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martes, 3 de diciembre de 2019

EL TORREÓN DEL ALCÁZAR



Los jardines del Torreón es otro de los hermosos -renovados- lugares de nuestra ciudad. Cuando paseo por ellos, cosa que suelo hacer con frecuencia, siento el dolor de la pérdida Arcadia de los años infantiles. Entonces el lugar era casi inmundo, calles de piedra, estrechas, por cuyo centro corría el agua vertida de las casas, también entonces, de mala nota. Y al fondo, enhiesto, el Torreón del Alcázar con sus murallas de piedra vieja y tierra golpeadas por el tiempo.

Recuerdo -las gentes de mi generación no me dejarán mentir- que existían unas a modo de cuevas. Las llamábamos «cuevas del Alcázar». Tal vez ni serían cuevas. No me he preocupado de indagarlo, pues carezco de madera y paciencia de investigador. Seguramente que Hermenegildo Moreno sabe de esto lo suyo y lo de los demás. Como decía, las «Cuevas del Alcázar» y excitaban nuestra fantasía infantil e imaginábamos las más inverosímiles hipótesis sobre el lugar.

En muchas ocasiones, burlando la vigilancia de quienes allí habitaban, hemos penetrado en ellas -tal como narró en una novela sobre el tema, escrita para lectura de jóvenes- y hemos investigado el sitio intentando descubrir misterios que jamás existieron. Decíamos que cuando Alfonso VIII fue derrotado en la  famosa batalla de Alarcos, escapó gracias al favor de un pastor que, frente al cerro de Alarcos, en el llamado «Arroyo de las Animas» vio la entrada de una cueva, por la que hizo penetrar al derrotado monarca y al que acompañó a lo largo de casi ocho kilómetros bajo tierra, hasta dar con él en el Alcázar. Lo cual supuso la salvación del Rey.

Naturalmente que en esta explicación hay errores cronológicos imperdonables, pero la imaginación infantil no se detiene en tales menudencias. Por otra parte, es sabido que el Alcázar fue ordenado levantar por Alfonso X, posterior a Alfonso VIII y la batalla de Alarcos, pero a nosotros nos hacía tanta ilusión que hubiera ocurrido así, que no dudábamos en creerlo. ¿No es hermoso creer que las cosas son como las pensamos y no como son en realidad?

Para muchos chicos de los años cincuenta, el Alcázar, su Torreón y las supuestas cuevas, fueron la más maravillosa aventura que nos pudiera acontecer. Que sea verdad histórica o no, es cosa tan insignificante como una gota en medio del océano.

Hoy, cuando han transcurrido tantos años, y compruebo el cambio operado, no siento pena alguna. Me parece que debe transformarse la faz de la ciudad y alegrarla con zonas de esparcimiento y mayor belleza. Solamente añoro el tiempo aquel ido, y aquella imaginación que nos hacía ver cuevas y reyes y batallas fuera del tiempo, rompiendo espacios y fronteras, lejos del sensato razonamiento frío de los historiadores, que, fieles a la verdad, estropean la realidad convirtiéndola en carámbanos de hielo.

De todas formas, el Torreón del Alcázar, hoy, posee prestancia, gracia, y se ha convertido en zona verde importante para la capital. No nos importa que se rompa aquel arcadiano sueño, porque siempre seguiremos contemplando su figura de mediados de siglo, tal como era en nuestra niñez.

Y quien lo vio, da fe de ello...

Francisco Mena Cantero, Diario Lanza “Conversaciones en el Pilar”, 18 de octubre de 1985, página 14


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