La
Puerta de Toledo a principios del siglo XX
La clientela en la sala de espera era
numerosa. El calor de la calefacción me daba sofoco y como mi número de
consulta era alto, decidí salir a dar una vuelta a callejear sin rumbo por el
Ciudad Real de hoy.
Hacen falta mi edad y mi continuada
ausencia para poder apreciar la honda y larga transformación que la “capitaleja”
está experimentando en todos los órdenes.
Barrios enteros han desaparecido. La
casa de una sola planta, cuando “ancha era Castilla” y no se conocía la
especulación del suelo; cuando la casa pasada por el registro era de don
Fulano. La casa solariega la antigua y noble con estirpe y linaje de pura cepa
ciudarrealeña como las de los Muñoces, Medranos y Treviños, etcétera, todo lo
ha barrido la piqueta.
Ahora, mazacotes inmensos de bloques de
impersonalizadas viviendas, inmuebles de anónimas inmobiliarias dan techo a
racimos y masas de vecinos que apenas se conocen y tratan.
Para mí que he llegado a conocer los
nacimientos, bodas y entierros poco más o menos de los habidos en mi barrio de
San Pedro, ahora todo me es extraño y desconocido. Seguí adentrándome en mis
pensamientos y me vino al recuerdo la figura de aquel hombre bueno que fue don
Antonio López Pan, viejecito, de pequeña estatura, con su cuidada barbita e
inseparable sombrero hongo que tenía la caridad y la distracción de acompañar a
todos los entierros que en el día hubiera en Ciudad Real. Mal –digo-, habría de
cumplir en la actualidad porque no atinaría con tanto piso, planta, apartamento
de las modernas casas colmena.
Reparé y vi que tampoco quedan
personajes populares como aquellos que componían la galería de tipos conocidos
por todos, y que abundaron en mi niñez.
La
calle Palma en 1949
¿Quién recuerda y sabe quién fue, por
ejemplo, Canuto el recadero o cosario del Pozuelo, con mercancía de encajes
cuyos nombres eran todos de una inocente y picante nomenclatura?
¿Quién conoció a un Jesús Malagón, el de
“blusa y alpargate”, que cuando venía muy arropao de mosto de la vecina bodega
de Oliva, echaba a la chiquillería un mitin muy a lo Pablo Iglesias, para
meterse pitado y corrido en su casa de la calle Lanza?
¿Por casualidad, llegó usted a conocer
el ciego de El Villar, con su violín destemplado y con sus coplas, que no eran
precisamente las serranillas del Marqués de Santillana?
También traje a mientes otros tipos como
el Tremendo y su borrica, a Hilario el barquillero, el que aparecía con
puntualidad sideral a la hora del recreo de los chicos de la Academia de don
Miguel Pérez Molina.
Pasé un velo a aquellas atroces pedreas
entre chicos de barrios rivales, incendio de la casa de Carlos Prado o de la
tienda del Real y medio?
Fueron tantos los recuerdos y
evocaciones que se me agolparon que me asusté de la cantidad de años que han
sido necesarios vivir para haber conocido esos personajes y esos escenarios,
que me volví a la consulta.
¡Por si me pasaba el número…!
Malagón, 12 de enero de 1972.
Ramón
Arcos, diario “Lanza”, viernes 14 de enero de 1972, página 3
Vieja
estampa manchega, el Grupo Mazantini en la Casa de Hernán Pérez del Pulgar antes
de su restauración
Buen trabajo
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