Cuentan las viejas crónicas, que la
alegría del sol no bastó a desvanecer la tristeza del ambiente y de las almas.
Desde bien temprano las gentes
abandonaron sus viviendas, para inquirir desasosegadas y piadosas por última
vez. La misma interrogación pendía de todos los labios, “¿No ha llegado el
indulto?”.
Rigorista, un tribunal había aplicado
todo el peso de la ley, a dos desventurados. La vida que Dios le dio, en nombre
de la ley, dispondrían de ella los hombres. Grave como el delito debería ser la
pena. En un momento de inconsciencia, llevados por un pronto de loca
ignorancia, un cabo y dos soldaditos, de guardia en el presidio de Almadén
abandonaron el sagrado deber que se les confiara y ya que se creían libres, perseguidos
por la Guardia Civil hicieron frente a la fuerza armada.
Se les condenó a muerte, en Consejo sumarísimo.
Al amanecer tocaron diana las trompetas.
En el Cuartel de la Misericordia, los soldados del regimiento de Garellanos,
entonces en guarnición en nuestra ciudad, uniformados como en días de parada
aguardaban el instante doloroso. A todos ellos le sonaban en los oídos, como
golpes de martillo, las palabras del Código militar: “Pena de muerte y otras
penas mayores”.
Diputados y senadores, las fuerzas vivas
de la capital y de la provincia, habían elevado mensajes al Rey, en súplica de
perdón.
Y lo hubo, para uno de los tres
sentenciados; aquel que cometió el delito a impulsos de los otros. Horas antes
de la hora de la ejecución se le separó de sus compañeros, para comunicarle el Fausto
suceso, pretextando su conducción a otro lugar por ser de sobra reducido el de
la capilla. No lo creyó así uno de los reos, el cual al ver partir al indultado
volviéndose hacia el que con él habría de sufrir el trance supremo, dijo: “Este,
va indultado”.
Media hora antes de le ejecución, el
Regimiento de Garellano, al mando de su coronel y con bandera y música, partía
del Cuartel de la Misericordia y en llegando a sitio próximo a la portada de la
Plaza de Toros, lado de la Puerta de Toledo, el corneta de órdenes ordenaba
alto. Durante el tránsito, el algarero pasacalles militar sonó en los oídos de
la gente á marcha fúnebre.
El Regimiento
Garellano se creó en Ciudad Real, pasando posteriormente al País Vasco donde
sigue residiendo actualmente
Los reos fueron por su pie, entre un
piquete de soldados con bayoneta calada, auxiliado por varios sacerdotes. La
gracia de la prerrogativa regia no les alcanzó. No hubo para ellos
misericordia.
Jóvenes y viejos lloraban. La
muchedumbre habíase congregado en el lugar de la ejecución, y todos los
corazones latían el unísono por idéntico sentimiento de piedad; todos los
pechos suspiraban agitados por la misma intensa simpatía.
El dolor y el amor hermanaban a todas
las almas. Solo la ley permanecía fría, hermética, inflexible.
A las siete en punto se destacó el
piquete del resto de la tropa, y previas los preliminares de rigor, una
descarga de los que fueron sus compañeros, puso término a las vidas de los
infelices soldados.
Abatidos, sintiendo honda pesadumbre,
tristeza infinita, dolor sincero, regresaron los vecinos de la ciudad manchega
a sus viviendas. Apenas transitaron gentes por las calles aquel día; se hablaba
en voz baja, como en las noches de duelo. A su cuartel regresó el regimiento de
Garellanos, con la marcialidad de siempre, erguidos los soldados, con la frente
levantada y el pecho fuera. Sonando en sus oídos las frías palabras del Código
Militar: “Pena de muerte y otras penas mayores…”
En las murallas de la ciudad, a unos
cuantos metros de la puerta de Toledo, todavía se advierten las cruces de los
fusilados.
¿Vivirá algún indultado? Conmutada le
fue la última pena por la de cadena perpetua, y beneficiado por otros indultos
luego, a los diez años volvió a la ciudad a expresar su gratitud al pueblo
generoso é hidalgo. Las gestiones que hizo un día aciago le salvaron la vida.
Si vive el superviviente del triste y
ejemplar suceso, ¡como se acordará de aquel momento de locura que les hizo quebrantar
la disciplina de soldado y el deber ciudadano, y cómo se estremecerá su espíritu
al recordar las terribles horas que estuvo, en la capilla, umbral del sepulcro,
antesala de la ejecución!
Soldados de hoy, y mozos que mañana seréis
soldados: No olvidar el suceso; haced que jamás se entivie en vuestro pecho “la
interior satisfacción”…
ISAAC
ANTONIO (EL PUEBLO MANCHEGO Año VII. Número 1937 - 1917 junio 28)
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