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sábado, 2 de marzo de 2024

“JESÚS, VENDAO” (II)

 

El paso de “Pilatos” de Zapater destruido en 1936


Pues, por este callejón único, tradicional, intocable, pero ampliable con la parte suprimida, haría yo pasar, ¡si resucitarla pudiera!, y encuadrada en la Pasionaria de Santiago, como antaño, la hermandad de “Jesús Vendao”, con una imagen castellana, discreta, en materia noble tallada, emotiva, y no de muñequería, de molde. Cofradía limpia de cochambre, pero rescoldo, vivo, de la antigua: Cristo llevado a hombros sobre andas sencillas, con pocas luces en farolillos sin flores, con baldaquino de caídas rojas, y, muy cerca, ¡como reliquia! El estandarte, viejo, de la aniquilada Santa Espina. Acompañando al Cristo, irían penitentes silenciosos, con túnicas groseras, rojas –que el rojo es el color de la parroquia, y del correspondiente al de cada uno no deben prescindir las cofradías respectivas. Severos austeros penitentes con pobreza piadosa y ejemplar alumbrado con rojos cirios humeantes. Una procesión pasionaria “fósil” cuidada, pulera, selecta, en contraste bello y embellecedor, de la riqueza y brillo de las otras existentes y, ¿por qué no?, un tanto frenadora de pintoresquismos, que pudiera asomar apartándolas del sabor local, centrado, nuestro; sin desviaciones, doradas, levantinas que no nos van ni fuertes barroquismo, meridionales, --que nos es imposible copiar, ni superar innecesarios y contraproducentes, si deseamos mantener una Semana Santa de carácter propio: manchega.

Quiero recordar que, hace tiempo, Montoya Blanco, me contaba su pensar sobre estos resurgimientos añosos, necesarios, que están esperando “Jesús Vendao” “los Judíos, de San Pedro”, la Enclavación, de la Merced y ¡es posible para la Santa Espina!

Devolved a la carrera los trozos arrancados. Mirad que las dificultades y estrecheces, en las calles del camino, y la oscuridad nocturna, discreta, y el sol, en las mañaneras, a retazos con las sombras de las tapias, hacen más sugestivos y encantadores los desfiles por las angostas del barrio de Santa Cruz de Sevilla y en Granada, y en las irregulares plazas de Cuenca, y en la vega murciana, y en las estrechas y encrucijadas cuestas toledanas, y en las escalonadas calles de Zamora. Mirad que la amplitud de las calles deshace el embrujo y convierte las pasionarias en una procesión más y eso no es.

 

El misterio de la Enclavación que procesionaba la tarde del Viernes Santo


La entrada de los pasos en la calle de la Estación, contemplada desde ella o desde la de Toledo, es uno de los momentos más emotivos de la Semana Santa nuestra y, este año, el único desde el siglo XVII, nos lo va a arrebatar, lamentablemente, una previsible, capa caliza encontrada al hacer las obras de pavimentación.

El que viene, a este instante de emoción, ensoñador, unámosle los suprimidos: la sombra de una cruz y la de un Cristo, sangrante, pintándose en las carcomidas piedras de la –estará ya por fin, almenada?—torre de Santiago, al pasar entre ella y “los panteones” y las casas de “la Carrata” y de “Menchita”, las casas arrodillándose, al entrar la Virgen, perchelera en la calle que, de la Cruz Verde, a Santiago conduce; el árbol místico, deshojado todavía, que, con los de dos de sus últimas ramas, se afana en arrancar la corona, punzante, de las sienes, doloridas, del Crucificado, parado; la aparición del Nazareno en la aseada plazuela de San Francisco, donde llegue prócer calle Dorada arriba; el Cristo del Perdón, sin sombras, bajo el sol de mediodía, saliendo de la Estación del Vía Crucis y pasando por delante del convento de las Carmelitas, asomaditas a las celosías, altas, de su palomarcico teresiano; la Soledad, cruzando las esquinas de la Paz.

Pensar hay que medir, y remedir, anchuras de calles y calcular, con tino, y resolver, con cordura, y hacer los tronos, y distribuir las imágenes en ellos, para las calles y para las puertas de las iglesias, y no al revés, tal que ese portalón cochero, feo e innoble, que abrieron en Santiago o aquella puerta con ermita –no ermita con puerta— en que convirtieron los Remedios. Cremalleras que sumerjan los cristos, hasta el pecho, en las andas, al salir por puertas inverosímiles; palios que, al milímetro, salvan, con precisión perfecta, sin rozar, la ojiva del pórtico o el balcón saliente, entre voces de mando, secas imperativas, justas, cumplidas con disciplina increíble, en medio de un silencio de escalofrío. He aquí un motivo, precioso que no supimos integrar a lo mucho, bueno, hecho, y zanjamos del peor modo la dificultad.

Y bengalas, muchas bengalas multiplicadoras de sombras y matices. Ellas sí que con característica pincelada, sin par, que endulza la penumbra que deben tener en la procesión nocturna, nuestras calles; que hacen chorrear sangre de los Cristos; que hacen rubios las lágrimas, hialinas, de las Dolorosas; prenden claveles, grana, y piropos en las blondas negras, de mis paisanas; envuelven saetas manchegas, taladrantes, viriles; dejan regueros de fuego, por el camino que lleva Jesús, para que la Luna, llena, envidiosa, se los sorba.

 

Julián Alonso Rodríguez Diario Lanza martes 5 de abril de 1955


Un hermano del Ecce-Homo en la segunda década del siglo XX


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