Hay en nuestra Catedral nueve imágenes grandes de la Santísima Virgen: Nuestra Señora de la Anunciación, Nuestra Señora de la Visitación, Nuestra Señora de Belén, Nuestra Señora de la Epifanía o de los Reyes, Nuestra Señora en su Purificación, Nuestra Señora de S. Ildefonso, Nuestra Señora en su Coronación, Nuestra Señora del Prado y Nuestra Señora de los Dolores… Las ocho primeras advocaciones en el retablo mayor, de Giraldo de Merlo, del siglo XVII; la de los Dolores, en su Capilla baja el coro del órgano y cantores. Otras imágenes, más pequeñas, presentan a la Virgen en las diversas escenas de los misterios dolorosos que están a la base del retablo, sustentando los pies de las columnas dóricas que inician la composición arquitectónico-escultórica que caracteriza la bella nave del primer templo diocesano.
La ilación de las dos imágenes más veneradas la aprendí en la confidencia de aquella buena señora, -esposa y madre y abuela-, con tantos años, “y con tan poca fortuna” -decía ella:
-“No tome como queja lo de mi “poca
fortuna”, padre. En esta Catedral he aprendido yo desde muy joven a estar muy
serena en manos de Dios. Cuando vengo con mucha pena, me paso primero a ver a
la Virgen de los Dolores: me siento comprendida por ella, y yo también vivo su
dolor… Luego, me pongo ante la Virgen del Prado, tan hermosa, triunfante, en su
trono, con tanta luz y tantas flores, y me digo: “¡total, una mala noche es una
mala pasada…! Si en las cosas de Dios, siempre pasa igual: Todo termina en
gloria…” Y me quedo tan tranquila. Cuando es al revés, también hago yo al revés
la visita a la Virgen: Primero le rezo a la Virgen del Prado, y me embobo
mirándola, porque la verdad es que está hermosa -¡y no digamos cuando la veo
como ahora en su carroza!-; pero, luego, salgo visitando a la Virgen de los
Dolores -¡coincidirá Ud. Conmigo, padre, en que es también preciosa!-, y
siempre me parece que me dicen: “a aquella corona se va por esta corona”; y se
me van los ojos a la corona de espinas del Hijo o a los dolores que coronan el
corazón de esta Madre bendita…”.
Nunca había yo caído en la cuenta de esa maravillosa relación pascual: la Virgen Gloriosa y la Virgen Dolorosa. Luego lo he aconsejado a mucha gente y el itinerario se ha hecho más común. Veo a muchos cristianos que saben sufrir y saben gozar y se me viene a la mente la sospecha de que quizás va siendo la MADRE la que va instruyendo a tantos hijos: de la prueba a la alegría, del gozo a la contrariedad, del dolor a la gloria…, pero siempre en Dios: Todo vivido con el rostro amable y confiado con que María aparece a los que la contemplan, sea envuelta en el negro solemne de la Cruz o en el oro de la Asunción.
“Nido de amores”, nos refería mi madre que había ella oído con complacencia nombrar a la Virgen. Y de tal tesoro me parece nido la Catedral entera, que siendo morada del Santísimo Sacramento de la Eucaristía -como todo templo ha venido ya a ser-, alberga tal espectro de advocaciones de Santa María.
Los versos del añejo madrigal suben del corazón a los labios:
“Más vale trocar
placer por dolores
que estar sin amores”
La constante de la historia de la salvación es apodíctica: El amor siempre triunfa, “es más fuerte que la muerte”.
En la lección estaba todo claro: A la
Catedral se va a avivar el AMOR, y LOS DOLORES de Nuestra Señora convencen de
que con las penas no se eclipsa el horizonte de la GLORIA.
M.I. Sr. D. Antonio Lizcano, Chantre de la S.I.B. Catedral. Revista de la Semana Santa de Ciudad Real 1986
No hay comentarios:
Publicar un comentario