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domingo, 24 de abril de 2022

CIUDAD REAL, EN 1869 (I)

 

Plaza Mayor de Ciudad Real a principios del siglo XX en un día de mercado


Mi modesta biblioteca es una especie de «totum revolutum» en el que solo yo, y cada vez con más dificultades, soy capaz de encontrar el volumen que en algún momento preciso. Mi familia y mis amigos más íntimos sonríen entre irónicos y escépticos cada vez que manifiesto mi firme decisión de ordenarla, porque saben que mis periódicas intentonas no pasan de ser eso: el recurrente inicio de una tarea inacabable. Pero a mí me encanta, de vez en cuando, abordar la tarea de ordenar mis libros. Ello me permite reencontrarme con los que leí hace tiempo y me evocan un buen recuerdo, o con algunos otros que, más esquivos, no me dejaron entender o compartir su contenido. Pero, en cualquier caso, sea por la alegría del reencuentro o por el desafío de reintentar una lectura que en su día resultó frustrante, es poco el tiempo que dedico al primitivo móvil de ordenar la biblioteca, para dedicarme al más estimulante ejercicio de entregarme a la lectura de algún interesante hallazgo.

Hace unos días, muy pocos, comencé un nuevo intento de ordenación, con resultados más pobres que de ordinario. De forma casi inmediata, en un rinconcito, casi escondido debido a su pequeñez, encontré una «Guía de Ciudad Real» del año 1869, cuidadosamente reimpresa por el Instituto de Estudios Manchegos hace diez años, y que en su día hojeé sin demasiado detenimiento, más Interesado por su completo «callejero» que por otra cosa; pero al que recordaba con cariño, aunque sólo fuese por el hecho de que con su autor, don Domingo Clemente y López del Campo, me unía el hecho de compartir la misma profesión, amén de algunas otras coincidencias: manchego, docente en varios sitios y entre ellos Ciudad Real, del que sale para posesionarse del «cargo de Inspector de Escuelas Nacionales, regresando después a Ciudad Real con el mismo cargo» donde se afinca, como dice en una sucinta presentación del facsímil de la «Guía», don Gerardo Pérez de Madrid y Céspedes. Pero hay que desorbitar ciertas coincidencias de ejercicios profesionales, traslados y vuelta a la ciudad en la que ambos quisimos echar raíces, que suelen ser circunstancias bastante habituales de los que, en su día, nos dedicamos a esta profesión.


Dibujo de Julián Alonso de la desaparecida Puerta de Ciruela, construida en el siglo XIX


Sin embargo, si estas coincidencias no son relevantes a niveles estrictamente biográficos, sí lo son en tanto en cuanto vienen a determinar un especial enfoque en los análisis, fruto de lo que puede ser una normal y quién sabe si deseable deformación profesional. Don Domingo Clemente no es historiador, ni comerciante, ni industrial; pero procura recurrir a todo, manejar los datos más heterogéneos, no con afán de hacer análisis eruditos, que deja y pide en su prólogo a especialistas; pero que no duda en utilizar como posible explicación a una situación actual y le sirva de ayuda para la comprensión de una realidad sociocultural en la que tiene que desarrollar su trabajo. Se nota que es un adelantado a su tiempo y sabe que encerrar la enseñanza y la cultura en sí mismas es el camino más seguro para esterilizar su análisis: «la antropología cultural ha cometido el error de colocarse en el interior de lo que se ha llamado a veces el culturalismo, y que postula la separación de lo cultural y lo social», dice cien años después el profesor de La Soborna Roger Bastide, explicando la tesis en este sentido de Georges Gurvitch. Y en este tratamiento globalizador el que ha hecho para mi más atractivo este librito que puede ayudar, desde la perspectiva de ciento veinte años, a emitir algunos Juicios sobre una ciudad que es nuestra, no sólo por el mero accidente existencial del inicio vital; sino por la libre y deliberada decisión de hacernos de ella.

 

LA EPOCA

 

Mi ilustre colega fecha el prólogo el día quince de septiembre de 1869. Hay un importante valor añadido al de la mera antigüedad de los datos que nos aporta: los momentos cruciales por los que atravesaba España. Estaba a punto de cumplirse el primer aniversario de la Revolución de Septiembre, iniciada con la sublevación de la escuadra mandada por el almirante Topete en aguas gaditanas. Los generales Serrano y Prim, además del propio Topete que, razonablemente, gozan de la popular consideración de padres de la Revolución, no coinciden en los detalles de quién había de ser la cabeza del nuevo Estado; pero sí coincidían en los importantes criterios cristaliza- ,dos en la Convención de Ostende, primero y en el Manifiesto de Cádiz, después: devolución de la soberanía nacional, establecimiento de las libertades fundamentales, convocatoria de unas Cortes Constituyentes conformadas por sufragio universal. .. y repudio de la reina doña Isabel 11.Y no debían ir muy descaminados los padres de «La Gloriosa», como casi inmediatamente se llamó a la Revolución, porque, sin más batalla de importancia que la de Alcolea, en la que fueron derrotadas las tropas isabelinas, como afirmaba el historiador A. Opisso, poco sospechoso de compartir radicalismos revolucionarios, «la Revolución fue acogida, en general, con grandes aplausos. Cuando en Barcelona se invitó a los vecinos a demostrar su entusiasmo con iluminaciones y colgaduras, se pudo ver que en casas bien conocidas por su amor al orden lucían magníficas luminarias. La unanimidad era completa; estaba Visto que el trono de Isabel 11no contaba con el mayor apoyo, pues no queremos creer que resultaran hipócrita fingimiento aquellas demostraciones de alegría de las clases conservadoras, que no parecían sino que fuesen las principales Interesadas en el triunfo de Serrano y Prim».

 

Cerámica que existió hasta los años ochenta del pasado siglo XX, en la vivienda que se construyó sobre el solar de la antigua Puerta de Ciruela



La falta de apoyo social a la Reina, que hubo de exilarse, parece clara; aunque yo no dejo de preguntarme si realmente, ese segmento social conservador, en el advenimiento de la Revolución, no vio sino la posibilidad de que una reacción contra ella propiciase el triunfo carlista que hasta entonces habían impedido los odiados «isabelinos»; pero quizá en esta sospecha esté pesando demasiado el infantil recuerdo de un viejo carlista de Herencia, que, ante la menor contrariedad y viniese o no a cuento, se lamentaba amargamente: «¡desde que reinó Isabel II, está España perdía!». Y no considero al tío Casto (que así lo llamaban) con los suficientes conocimientos históricos como para no pensar que tal exclamación no era sino un elemento más de la «tradición» heredada de sus antepasados. Probablemente de los mismos que, en el año 1868, pretendían proclamar como rey a don Carlos en algunos pueblos de nuestra provincia.


LA «GUÍA» y SU AUTOR

 

Y en este contexto, de unos españoles que quieren cauces más liberales y progresistas, frente a otros que hasta los que había consideraban excesivos. Sería bueno saber qué opinaba este notarla del Ciudad Real de la época. Que no estaba alejado de la intensa impregnación política del país, o al menos que no quería estarlo, lo prueba el hecho de que dedica su «Guía» a un diputado de las Cortes elegidas ese mismo año, de los seis que habían salido por esta provincia. Y no se trata del absolutista obispo de Jaén, nuestro paisano Monescillo; sino de don Enrique Cisneros y Nuevas, del que espera grandes cosas, dada su actuación como gobernador y alcalde corregidor de la capital y, de ser ciertas las actuaciones que le atribuye la «Guía», no lo hizo mal con nuestra capital: «La creación del Hospicio, de la Casa de maternidad y de expósitos, y de las escuelas normales superiores de maestros y maestras; el ensanche del Instituto de segunda enseñanza y del Hospital, la construcción de la Puerta de Ciruela y de las fuentes públicas, la mejora del aspecto de las calles, plazas y paseos, la celebración de una exposición de agricultura, la restauración del santuario de Alarcos, la erección del monumento consagrado a la memoria de Hernán Pérez del Pulgar, el de las Hazañas; el proyecto de desecación de los Terreros, el de construcción de un edificio para las oficinas del Gobierno de la provincia y de otro para un Presidio modelo, y por último el de creación de una Escuela de Párvulos». Y aunque la verdad es que tales merecimientos justifican sobradamente que se le dedique una guía de la localidad al que tanto la benefició, pienso, por el contexto de algunas observaciones de don Domingo, que la dedicatoria se debe también a cierta afinidad Ideológica con el gobernador y alcaide-corregidor, que lo fue desde 1858 a 1863. Debió ser, pues, don Enrique Cisneros y Nuevas, hombre de la Unión Liberal, puesto que duró en el cargo lo que el Gobierno de aquella formación política en la que militaron gentes de diversas procedencias (algún comentarista de la época les llamó por ello «resellados») y que tendían a un progresismo sin demasiadas estridencias. Deshecha la Unión Liberal, el que fuera alcaide-corregidor se nos aparece como diputado, no sé si progresista o Unionista, en la constelación de grupos ideológicos que conformaron a los «septembrinos». Y por ahí es por donde creo que habría que buscar las inquietudes políticas de nuestro autor.

De ser cierta esta adscripción política, no deja de extrañar el hecho de que en la lógica reseña histórica que sirve de introducción a la descripción de la realidad ciudarrealeña de 1869, don Domingo Clemente comience su reseña histórica, no por la Fundación de Ciudad Real, sino con la historia de aquellos bandoleros, conocidos como los «Golfines» que aterrorizaron el desamparado territorio que se extendía entre los Montes de Toledo y Sierra Morena, y que justificaron la creación de las Hermandades, que en número de tres, se establecieron en Ventas con  Peña Aguilera, Talavera de la Reina y en el propio Pozuelo de Don Gil y que fue conociendo los nombres, o mejor, antenombres, de «santa», «real» y «vieja» y que cesó en su actuación de prender, juzgar y castigar malhechores en 1835. Quedando aún, en los tiempos que nos ocupan, su corcel en el número cuatro de la calle Dorada y con ese nombre conocida, aunque fuese ya cárcel del Juzgado. La explicación de esta poco aparentemente progresista preocupación, podríamos encontrarla, o bien en la creencia de que el tema puede, ser de gran importancia a la hora de fijar cierta justificación al modo de ser de nuestras gentes y al hecho de que vierte una interesante visión histórica sobre la durísima Hermandad, recogida de los deseos de los Reyes Católicos al respecto, y que, seguramente, podía ser muy del gusto de un septembrino como era don Domingo Clemente y es el hecho de que la Santa Hermandad «constituyera un contrapeso formidable para la oligarquía».

 

Domingo Luis Sánchez Miras. Diario “Lanza” 14 de agosto de 1987. Especial Feria de Ciudad Real


La Guía de Ciudad Real de Domingo Clemente


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