Una mañana de la primavera de 1942 estaba yo en la oficina de Coronela del Regimiento de Artillería, en la que me había pasado casi dos años como secretario del Coronel Primer Jefe de la Unidad Militar que guarnecía Ciudad Real, venteando ya mi inminente licenciatura como artillero, cuando llegó a informarse de la labor que había de realizarse en dicha dependencia mi buen amigo y compañero en las tareas de Prensa Elías Gómez Picazo. Elías acababa de iniciar su Servicio Militar y yo me había permitido proponerlo a mi Coronel para que me sustituyera.
Pronto quedó informado de la tarea que había de realizar y nos quedamos charlando hasta la hora de salida del Cuartel.
Acabada de pasar la Semana Santa, aun con
poco fuste por los recientes daños de la guerra, pero ya se estaban rehaciendo las hermandades, con
ilusión y esfuerzo, que años más tarde, gracias a ciudarrealeños beneméritos y
al apoyo del comercio y del vecindario de la capital, alcanzaría altas cimas de
esplendor, con nuevos “pasos”, lujosas túnicas y valiosos estandartes.
En la conversación me dio a conocer Elías la idea de la creación de una hermandad, la del Silencio, que había surgido en los Círculos de estudio que celebraban las Juventudes de Acción Católica de Ciudad Real, para formación y apostolado, en los locales de la calle de la Mata, en el antiguo colegio de los Marianistas, que fuera conocido como la Casa Popular, aunque su verdadero nombre era Instituto Popular de la Concepción. La sugerencia de ese grupo de jóvenes -Elías era por aquel entonces Presidente Diocesano de la Juventud Católica- me pareció de perlas y como es natural me sumé a ella, diciéndole que contase conmigo como uno más de los fundadores de la Hermandad del Silencio.
Me recuerda Elías que en aquellas fechas
del año 42 -yo me licencié en Mayo- se comenzó a publicar en el cuartel de
artillería la revista “Senda”, de apostolado castrense, portavoz de los
Círculos de Estudio en los que participaban buen número de jóvenes militares,
quienes al tener noticia de la fundación de la nueva hermandad se sumaron a
ella con entusiasmo.
Lo cierto es que enseguida se puso manos a la obra y se constituyó la Junta Directiva, presidida por Elías como fundador, en la que quiero recordar -perdón por si hago alguna omisión- figuraban Ángel Plaza, Félix García Muñoz, José María Peña, Antonio Serrano, Ángel López y Pedro Contreras, que fue quien pintó el estandarte guion que aun desfila con los cofrades en la madrugada del Jueves Santo. Yo decliné participar en la junta porque estaba implicado ya en dos hermandades, la del Ecce-Homo, de la que era Hermano Mayor en esas fechas, y la del Ave María, cuya entusiasta Junta Directiva, que presidía Hilario Richard y de la que yo formaba parte, ya había logrado adquirir una nueva imagen de la Virgen de los Dolores, cuyo valioso manto se había salvado, y que cerraba la procesión ciudarrealeña en la tarde noche del Viernes Santo.
El grupo de fundadores de la nueva
hermandad se puso en contacto con el párroco de San Pedro, el recordado don
Emiliano Morales, entusiasta de la Semana Santa y cuyo gusto artístico era bien
patente, ya que se quería que fuera en esa parroquia donde quedara constituida
canónicamente la cofradía del Silencio. A don Emiliano le pareció de perlas la idea
que le fue expuesta, el sentido apostólico y de penitencia que se quería para la
hermandad, en aquel entonces hacían su salida los dos días principales de la
Semana Mayor.
Don Emiliano -según me recuerda Elías- le habló al grupo de fundadores de una vieja hermandad de disciplinantes que hubo, en la Edad Media, en su parroquia, hermandad que llevaba por título “Escuela de Cristo”, y que sacaba en procesión un Cristo y una Virgen.
Por desgracia, no fue posible hacerse con los reglamentos de dicha hermandad, pero su espíritu fue el que guió la creación de esta nuestra, con sentido penitencial y de caridad, así como austeridad en el hábito, más de acuerdo con las tradiciones castellanas y por eso se pensó en vestir el hábito franciscano, de color negro, sin capillo alto y con la cruz de Jerusalén como emblema.
Para salir el primer año no se contaba con
imagen, por falta material de tiempo y también, por qué no decirlo, por no
contar con dinero para ello, aunque todos los hermanos contribuimos desde el
primer momento con nuestras aportaciones económicas relativamente modestas.
Pero el joven hermano mayor tenía buenas relaciones con los religiosos del
Corazón de María en cuya iglesia, ya desaparecida, se veneraba una imagen del
Cristo de la Misericordia, colocada en una capilla frente a la entrada, imagen
que nos dicen había sido donada por Aurita Gómez, hermana de Elías, quien
expuso a los Padres Misioneros, tan queridos en nuestra ciudad, el deseo de los
cofrades del Silencio de poder sacar en procesión la imagen del Cristo.
El Padre Serrano fue el principal valedor de la petición formulada por el grupo de jóvenes y la Comunidad accedió gustosa a prestar la imagen, y así fue como salió el primer año, sobre unas andas improvisadas que fueron cedidas por el padre del Hermano Mayor. La Hermandad acordó que a ser posible, fuera un padre misionero del Corazón de María quien dirigiera las meditaciones del Vía Crucis a lo largo del recorrido procesional y así se estuvo haciendo bastantes años. Por otra parte, los Padres Franciscanos de un convento de la Provincia cedieron uno de sus hábitos y un par de sandalias para que sirvieran de modelo a las túnicas y calzado que habían de llevar los penitentes.
Pero el entusiasmo de los cofrades del
Silencio, cuyo número iba en aumento en cantidad estimable, lo que servía de
azicate a la directiva, deseaba dotar de imágenes propias a la hermandad, entre
otras cosas porque el Cristo cedido, por los Padres del Corazón de María estaba
hecho en pasta de madera y corría el peligro de estropearse con el movimiento
de las andas. Y fue don Emiliano Morales, sorprendido un poco por el entusiasmo
de quienes integraban la nueva hermandad en su parroquia, quien puso en
contacto al Hermano Mayor con el escultor valenciano Rausell, para que tallara
la imagen de la Virgen del Mayor Dolor y el Cristo de la Buena Muerte, que
quedaron así como titulares de la cofradía. Me recuerda Elías que se permitió
sugerir al escultor que se inspirara, para la imagen de la Virgen, primera que
se hizo en las dolorosas de Juan de Mena, y para el Cristo en el célebre de
Velázquez, por su actitud serena. Luego, más adelante, fue el propio don
Emiliano quién dio a la directiva el nombre de Francisco Hurtado, también valenciano,
para que realizara las andas de ambas imágenes.
La Hermandad el Silencio quedó constituida a lo largo de 1942, siendo el párroco un valioso valedor para facilitar la aprobación por la autoridad eclesiástica y ya al año siguiente, en 1943, hizo su primer recorrido procesional, sacando ya algunas cruces, que no se portaban por el mismo cofrade durante toda la carrera, sino que se turnaban, ya que eran bastantes los que tenían interés en llevarlas. Quiero recordar igualmente que el primer cofrade que se puso cadenas en los pies fue en cumplimiento de una promesa durante su tiempo de permanencia en prisión, al parecer por motivos políticos.
Elías Gómez, con el que colaboraron también su hermano Ricardo y Pepe Cid para sacar adelante el proyecto de formar una hermandad de tales características penitenciales, fue Hermano Mayor varios años, pero ya casi al final de los años 40 hubo de pedir el relevo motivado por su profesión de periodista en el diario Madrid, que le forzaba a permanecer en la Capital de España durante la Semana Santa.
Del crecimiento de la hermandad del Silencio, sin duda por la valiosa semilla de aquel grupo de fundadores, hasta constituirse en la más numerosa de cuantas integran nuestras procesiones, no necesito yo hacer aquí en estas líneas un mayor aval. Que no se pierda la primitiva idea de penitencia es el deseo de este cofrade, que tiene a orgullo -santo orgullo- de figurar en la lista de la hermandad con el número 3.
Cecilio López Pastor. Revista “Costalero”,
Semana Santa de Ciudad Real 1990
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