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domingo, 4 de agosto de 2019

DE MI CIUDAD REAL ANTAÑÓN


La Puerta de Toledo a principios del siglo XX
  
La clientela en la sala de espera era numerosa. El calor de la calefacción me daba sofoco y como mi número de consulta era alto, decidí salir a dar una vuelta a callejear sin rumbo por el Ciudad Real de hoy.

Hacen falta mi edad y mi continuada ausencia para poder apreciar la honda y larga transformación que la “capitaleja” está experimentando en todos los órdenes.

Barrios enteros han desaparecido. La casa de una sola planta, cuando “ancha era Castilla” y no se conocía la especulación del suelo; cuando la casa pasada por el registro era de don Fulano. La casa solariega la antigua y noble con estirpe y linaje de pura cepa ciudarrealeña como las de los Muñoces, Medranos y Treviños, etcétera, todo lo ha barrido la piqueta.

Ahora, mazacotes inmensos de bloques de impersonalizadas viviendas, inmuebles de anónimas inmobiliarias dan techo a racimos y masas de vecinos que apenas se conocen y tratan.

Para mí que he llegado a conocer los nacimientos, bodas y entierros poco más o menos de los habidos en mi barrio de San Pedro, ahora todo me es extraño y desconocido. Seguí adentrándome en mis pensamientos y me vino al recuerdo la figura de aquel hombre bueno que fue don Antonio López Pan, viejecito, de pequeña estatura, con su cuidada barbita e inseparable sombrero hongo que tenía la caridad y la distracción de acompañar a todos los entierros que en el día hubiera en Ciudad Real. Mal –digo-, habría de cumplir en la actualidad porque no atinaría con tanto piso, planta, apartamento de las modernas casas colmena.

Reparé y vi que tampoco quedan personajes populares como aquellos que componían la galería de tipos conocidos por todos, y que abundaron en mi niñez.

La calle Palma en 1949

¿Quién recuerda y sabe quién fue, por ejemplo, Canuto el recadero o cosario del Pozuelo, con mercancía de encajes cuyos nombres eran todos de una inocente y picante nomenclatura?

¿Quién conoció a un Jesús Malagón, el de “blusa y alpargate”, que cuando venía muy arropao de mosto de la vecina bodega de Oliva, echaba a la chiquillería un mitin muy a lo Pablo Iglesias, para meterse pitado y corrido en su casa de la calle Lanza?

¿Por casualidad, llegó usted a conocer el ciego de El Villar, con su violín destemplado y con sus coplas, que no eran precisamente las serranillas del Marqués de Santillana?

También traje a mientes otros tipos como el Tremendo y su borrica, a Hilario el barquillero, el que aparecía con puntualidad sideral a la hora del recreo de los chicos de la Academia de don Miguel Pérez Molina.

Pasé un velo a aquellas atroces pedreas entre chicos de barrios rivales, incendio de la casa de Carlos Prado o de la tienda del Real y medio?

Fueron tantos los recuerdos y evocaciones que se me agolparon que me asusté de la cantidad de años que han sido necesarios vivir para haber conocido esos personajes y esos escenarios, que me volví a la consulta.

¡Por si me pasaba el número…!

Malagón, 12 de enero de 1972.

Ramón Arcos, diario “Lanza”, viernes 14 de enero de 1972, página 3

Vieja estampa manchega, el Grupo Mazantini en la Casa de Hernán Pérez del Pulgar antes de su restauración

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