En nuestra católica España eran las Cofradías o «Hermandades de legos», piadosas asociaciones de laicos que se proponían como fines: primero, el cumplimiento más intenso y exacto de sus deberes religiosos, pero en comunidad; y después, prestar su cooperación al clero en las funciones y ejercicios del culto. Eran, en consecuencia, una especie de órdenes religiosas de seculares, que usaban trajes especiales en las solemnidades públicas, llevaban insignias propias y contribuían de una manera directa a dar solemnidad a los actos del culto y a participar en las procesiones eclesiásticas.
Estas Hermandades servían, pues, como medio de enlace entre el estado laical y el religioso, entre la vida secular y la vida regular, y el gran desarrollo que lograron en los siglos XVI y XVII no fue más que una resultante lógica del intenso y frecuente culto de los Santos, que se fomentó a raíz de la Contrarreforma, es decir, a consecuencia de la verdadera Reforma de la Iglesia establecida en el Concilio Tridentino.
Los
disciplinantes españoles de esta época, que hay que distinguir de las demás
sectas europeas de flagelantes, con sus mortificaciones y penitencias,
antecedente directo de las procesiones de Semana Santa, no son otra cosa que
una adaptación al estado laical de las maceraciones, cilicios y disciplinas que
se practicaban en los conventos desde siglos antes. Estas penitencias y
ejercicios de mortificación, ya fuera en las Iglesias o en otros lugares, pero
siempre en el seno de las Cofradías, y que solían realizarse en forma de
procesiones o de rogativas públicas, eran muy frecuentes en aquella
época, como se deduce claramente del pasaje del Quijote (1,52), en el que
Cervantes describe una procesión de disciplinantes.
Ciudad Real no podía constituir una excepción en la España de entonces. Y ya desde el siglo XVI hay noticias ciertas de la Hermandad del Santo Cristo del Perdón y de las Aguas, cuya última advocación adoptó al haberse celebrado una rogativa en cierto año de gran sequía y caído durante la procesión las primeras gotas sobre la imagen del Santo Cristo. Síguele, quizás, en antigüedad, la Hermandad de Jesús Nazareno y la del Santo Sepulcro, establecida esta última en Santa María del Prado y cuyo Hermano Mayor «obsequiaba con un moderado refresco».
En un notable trabajo de investigación, la Srª. Dª. Isabel Pérez Valera de López-Salazar, ha demostrado que gran parte de nuestras Cofradías de Semana Santa tienen una antigüedad mayor que la que se hace constar en folletos y guías divulgadoras. En el capítulo 11 de su obra «Ciudad Real en el siglo XVIII» da noticia detallada de la existencia de veintinueve Cofradías, once de las cuales desfilaban en las procesiones de Semana Santa.
Además de las
citadas, ya existían entonces las de la Enclavación, Descendimiento y Nuestra
Señora de los Dolores. La primera, desgraciadamente desaparecida y aún sin
restaurar, celebraba una función de honras con su «Quadrante de Misas para los
Hermanos vivos y difuntos» y los gastos de merma de cera de la procesión, que
ascendían a unos 250 reales, los pagaban entre todos los Hermanos. En cambio,
en la Cofradía de la Dolorosa, «el Hermano Mayor sufragaba de su caudal los
gastos... de 400 reales o 500, a que ascendía la Misa, sermón y pólvora».
En la Hermandad del Misterio de la Oración del Huerto, radicada en la Parroquia de San Pedro, el gasto era menor, unos 150 reales, y el «leve refresco» se celebraba el Domingo de Ramos.
En la Parroquia de Santiago había por entonces dos Hermandades del Santo Ecce-Homo: una, en la que los cofrades costeaban cera, procesión, función y Misa y solamente el refresco era obsequio obligado del Hermano Mayor, y otra, la del «Santo Ecce-Homo sentado», con reglamentación similar. En la misma Parroquia ya estaba fundada la Hermandad del Santísimo Cristo de la Caridad, cuyos componentes asistían en corporación al Salmo del Miserere que se cantaba los miércoles de Cuaresma, y tenía la particularidad de que los Hermanos Mayores eran dos y pagaban a medias los gastos de la procesión del Jueves Santo.
Por último, también existía en el siglo XVIII la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad, establecida en el desaparecido Convento de San Francisco. Aquí, la función religiosa se costeaba con las limosnas de los fieles.
Estos valiosos
datos, aún poco conocidos, que hemos entresacado de la meritísima obra citada,
demuestran que la investigación sobre la Historia de nuestras Cofradías y
procesiones de Semana Santa contribuirá al mejor y más completo conocimiento de
la Historia misma de Ciudad Real. Tal es la compenetración secular entre
nuestra capital y sus más veneradas instituciones religiosas.
Francisco Pérez Fernández. Revista “La Pasión”. Semana Santa Ciudad Real 1962
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