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domingo, 3 de marzo de 2019

EL CARNAVAL DE HACE UN SIGLO EN LA REVISTA VIDA MANCHEGA



CARNAVAL GROTESCO. COMENTARIOS A LA FIESTA

Ha habido un paréntesis en la crisis nacional.

El pueblo que, muriendo de hambre, se sintió justiciero, ha olvidado unos días sus rencores y ha dado rienda suelta a una alegría desenfrenada. Se nos antoja como una paradoja macabra el carnaval de este año; no lo imaginamos como una danza loca de famélicos, poseídos de lujuria y embriaguez, -pálida la faz por la anemia, inyectados los ojos por el latigazo del sexo- alredor de una bacante trémula de lascivia.


A no haberlo visto dudaríamos de la verdad del cuadro. Y, ante la evidencia de esta realidad, nos maravilla la exuberancia de energías de este pueblo, que sabe reír a la miseria y a la muerte, como aquellos otros españoles de la corte de Nerón que se llamaron Lucano y Séneca.

Y nosotros—españoles al fin,—obrando como tales, damos de lado a los halagos, que una actualidad trascendente nos brinda y dedicamos este número al carnaval.


Pasó ya, la loca caravana de la alegría. Hundióse en los abismos misteriosos del pasado, el cortejo de Momo y aun queda como un eco, la sonoridad cascabelera de la farándula. Huyó la alegría y nos queda pesadumbre en el ánimo; la magna pesadumbre de lo irremediable, la atroz melancolía de la impotencia ante el Tiempo, que pasa humillándonos en el vencimiento.

Recordamos Pierde la realidad la rudeza de los hechos y toma suavidades de terciopelo en la penumbra del recuerdo. Y este recuerdo del antruejo que pasó, rima mejor –perdida su estridencia- con nuestra sensibilidad.


Hacía dos años que no habíamos visto el carnaval en nuestro pueblo y vinimos este año a pasar las Carnestolendas entre los paisanos. Guardábamos un amable recuerdo de la fiesta grosera, en la que fuimos tan groseros como los demás cuando actores, tan aburridos cuando espectadores. Y sin embargo, añorabamos en la ausencia el carnaval del pueblo con sus mascarones astrosos, sus bromas soeces, sus borrachos eructadores. Queríamos recordar los días alegres del bachillerato, en que cubríamos nuestro rubor con una máscara para hablar con la novia niña. En nuestra evocación surgía la imagen de la calle clásica, albergue tradicional de la fiesta; la calle legendaria, que queda todavía perfume de romance viejo de moros: la calle de Morería. Rompía el encanto de su silencio apacible, la gárrula muchedumbre abigarrada, el estridor de los cencerros de un pastor, enmascarado con los atributos de su ganado, la risa alborotadora de las mujerzuelas vestidas de colorines, que escapaban de los cubiles prostibularios a lucir los encantos, ajados por el abuso, en busca de galán; la burda comparsa de bárbaros cantando coplas de aviesa intención y rima deplorable; el serlo personaje mudo que hace reír con sus muecas a la párvula concurrencia, el carro de borrachos adornado de pámpanos.


Este año hemos encontrado una inesperada sorpresa Ciudad Real ha dado una prueba de buen gusto celebrando la fiesta carnavalera en el paseo de Alarcos. No hay sitio más a propósito en nuestra ciudad para un carnaval artístico, como el de este año. Nuestras damitas—tan simpáticas y tan animadas como todos los jóvenes, pese a algunos pesimistas—nuestras lindas paisanas, han prestado a la fiesta el encanto de su gallardía; ellas dieron la nota alegre y elegante tripulando las carrozas.


Ha sido el pasado un bello carnaval.

Un carnaval grato al que también el tiempo ha prestado hermosura con su bonanza primaveral y con un sol abrileño que aumentó la alegría y el entusiasmo.


Y sin embargo, nosotros hemos sentido la nostalgia de la calle tradicional, sucia y antiestética, que guarda todavía el prestigio legendario de un viejo romance morisco.

Alberto Gª López.

Revista Vida Manchega. Año VIII, Nº 225, Ciudad Real 5 de marzo de 1919


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