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martes, 21 de diciembre de 2021

REMEMBER

 



Hace muy poco tiempo… ¡Hace ya tanto tiempo!... Fue una tarde lluviosa del pasado siglo…

Conservaba la torre de la Catedral su cimborrio ingente de color de acero, como la punta de una lanza, hoy sustituido por un casquete que lejos asemeja media toronja clavada en el prócer chapitel, existía la Puerta de Ciruela, ojo por donde la ciudad miraba al mundo; las casas de la plaza gravitaban sobre solidos pilares recios, en cuyos plintos soportaban hoy la mole inquietantes columnas de fundición, si bien de moderna ligereza, anacrónicas cual si calzásemos a un hidalgo del Greco con zapatos yanquis; aún no se habían construido en el centro de la población esos minúsculos palacetes de cartón-piedra que parecen decoraciones de teatro de provincia; y, en fin, eran doncellitas las hermosas madres de algunos niños que juegan en el Prado... ¡Hace ya tanto tiempo!... Todavía escribía yo versos y tenía ilusiones... ¡Cosas del siglo pasado!...

Una tarde lluviosa...

En la iglesia de la Merced se celebraba el fúnebre novenario de las ánimas benditas. Las devotas venían luchando con las celliscas que les ceñían la ropa en fugaces revelaciones o las sofaldaban en momentos con su furiosa y gélida irrespetuosidad; los hombres, arrebozados en sus capas, se defendían bizarramente de un remolino, y así, borrones tácitos, unas y otros conseguían, por último, sumirse en la oquedad suntuosa del templo. Era, en aquella inclemente tarde de Noviembre, en que ni nevaba ni llovía y las dos cosas, muy triste la novena. La calle de Toledo veíase toda, solemne, amplia, blanquecina, barrida por el viento, relucientes los guijarros, llorosos los tejaroces, y allá lejos, lejos, la puerta medieval, la granítica puerta, se barruntaba siempre abierta, siempre expedita para que por allí se vayan los que no vuelven…

Gallardo como un mosquetero, atusándose los rubios mostachos enhiestos, desafiando, a cuerpo, al frio, gentil y donairoso; la faz alta y la límpida mirada penetrante y dominadora, aportó el amigo poeta; el bohemio, el rebelde, incansable en el festín, irreductible en el ideal, blando y dulce de corazón, que era cual un capitán de los Tercios, redivivo y molesto en el ambiente burgués que agostaba sus ansias de aventura, embotaba su tizona y trocaba en extravagancias, censuradas por los imbéciles, los más bellos arranques de galantería y de altruismo.




Antes—venía él en pos—cruzó gentilísima una mujer hermosa.

-Siempre igual- dije al noble amigo.

Llegóse a mi abandonado el cortejo.

-Allá vaya ella. Contigo me quedo.

-¿Es…? ¿La quieres?

—¿En qué me voy a entretener? La quiero por no aburrirme. ¿Y tú, qué haces aquí?

—¿Andamos?—pregunté.

Se encogió de hombros

Anduvimos. Por las calles silenciosas, por las calles desiertas, entre las herméticas casas cuyas vidrieras gemían y cuyos portones estaban apestillados; por la ciudad callada y luctuosa anduvimos sin norte y oímos, uno tras otro, a tres relojes decirse una hora con voces tremantes; y oímos en dos, en tres, en cuatro, en cinco campanarios el toque de ánimas...

De pronto él se plantó y me dijo:

—Tú y yo no debemos estar aquí. Tú y yo somos exóticos, Yo no encuentro ni con quien reñir. ¿Qué hacemos aquí? ¿Qué hacemos?

Vulgar yo, repuse:

-¿Y adonde ir? Nervioso movía las piernas dando escape a su energía rebrincante. Se quitó el sombrero aunque el cierzo helaba, y el cierzo jugó con el mechón áureo de su cabello que, a modo de airón de caudillo, tremolaba sobre la hermosa frente—aquella frente troquel de tantas hermosuras...

Insistí:

-¿Es de la ciudad esta, o es de la época esta, de lo que nos encontramos excluidos?

Me miró intensamente atusándose el mostacho de mosquetero.

—No lo sé. Yo sé que me voy.

Y se fue. Por la calle de Toledo; por la puerta de Toledo; por donde se van los que no vuelven.

¿Os acordáis de Juan Bernabeu?

Rafael López de Haro. Revista “Vida Manchega”, número 1, jueves 7 de marzo de 1912

 


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