IMPORTANCIA DE LOS ARCHIVOS PARROQUIALES
Todos los
investigadores reconocen, y lo tiene bien comprobado, que los libros parroquiales,
principalmente los registros de bautismos y de entierros, son un verdadero arsenal
de noticias históricas. Es frecuente el recurso a ellos por cuantos,
conscientes de que “así como una persona sin memoria ha perdido su propia identidad”
(1), tampoco nuestra vida se explica sin sus raíces, intentan elaborar su
árbol genealógico. Y no son pocos los investigadores que, para sus estudios
históricos sobre diversos temas, recurren a estos libros. Y cómo lamentan unos y
otros la destrucción de algunos archivos parroquiales de importantes parroquias
ocurrida en 1936, pues este lamentable hecho les obliga muchas veces a
abandonar sus investigaciones.
Yo quiero llamar
hoy la atención sobre los libros de difuntos de la parroquia de San Pedro, de
Ciudad Real. Ofrezco a los lectores algunos textos de ellos y un conjunto de
datos extraídos de los mismos, y que considero huellas de instituciones y usos
de la ciudad.
Dichos libros
comienzan en el 1708. Los he ojeado desde su comienzo hasta junio del año 1851,
aunque tengo que confesar que muy por encima. Si tenemos en cuenta, además, que
en el primer libro hay muchas páginas que resultan ilegibles por haberse
borrado la tinta, no respondo de la exactitud de las cifras que doy luego, pero
pienso que no diferirán mucho de las reales.
La mayoría de
las inscripciones suelen ser breves. Contienen la fecha de la muerte, la recepción
de los sacramentos, el nombre y edad del difunto, su estado civil, el hecho del
testamento, la categoría de los funerales y sufragios. En algunos casos se
detallan las memorias y mandas del testador, detalle que puede resultar un exponente
de la religiosidad y de la categoría social del difunto. No se anota la causa
la muerte, excepto en los casos de ejecución capital.
Es
precisamente este hecho de la ejecución capital el que determina las
inscripciones más prolijas, que son importantes porque ponen de manifiesto, en
primer plano, el papel y la actuación en Ciudad Real de dos hermandades
antitéticas: la Santa Hermandad Vieja de Ciudad Real y la Hermandad de la
Caridad de la parroquia de San Pedro. Son dos hermandades de signo contrario:
la primera es la ejecutora severa de la justicia; que la segunda mitiga con la
misericordia y la piedad. Nos dan a conocer además otras circunstancias de
interés de las ejecuciones.
Aunque es
bien conocida la Santa Hermandad Vieja de Ciudad Real y su severidad en la
persecución de los delincuentes, nos resulta novedosa la actuación de la
Hermandad de la Caridad de la parroquia de San Pedro, que asistía cristiana y
humanamente a los condenados.
Los libros parroquiales de San Pedro, guardan mucha información sobre
Ciudad Real
UN ACTA EJEMPLAR
El acta que
trascribo a continuación es un modelo concreto de estas partidas, y es más importante
porque el Cura que la firma se remite en su actuación a otra anterior, la
primera que he encontrado, y que se repite casi a la letra en la mayoría de las
restantes actas. La he tomado del libro 4, fol. 243 vuelto y siguientes.
Advierto que actualizo la ortografía, utilizando la moderna en lugar de la
original, y que completo palabras abreviadas cuando resulta posible. El texto
es completo, pero se omiten los nombres de los ejecutados.
“Tres ahorcados (2). En la ciudad de Ciudad Real, en veinte y siete días
del mes de Marzo de mil setecientos sesenta y cinco: habiendo recibido los
Stos. Sacramentos de Penitencia y Comunión Viático (3), N.N., alias N., desertor del Regimiento de León, N.N. y N.N. alias N., desertores
del Regimiento de la Victoria, fallecieron en suplicio de horca, en la plaza de
esta ciudad, cuyos cuerpos fueron decapitados, en las manos derechas cortadas,
y clavadas en las Puertas de la Cotet (4) Real, de Alarcos, Toledo, y Arcos
de dicha Plaza; y con aviso que me comunicó Dn Joseph Ureña, Regidor y Teniente
de Alguacil mayor en dicha ciudad por en ministro ordinario estando en mi
Iglesia Parroquial del Sr. Sn. Pedro, recogí en andas y ataúd, ayudado de los
sacerdotes y demás eclesiásticos de referida mi Iglesia, y de otros de igual carácter
y diversas personas seculares hermanos de la Santa. Escuela de Cristo, a los
que, a este fin, como para que pidiesen limosna en esta dicha ciudad los tres días
y noches que referidos reos estuvieron en la Capilla, convidé y supliqué me
asistiesen, y acompañasen al Sto. Cristo de la Cofradía de la Caridad de dicha
mi Parroquia, que de manifiesto estaba en el altar con dos faroles a las
puertas de la umbría de ella en todos tres días y noches, lo que hicieron, y
así mismo el ir con su Majestad formados en dos filas en las conclusiones de
cada reo en el suplicio, llevando al Señor por guión como se ha acostumbrado
siempre en iguales ocasiones, con una banda morada puesta en los hombros del
licenciado. Dn. Joseph Balarguer de Lara, Beneficiado de esta mi Parroquia, abogado
de los Reales Consejos, el cual practicó la misma diligencia en el año pasado
de mil setecientos cuarenta y dos, día cuatro de marzo, en que fueron
ajusticiados con pena ordinaria otros dos reos, como consta en el libro de
difuntos de dicha mi Iglesia, que principia en el mil setecientos treinta y
siete y finó en el mil setecientos cincuenta y uno, al folio cincuenta y siete
vuelto, que al presente está en el Archivo de ella, en donde se expresa que los
sacerdotes de dicha Iglesia, y hermanos de la Santa. Escuela de Cristo, convidados
por el licenciado. Dn. Francisco García Ruescas, Cura propio que entonces era
de dicha Iglesia del Sr. Sn. Pedro, a nombre de la referida Cofradía de la
Caridad y su Santa. Escuela de Cristo practicaron las obras de piedad con el
mayor esmero; y con el mismo método de la Cofradía y Guión se hizo la remoción
de los tres cuerpos decapitados, llevándolos a hombros en las expresadas cajas
y ataúd desde el comedio de dicha Plaza, donde estaban en el suelo, hasta los
portales contiguos a los arcos del balcón de hierro propio de la memoria que en
dicha Parroquial fundó el licenciado Dn. José Díaz Jurado, Cura que también fue
de ella, en donde se quedaron de cuerpo presente entre cuatro hachas de cuatro
pabilos, que ardían hasta la hora de las cinco y media de la misma tarde, que
señalé para hacer su entierro, para el que convidé, a nombre del Sto. Cristo de
la Caridad, y supliqué, por mi cargo, a las Iglesias Parroquiales de Sta. María
y Santiago, las que con sus cruces parroquiales y respectivo clero concurrieron
a la dicha mi Iglesia, de la cual, formados procesionalmente, como se
acostumbra, y el Sto. Cristo de la Caridad, que llevaba el referido Licenciado
Balarguer entre las cruces de Sn. Pedro y Santiago, y yo, el dicho Cura, la
capa pluvial, fuimos a donde estaban dichos cadáveres, y de allí amovidos, se
condujeron a mi dicha Iglesia procesionalmente, incorporándose con dicho clero muchos
religiosos de las comunidades de esta ciudad, y asistiendo varias cofradías de
mi Iglesia y las de las Ánimas de Santiago y Sta. María, con solo la cera que
les dictó su piedad, y en esta forma fueron sepultados en las sepulturas inmediatas
a la grada de la Capilla Mayor, en que estaban enterrados los dos reos
referidos del año de cuarenta y dos, y en otra hacia el altar de Ntra. Sra. de
la Caridad, sin que por ellas de rompimiento llevase mi Iglesia maravedí
alguno, y al día siguiente les dije, con la misma asistencia de eclesiásticos
de las tres parroquias, vigilia y misa de cuerpo presente, todo de limosna; y por
las almas de dichos reos y feliz tránsito de ellas a la eternidad, se
distribuyeron en misas de a tres reales mil ciento u ochenta reales, que se
recogieron de limosnas, de las cuales se celebraron en mi Iglesia la mayor
parte en los días 26, 27 y 28 de dicho mes, por todos los sacerdotes seculares
y regulares de esta ciudad y otros lugares, a cuyo efecto puse cuadrante
general, previo aviso, a parroquias y comunidades, y después repartí el sobrante
a referidos sacerdotes y comunidades y tomé los recibos correspondientes,
siendo no pocas de dichas misas repartidas de privilegio, para las que mi dicha
Iglesia, sin interés alguno, puso el consumo de cera y mixto; y en el día de
dicho suplicio, la piedad de algunas personas de ella dieron cera que ardió en
la mañana de él en todos los altares, desde la hora de las ocho en que en el
altar mayor se patentó el Santísimo Sacramento hasta las doce, poco más o
menos, que se reservó Su Majestad, habiendo venido el Santísimo Cristo de la
Caridad con los que a su Majestad acompañaron, cuando fueron los tres reos a
sufrir la pena de muerte, como dejo expresado; mientras de la cual y su ejecución,
se dijeron misa cantada, y otras cuatro rezadas de limosna y se previene que el
Sábado de Ramos, llamado vulgarmente el de Lázaro, bien de mañana, se
recogieren las cabezas y manos de dichos tres reos, continuando los ejercicios
de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Caridad, así como en Madrid y Toledo
lo practican las cofradías que allí hay fundadas en igual día, y se les
entierre en aquella hora en las sepulturas de sus respectivos cuerpos por
diversos eclesiásticos que me acompañaron, y fue preciso hacerlo así en dicha
hora porque con la corrupción no daban lugar para más dilación, y lo firmo ut supra=
Dn. Pedro Herranz.”
INSTITUCIONES Y PRÁCTICAS Y ESTADÍSTICA
De la
lectura de la precedente acta y de las de otros ajusticiados, se deducen las siguientes
conclusiones:
1. La Santa Hermandad ejecutaba por ahorcamiento a sus reos
en Peralbillo, y tenía en el lugar un arca de piedra, es decir, un sarcófago,
para que, pasado el tiempo, se pudiesen depositar en ella los despojos de los
cadáveres, que recogiesen por misericordia personas piadosas.
2. La justicia ordinaria ejecutaba a los condenados, en
casos que creemos más sonados, en la plaza pública por garrote o ahorcamiento;
en los demás, por disparo de arcabuz o fusil, extramuros, en el Pozo de las
Nieves junto a la Puerta de Santa María, y después de 1835 a la salida de la
Puerta de Granada, en la Corredera junto al camino de Miguelturra, en el Santo
Cristo del Muro (5).
3. A las ejecuciones se les daba un carácter
ejemplarizante. No eran sólo cumplimiento de la justicia sino también un
disuasivo para el futuro. Por eso, el trato dado a los cadáveres en casos de
ahorcamiento o garrote podría tacharse de inhumano, cruel y a veces hasta burlesco:
a) el cuerpo de los ahorcados en Peralbillo a media
mañana, se descuelga a media tarde, se le decapita (colocando la cabeza en una
caja o arqueta para izarla después en sitio llamativo), se cuelga de nuevo y se
deja colgado hasta que los restos caigan despedazados y alguna persona piadosa
los recoja y deposite en el arca o sarcófago que hay en el lugar;
b) en un
caso del año 1776, al cadáver de un reo se le hace cuartos y se deja cada uno a
la orilla de un camino principal, mientras la mano derecha se abandona junto a
otro; a su vez, el cadáver del otro reo, permanece colgado hasta que, al cabo
de un año (según nota marginal añadida después a la partida), el párroco de San Pedro con la Cofradía de
la Caridad, presididos por el Santo Cristo, va a recoger los restos y
depositarlos en el arca del lugar y luego celebran sufragios por él en la
parroquia;
c) la
intervención piadosa de los hermanos de la Cofradía de la Caridad y de otras personas,
que en la correspondiente partida se dicen “de carácter”, logra el 14 de
diciembre de 1816, que el cadáver de un ajusticiado por garrote en la plaza
mayor, cadáver que era “conducidoen una cuba en la que se hallaban pintados
diferentes animaluchos ponzoñosos y varios géneros de sabandijas, hasta la
Puerta de Alarcos, y con la asistencia de la Justicia, con el objeto de
conducirlo y arrojarlo a las corrientes del río Guadiana”, sea extraído de la
cuba y, una vez amortajado con hábito de San Francisco, sea conducido procesionalmente,
como en los entierros ordinarios, hasta la iglesia parroquial, donde se le da
sepultura y se ofrecieron sufragios.
4. El número de ajusticiados es pequeño en los primeros
años en que actuaba la Santa Hermandad hasta 1835, pero crece notablemente con
la actuación de la Justicia ordinaria durante los años de las guerras
carlistas. Comúnmente no se indica la causa de la condena, pero es curioso ver
cómo una mano distinta se atrevió a añadir tiempo después al margen de algunas
partidas: asesinado, o mártir del odio de los judíos, y caiga la maldición de
Dios sobre los asesinos cobardes de tantos mártires.
Reja de la desaparecida Casa de la Santa Hermandad que se encontraba en la
calle Libertad
En total he
contado 203 ejecutados. De ordinario, las ejecuciones son de un solo individuo,
pero también se encuentran de grupos de dos, de tres, de cuatro, de cinco y
hasta una de siete. Hay que añadir tres inscripciones de entierro de nueve
individuos acuchillados (alguno no identificado), cuyos cadáveres recogieron
los soldados en los términos de Poblete y que probablemente fueron asesinados
por las partidas.
En cuanto a
la clase personas ejecutadas, la mayoría son varones (jóvenes, mayores y ancianos),
pero se encuentran también cuatro mujeres, una de ellas de ochenta y un años, y
otra que muere con su esposo. Se haya hasta un sacerdote, capellán de la
partida del Orejeta, y un oficial innominado, de la partida de D. Ventura, del
que nadie dio razón.
5. Queda por reseñar la actuación y el papel que
desempeñan en este asunto la Hermandad del Santo Cristo de la Caridad,
establecida en la parroquia de San Pedro, y los hermanos de su Escuela de
Cristo, según aparece en el texto de las partidas de difuntos de los
ejecutados. Aunque cuanto sigue tiene presente las ejecuciones la Hermandad
Vieja de Ciudad Real, es aplicable también, en cuanto cabe, en los casos de
ejecución por la Justicia ordinaria en la ciudad.
a) Esta
actuación no se presenta como una innovación sino como algo tradicional, como
se afirma ya en la primera partida de ejecutados y como se lee en la que hemos ofrecido
de ejemplo, que hace referencia, además, a similares de Toledo y de Madrid.
c) Cuando el
reo entraba en capilla, en la que permanecería tres días (a veces se abreviaban),
la Justicia lo avisaba al Párroco para que pudieran asistirlo y administrarle
los sacramentos.
d) El
Párroco trasladaba el aviso inmediatamente a los hermanos de la Caridad y les invitaba
para que durante esos tres días, a toque de campanilla, recogiesen limosnas
para misas y otros sufragios, que se aplicarían después por el ejecutado.
e)
Inmediatamente también se colocaba entre dos faroles frente a la cárcel, en la
puerta del templo parroquial, la imagen del Santo Cristo de la Caridad,
vulgarmente llamado el Cristo de los Ahorcados.
f) Al salir
el reo a media mañana para su ejecución, los hermanos de nuestra cofradía, formaban
en procesión, presididos por el Santo Cristo de la Caridad, que llevaba un sacerdote,
y, acompañaban al reo, rezando rosarios, hasta el lugar del suplicio. Allí se colocaban
con la imagen frente al cadalso, para que el reo se consolara contemplando la sagrada
imagen. Tras la ejecución regresaban a la ciudad.
g) A media
tarde volvían al lugar del suplicio y cuando la Justicia, después de decapitar
el cadáver, ordenaba colgarlo nuevamente, los hermanos le suplicaban a voces que
no lo hicieran, sino la Justicia se diera por cumplida y permitiera enterrar el
cadáver, a lo que se solía acceder, de manera que este gesto terminó por
considerarse un derecho.
h) En los
días siguientes se celebraban en la parroquia la misa exequial y otros v sufragios,
invitando a esos actos al clero de las otras parroquias y conventos, y se
distribuía entre los sacerdotes de iglesias y conventos la cantidad recaudada
en sus pericones para que celebraran más misas.
Este
procedimiento, como he advertido antes, tiene presente a los reos condenados
por la Hermandad Vieja de Ciudad Real, que eran ahorcados en Peralbillo, se
mantuvo en lo principal también en las ejecuciones dentro de la ciudad hasta
que se multiplicaron los fusilamientos a partir de de 1835. Entonces la
permanencia de los reos en capilla se reduce a pocas horas, durante las cuales
se prestan los auxilios espirituales a los condenados, pero no cabe realizar
los actos previos a la ejecución establecidos por la Hermandad de la Caridad en
sus estatutos. Se recuperan, sin embargo, incluso los tres días de capilla, en
el caso de un condenado a garrote en la plaza del Pilar el año 1838.
JOSE JIMENO CORONADO (Cuaderno del
Instituto de Estudios Manchegos número 38 http://biblioteca2.uclm.es/biblioteca/Ceclm/ARTREVISTAS/Cem/CEM38_jimeno_hermandades.pdf)
(1) Benedicto XVI el 21-XI-2012.
(2) Omito los nombres por delicadeza.
(3) Añadido entre líneas Viático.
(4) Lectura dudosa Corte.
(5) No hay noticia de una ermita con
este título. Podría tratarse de un edículo adosado al exterior de la muralla o
de distinto muro. En su entorno también se enterraron ajusticiados.
Lienzo de muralla
donde ajusticiaba la Santa Hermandad (junto al camino del cementerio (comienzos
del S. XIX). Dibujo de José Golderos Vicario publicado en su obra “Ciudad Real.
Siete Siglos a Través de sus Calles y Plazas”
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