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viernes, 23 de diciembre de 2016

DE MI AYER. ACADEMIA, GOBIERNO CIVIL Y ESCUELA DEL MAGISTERIO



Al escribir Academia me refiero a la General de Enseñanza de tan brillante y transcendental historia en la provincia. Habrá quienes guarden recuerdo de gratitud para esa conocida casa, la número 1 de la calle de Caballeros. En cuanto a mí, en sus aulas logré mi porvenir. En 1909 cursé el sexto del Bachillerato para hacerme, seguidamente, Maestro Elemental, con cuyos dos títulos me habilité para, con toda modestia y gran perseverancia, alcanzar los grados de Licenciado en Derecho y poco después el de Filosofía y Letras.

Así con discreta preparación humanística alternaba estudios y trabajo que me hicieron independiente.

Cuando en 1915 ingresé en filas ya era Abogado y la intervención de D. Miguel, con una de sus paternales recomendaciones, me permitió pasar un buen servicio en el Cuartel de la Montaña, como recluta del Regimiento de Ingenieros de Telégrafos.

De la Academia salí para vestir uniforme, toga y medalla. En sus paredes amparadoras hallé cobijo. Del mismo ambiente participaron D. Benjamín Ortiz Román, Magistral de la Catedral de Oviedo y D. Fermín Hervás, Capellán Castrense. La Academia era obligada antesala de destinos públicos mediante oposición. Bajo su techo pude simultanear la enseñanza y la oficialía de este Gobierno Civil.

Las tres fechas más recordadas de mi vida están vinculadas en el centro. El 17 de marzo de 1917 debutaba en la Audiencia Provincial de la calle de la Mata. El 4 de abril de 1921 partía para Badajoz para desempeñar mi primer puesto estatal adscrito como funcionario de Gobernación. Y el 8 de septiembre de 1923 quedó atrás mi soltería para levantar en la misma calle número 13, el feliz hogar, complemento de mi existencia.


Así que en lo material podía discurrir por todas las dependencias de la casa a oscuras o con los ojos vendados sin riesgo de equivocarme. Y en lo moral fueron tantas y tan variadas las vicisitudes pasadas; y mi alma vibró con intimidades escolares, episodios políticos, antagonismos sociales, acaso desengaños juveniles que formaron mi carácter con temple adecuado para enfrentarse con situaciones cualesquiera. De 1909 al 1928 pasaron 19 años de experiencias de gran provecho humano.

República, revolución, guerra civil y liberación me alejaron de esta ciudad, perdiendo el inmediato contacto con mi habitual residencia. El año 1928 reclamó mi atención el Instituto Elemental de Peñarroya-Pueblonuevo. Regresé el 5 de abril de 1939 para incorporarme a la Secretaría Provincial de FET y de las JONS. Vine con las tropas, con tiempo para despedirme, para siempre, de D. Miguel, apretando sus manos y besando su frente. ¡Mi primera lágrima de la paz! Se moría el buen valedor. Pepe Selas, el fiel sirviente, fue testigo.

Mas tarde se produjo el desquiciamiento de la Academia. Con su director cayó todo. No ha vuelto a ser lo que fue, pese a la actividad de no pocos titulares de la enseñanza y del prestigioso empeño de nobilísimos colaboradores.

No solo se cerró para la docencia, sino que el oficinismo masivo, con ritmo de mecánicas sistematizaciones desdibujó el perfil netamente educativo de su tradición escolar.

El Gobierno Civil continuó alojado en el principal izquierdo de la casa. Pero un atardecer (no quiero recordarlo), ardió parte del inmueble, que hubo que evacuar, quedando en ruinas las timeras y paredones espectrales, techos hundidos y huecos calcinados. Rabioso llanto, hijo de impotencia remediadora, me llenaron de tristeza por segunda vez: la Academia se nos iba definitivamente.


Se remozó por fin la estructura arquitectónica, pero quitándole sus graciosos balcones y celebrados voladizos, suprimiendo muros y tabiques, llevándose aquella aula de cristal, centro de la casa, la clase de párvulos que rigió con modos helvéticos D. Amadeo Poissat; y se instalaron dependencias y clases al servicio de la Primera Enseñanza y de la Inspección del Magisterio e incluso para la Escuela Normal.

No duró mucho esta renovación contemporánea de la entrada del actual Prelado en la diócesis. Una inolvidable mañana, con ribetes de catástrofe frustada, se desplomaron los techos de las aulas del primer centro pedagógico, sin resultados trágicos. Pero el susto fue tremendo. Cerrado como una sepultura: cortado al tránsito ese pasaje que separa el edificio del Casino, y que fue recreo de tantas muchachadas al acecho de lo que pasaba en el salón de baile, lugar de feliz encuentro de los primeros albores de amor, soñaba nuestra desidia.

La Academia fue. Ya no es. Signo de muerte y resultado del quehacer devorador del tiempo, se ve, a modo de centinela simbólico, en el mismo sitio que recibía generación tras generación las ilusiones de abuelos, padre e hijos.

En el corazón de la ciudad, el sitio más codiciado y concurrido. Bien cerca del Palacio Episcopal, a la misma distancia que siempre se mantuvo del Instituto Nacional de Enseñanza Media. En el itinerario de los que van al Hospital, de las que buscan la clausura carmelitana, en plena riada de esa juventud llena de ilusiones para las que quedó, en Instituto Femenino.


¿Cuándo cesará esa desagradable visión que ofrecen los restos materiales de la más genuina de las instituciones docentes de la Mancha?

Mucha amargura y penosa contrariedad supuso conocer el tercer desgraciado desenlace de la Academia. Nos faltó a muchos algo así como el sentido de conservación cuando se cerró el histórico centro. Recuerdo su estandarte azul que se conservaba junto a la bandera nacional en sendas vitrinas de la simpática biblioteca del centro, tan visitada por los aplicados. No nos lo perdonaremos jamás. Y conste que son muchos, muchos, muchos los que en ella aprendimos ciencia, ética, buenas lecciones frustradas al no mantener su continuidad.

¿Qué vendrá después de todo esto que señalo? Sus puertas cerradas y los techos hundidos, con el pasaje de Pérez Molina interceptado, por emparedamiento, dan la sensación de cuerpo inerte, sin vida, muerto. Pero sigue el Casino, de plácida vecindad, único que nos evoca… eso: el regocijo de sus fiestas oídas furtivamente y vistas desde los dormitorios de la Academia de D. Miguel, así, sin apellidos, don Miguel, Todo pasó. Proceso vital con luz, sacrificio, servicio, fuego, escombros.

C.C.G. Boletín de Información Municipal nº 29, marzo de 1969


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