967), si bien ambos autores han utilizado en otras ocasiones distintas la
variante “Zueruela” (VILLEGAS, 1995: 70; VILLEGAS, 1981: 54) o “castro de
Zueruela” (GONZÁLEZ, 1975: 347).
Pedro
J. Ripoll Vivancos
(Separata
Boletín de Arqueología Medieval. Nº 13. Asociación Española de Arqueología
Medieval. 2007)
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