Estamos Durante el desayuno veo pasar a mí lado, personajes, la mayoría con prisa (otros no). Taxistas, pintores, banqueros, viajantes, ganaderos, albañiles y un limpiabotas.
la ciudad se está despertando y empieza a escribirse el diario de la vida. La calle, la cafetería, tiene sus gacetillas, sus sucesos, se habla de deportes, de toros, de quinielas … Pero sobre todo, de este zumbido de colmena periodística emerge un personaje, un raro ejemplar de nuestro mundillo cotidiano que va cargado con su pequeña industria en la mano: una caja de limpiabotas que casi nunca abre porque los clientes son escasos.
Nuestra historia la podríamos fechar en un frío de enero del año 1990. Nuestro personaje, "Pololo", que había dormido bajo una escombrera del I.N.P., con unos cartones por colchón. Desgreñado, sucio y helado, pide un café y una copa de coñac, había que entonar el cuerpo. Los aires de la mañana no acarician ilusiones para Francisco García Bustamante, Pololo, que años atrás dejó una residencia de pobres en Almagro por. incompatibilidad con los compañeros y se vuelve a su Ciudad Real. Parte de una casa que le dejó su padre se ha perdido. El dolor va cerrando su cerco y poco a poco va dejando a un hombre sólo, taciturno, introvertido, donde sus pensamientos y atenciones van hacia dentro; hacia sus propios sentimientos. Sólo con algunos se atreve a hablar y contar sus desdichas, sus muchas noches a la intemperie y su poca o nula alimentación. Uno de esos días nos lo contó a nosotros. Hicimos una gestión con el entonces alcalde Lorenzo Selas y poco después Pololo fue recogido en un hospital de la capital por cuenta del municipio.
Dormir en lecho blando
Las primeras noches no sabía dormir en un lecho, blando y nos contó que tuvo que hacerlo en el suelo hasta que se fue acostumbrando. Más tarde se le proporcionó una casa en el barrio Vista Alegre, entre unos pocos se la amueblamos y desde entonces allí vive y duerme, pero sigue con su timidez y su caja de limpiabotas a la espera de que algún cliente le requiera sus servicios.
Con sus cerca de 70 años a la espalda, Pololo y su menuda figura medio achaparrada sigue toreando a pecho descubierto las cornadas de su soledad y de su hambre con enorme resignación. Medio sordo, medio ciego, nunca sabes si te escucha o te ve.
Hace unas noches se sentó a nuestro lado y
le ofrecimos parte del aperitivo que estábamos tomando en el Bar Trini. "Con
esto ya he cenado, nos comentó". Su cuerpo, según parece, le permite poca
cosa. Llevo desde los doce años en el oficio y por mis manos han pasado zapatos
de toreros; comerciantes; banqueros y hasta ministros; antes era otra cosa,
ahora el oficio no da para nada, pero yo sigo".
Este es Pololo, el último limpiabotas de la capital, el hombre que hace más de medio siglo comenzó a escribir, quizá sin saberlo, un hermoso capítulo de esa historia que narra la lucha más antigua que recuerdan los siglos; el hombre frente a la soledad y el dolor.
Joaquín Muñoz. Diario
Lanza, jueves 4 de abril de 1996


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