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lunes, 25 de abril de 2022

CIUDAD REAL, EN 1869 (II)

 

 
Vista de la Plaza Mayor a principios del siglo XX con el desaparecido ayuntamiento


POBLACIÓN y URBANISMO

 

No sabemos exactamente cuál era la población de la capital de la provincia en aquella fecha, porque la «Guía» remite al último censo, el realizado en la noche del 26 de diciembre de 1860, y que arrojaba un total de 10.366 habitantes; pero, en cualquier caso, no hay por qué pensar que en nueve años había registrado un cambio significativo, pues del censo que da don Pascual Madoz, referido a dieciséis años antes, tan sólo se había registrado un incremento de ciento treinta. Y el número de habitantes comprende tanto a los que viven en el casco de la ciudad, como a los que lo hacían en viviendas que están fuera de él, por lo que, teniendo en cuenta que el veinte por ciento de las viviendas permanentemente habitadas lo estaban diseminadas por poblados y caseríos, hay que considerar que el casco urbano de Ciudad Real tenía bastantes menos de diez mil. Si pensamos que la provincia contaba con 242.991 habitan tes, no es aventurado considerar que la hegemonía de capitalidad le venía más dada por su designación político-administrativa que por otra cosa. Daimiel y Valdepeñas tenían más habitantes; casi los mismos Almagro; y menos (aunque pasando los seis mil), Alcázar de San Juan, Tomelloso y Herencia. Y quizá sea en esa situación, en la que haya que buscar la tradición de llamar a nuestra ciudad «la capitaleja»; expresión que aún se puede escuchar de labios de algunos habitantes de nuestra provincia. Y esta expresión hoy puede ser exagerada; pero no en exceso: Ciudad Real ha pasado de representar el cuatro por ciento de la población provincial, a tener el diez. Es un exiguo crecimiento comparado con el trasvase de población que se ha registrado en otras provincias, y ello puede tener su explicación en el hecho de que nuestro crecimiento sólo ha sido el que corresponde al de la complejidad de los servicios administrativos. O si lo prefieren, se ha desaprovechado, y hasta quizá evitado, el establecimiento de otras fuentes de riqueza y vida que otras capitales han sabido poner en marcha, aprovechando su naturaleza de capitalidad. Y, de esta forma, hoy, como ayer, como hace ciento veinte años, nos conformamos con ir sobreviviendo gracias a los puestos de trabajo y relativa riqueza que la burocracia ofrece. Y la «Guía», una vez más, nos brinda, esta vez «a seusu contrario», un notable ejemplo: Puertollano, en esa época, contaba con menos de tres mil habitantes. Sobran los comentarios.


 
A principios del siglo XX la feria se celebraba en el centro de la ciudad. Feria de 1913


Esta circunstancia hace que el Ciudad Real de mediados del pasado siglo, no fuese urbanísticamente una maravilla. Pascual Madoz denuncia expresamente el mal estado de las murallas, los solares y huertos del casco urbano y «basureros y otros usos más impropios dentro de una capital». Al tratar de edificios importantes, advierte «que por cierto no son tantos ni tan suntuosos como debía esperarse, atendiendo a la importancia que desde los primeros tiempos se dio a esta capital». Pero Domingo Clemente, sin duda más encariñado con nuestra ciudad, es más benevolente, aunque se le note en un aprieto a la hora de poder describir edificios civiles notables. Sí, en cambio, se muestra claro cuanto al describir las calles dice que «éstas son largas, casi rectas, espaciosas, con buen empedrado y con salidas naturales, de suerte que para ir de un extremo a otro de la ciudad, apenas hay que dar la vuelta a dos o tres esquinas», Y quizá aún más optimista se muestra cuando describe los paseos de la ciudad, dando como muy buenos los trozos preparados al efecto de la Ronda, además de la Corredera (dotado hasta el paso a nivel de árboles y asientos), las carreteras de Madrid y Puertollano y, ¿cómo no?, el Prado. Deliberadamente dejó aparte el Campo de la Libertad y el Pilar El primero, por desaparecido y el segundo, por todo lo contrario: por estar siempre presente en la vida local. Del primero, dice la «Guía» que era una «hermosa planicie de más de tres hectáreas, que se extiende al Este de la población, cerca de la Puerta de Calatrava, y en el mismo sitio que por largo tiempo llenaron unas infectas lagunas terraplenadas en el ocio último...» y añade que: «la acertada distribución del terreno, y el gran número de árboles que ya cuenta, se hacen muy a propósito, por esto y por su situación, para el paseo de invierno». Y en cuanto a la Plaza del Pilar, una vez más el cariño que hacía Ciudad Real siente don Domingo, le hace ser especialmente benévolo, cuando afirma de ella que «es una pequeña glorieta de forma irregular que, con sus anchas y enarenadas calles de árboles en que se dispone de asientos de piedra y con su fuente, ocupa casi toda la plazuela que le da nombre. En ella se encuentra el pozo, origen del primer nombre que llevará la ciudad», sin advertir (aunque lo confiese en otro lugar) que «...a fines del siglo pasado se abrieron unas cloacas muy profundas, las cuales, teniendo su principio en la plazuela del. Pilar, siguen la dirección de la muralla entre las puertas de Alarcos y la de Santa María por fuera de la población y llegan al Guadiana». Siendo, pues, de suponer, que el hecho de ser el lugar de recepción de aguas pluviales ... y algo más, para encaminarlas a través de las llamadas «minas» hacia el Guadiana, debía constituir una circunstancia poco agradable, por más que nuestros paisanos no fuesen entonces tan exigentes con estos detalles. Y aunque la «Guía» no lo haga aparecer como «paseo», qué duda cabe que debía serlo, e importante, la Plaza Mayor, entonces Plaza de la Constitución, con un aspecto bastante parecido al que tenía con el derruido edificio del Ayuntamiento.

 

El casino desde su construcción en el siglo XIX, fue el centro de reunión de la alta sociedad capitalina

 

VIDA ECONOMICA

 

Pequeños almacenes, tiendas y otros establecimientos públicos son descritos con minuciosidad suficiente como para redondear la imagen de una ciudad de vida muy tradicional, en la que el comercio y la industria alcanzaron unas cotas bastante bajas, como corresponde a una burguesía poco emprendedora, que se siente satisfecha con ir desgranando los días, sin ansiar demasiadas aventuras empresariales. Seguramente, una vez más, el juicio, referido a los habitantes de la provincia, puede ser esclarecedor: «muchos pueblos hay que no conocen otro ejercicio que el de la agricultura y cría de ganado, y si en ellos se estableciesen industrias, por los acaudalados que pueden hacerlo, como ha sucedido en algunos otros, veríamos las gentes aplicadas con gusto al trabajo, cambiando notablemente de aspecto: dígalo Valdepeñas que se ha hecho un pueblo industrioso, habiendo sido antes haragán y pordiosero: tales son siempre los maravillosos efectos que causa la protección bien entendida de los ricos sobre los pobres». Esto se escribió en 1850, justamente en la época qué nos ocupa. El lector sabrá si sigue vigente; aunque sí quiero sólo hacer una corta advertencia, por si pudiera ser fruto de reflexión: esta indolencia que Madoz atribuye a una burguesía poco emprendedora no se rompió, ni cuando se estableció el ferrocarril a Badajoz desde Alcázar unos años antes de la aparición de la «Guía», ni cuando se inauguró la línea directa a Madrid un año después, y ahora, Ciudad Real está en puertas de otro acontecimiento ferroviario, que no sé si esta vez seá mejor aprovechado.

 

Vista de la Plaza del viejo Instituto en 1916


CULTURA y ENSEÑANZA

 

Poco habla don Domingo Clemente de fiestas populares, ciñéndose a citar los ocho días de feria de agosto. «Durante ellos -explica- la plaza de la Constitución y las calles de la Feria y Mercado Nuevo son los puntos de más reunión, y especialmente el 15 por tener lugar la procesión de la Virgen del Prado, y el 16 y 17 en los cuales suele haber corrida de toros». Nada más; aunque por otros documentos se puede colegir que algunos de los ahora resucitados, que han existido de forma intermitente, también se celebraban en la época. Se ve que no eran tenido por demasiado importantes por el autor.

Contaba nuestra ciudad con un teatro pequeño, de veinte años de antigüedad, sito en la calle de Toledo, y que fue edificado gracias a la iniciativa de varios vecinos. Como también a la iniciativa de particulares se fundó el casino de la Amistad en 1865, sito en la calle de Caballeros y que seguramente contaba como socios con los más notables vecinos; aunque no creo que fuese homologable en boato al de otras ciudades (al menos en aquella época), debido a lo poco elevado de la cuota, que estaba fijada en 12 reales mensuales, que era el precio de seis cafés, o de seis cervezas, e inferior en dos reales a la comida de la fonda de la estación. Y también se inauguró el mismo año en que aparece la «Guía», seguramente como un fruto de la Revolución de Septiembre el Casino Popular, ubicado en la plaza del Pilar, y que cuya descripción transcribo por considerarla de vital importancia como descripción de los aires progresistas de la época: «Creada esta asociación en el corriente año con el fin de constituir un centro donde se difundan y discutan los principios democráticos, con el de proporcionar instrucción -fundando un Ateneo- y con el de procurar el recreo y la unión de los socios, ha venido a llenar una necesidad que hace tiempo dejábase sentir en la capital. Además de los salones destinados a tertulia y al servicio del Ateneo y conferencias, hay gabinete de lectura, mesa de villar, etc., etc. ». Ignoro la vida que tendría este casino, al menos en su primitiva concepción de motor de la cultura popular, aunque me temo que sería poca. El ambiente de la restauración no fue especialmente propicio para éstas, ni para otras instituciones progresistas, y es de suponer que el Casino Popular debió acabar pronto como tal, aunque quizá persistiese físicamente, al igual que en otros sitios, como un centro con tintes democráticos, frente al «casino de los ricos». Pero, en cualquier caso, el intento de este Ateneo provinciano, junto con la acción de la Sociedad Filarmónica de Nuestra Señora de las Mercedes constituida en la calle del Gato, creada también unos pocos años antes, suponían un importante elemento de culturalización de un segmento de la población de Ciudad Real.


Una de las escuelas existentes en Ciudad Real en 1913



Otro segundo, el más numeroso, necesitaba de acciones más enérgicas. Según el censo de 1986 que don Domingo maneja, la gran mayoría de la población era analfabeta cuando sobrevino la revolución. De la totalidad de habitantes, más del setenta por ciento eran analfabetos, y sólo el veinticuatro por ciento sabían leer y escribir. El resto, sólo sabía leer, pero no escribir. Y gracias a lo pormenorizado del informe, es posible constatar hechos curiosos, pero perfectamente explicables. De la minoría capaz de leer y escribir, la mayor proporción (con mucha diferencia) corresponde a los varones, lo que no hace sino confirmar la secular injusticia de prestar más atención a la educación del hombre, que a la de la mujer. Pero son muchas más las mujeres que saben leer sólo, que los hombres, y ello sólo tiene una explicación plausible, que los que trabajamos en la enseñanza conocemos de sobra: al autodidactarse resulta más sencillo aprender a leer que a escribir, lo cual indica una mayor preocupación por parte de las ciudarrealeñas de la época en romper con su situación de analfabetismo. Y como el he[1]cho no es insólito, tomen nota del argumento las feministas.

Pocas escuelas tenía nuestra ciudad para hacer frente a la situación de analfabetismo popular. Don Domingo Clemente nos reseña nueve públicas (cuatro de enseñanza primaria para cada sexo y una para adultos) y siete públicas (una de adultos y el resto divididas para cada sexo). Tampoco tenía excesiva importancia el hecho de su naturaleza de públicas o privadas, puesto que en ambas los alumnos habían de pagar, aunque «en las públicas -advierte la «Guía»- la enseñanza es gratuita para los niños pobres». De todas formas, y teniendo en cuenta que de las seis públicas, dos eran del Hospicio y otras tantas las anejas a la Escuela Normal, no parece aventurado afirmar que la mayor parte de la iniciativa en el terreno de la enseñanza primaria, correspondía a la del maestro que establecía su escuela donde ganarse la vida. Y seguramente en mayor medida de la que refleja don Domingo Clemente, al que su condición de subinspector de Enseñanza le impediría reconocer públicamente la existencia de esas escuelas «de amigo», contadas por el romance de Góngora y que prácticamente han durado hasta nuestros días, en los que una persona titulada, a cambio de unos céntimos, se comprometía a transmitir unos saberes elementales con mayor o menor éxito.


La Plaza del Pilar en los primeros años del pasado siglo


Para formar maestros, contaba nuestra capital con dos Escuelas Normales: la Superior de Maestros y la de Maestras, de las cuales estaba mejor dotada (¡una vez más!) la primera que la segunda. Pero, en cualquier caso, sólo gracias a la Revolución de septiembre se puede hablar de ellas, y de su carácter de «superiores», pues «La Gloriosa» suspendió el decreto por el que quedaban suprimidas. Decreto, por cierto, debido a un paisano, diputado a Cortes por la provincia, que, de no ser por el derrocamiento de Isabel II, hubiera suprimido el único centro superior de su circunscripción. De todas formas la condición de «Normal Superior» habrían de perderla las nuestras apenas iniciado el siglo XX, en el que quedan integradas en el Instituto, y en la que tan sólo se podía obtener el título de «maestro elemental; pero eso fue pasajero, casi una ironía en la que la Normal se venía a integrar en el centro que ayudó a hacer: e1 Instituto de Enseñanza Media. Instituto que, en sus primeros tiempos, se instaló provisionalmente en la Normal de Maestros y cuyo primer director (don José María Anía) lo era de la Normal. Pero eso ocurría en 1843. Siete años después, ya era Instituto de primera categoría, frustrándose algo que podía haber cambiado la vida de Ciudad Real, como era la aprobada, pero no realizada fundación de una Escuela Industrial. Entre otras cosas, fallaron los ayuntamientos. Cuando aparece la «Guía», el Instituto Provincial de Segundá Enseñanza, en el edificio que hoy ocupa el de Santa María de Alarcos, cuenta con buenas instalaciones docentes, con once catedráticos, un internado y «un Observatorio Meteorológico, distinguiéndose bajo este punto de vista el Instituto de Ciudad Real, por ser uno de los pocos que cuentan con estación de este género en España». Y no hace falta haber vivido en 1869, para haber conocido ambas cosas juntas. Creo que es uno de los recuerdos más queridos de muchos ciudarreleños de nacimientos y adopción.

Y así se podría seguir desgranando· lo que describe, y evoca, la «Guía de Ciudad Real, por don Domingo Clemente, profesor de, Escuela Normal e inspector de Primera Enseñanza», editada en 1869 en el Establecimiento Tipográfico de esta capital.


Domingo Luis Sánchez Miras. Diario “Lanza” 14 de agosto de 1987. Especial Feria de Ciudad Real

 

Niñas del Colegio de San José en los años cincuenta del siglo XX


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