El término procesión viene del latín y significa “avanzar caminando”. La iglesia reconoce hoy como propias de su identidad y de su liturgia: La procesión de ramos en el domingo que abre la Semana Santa; la procesión del lucernario de la Vigilia Pascual, en torno al cirio encendido; la procesión del Corpus Christi en el día de su fiesta; la prescrita, de modo no obligatorio, para el día de la Candelaria, o sea la presentación de Cristo en el templo. Las demás procesiones cristianas, aunque propiamente hablando no son “litúrgicas”, tienen un gran valor por cuanto manifiestan una honda significación en la vida de los creyentes. De alguna manera, simbolizan y expresan la propia vida: salen de un templo para volver al templo recorriendo un camino en común.
Si no existiera la Semana Santa con sus
cofradías y hermandades, habría que inventarla, porque en nuestra sociedad
contemporánea, la Semana Santa con sus múltiples Cofradías se convierte en un
muro de contención del secularismo que nos invade, y cada Semana Santa nuestra
sociedad queda reciclada para continuar el resto del año con la memoria del
Misterio celebrado y procesionado. Porque nuestras procesiones pueden parecer
un espectáculo, pero poner en escena las procesiones de Semana Santa, con sus
imágenes, sus cortejos, su incienso y sus velas, sus túnicas, sus bandas de
música y sus costaleros es cosa de todo el año, de todos los años. Y es cosa
que involucra a cientos de personas. En las Cofradías y Hermandades se va
acumulando el paso del tiempo y va dejando un poso de solemnidad, de
popularidad, de fervor y piedad, de vivencia del Misterio que transforma la
vida y hace presente a Dios en la calle. Todo está empapado de Semana Santa, y
cuando pasa el Señor en cualquiera de sus imágenes, tan expresivas, y su Madre
santísima bajo palio, llena de dulzura y misericordia, se estremece el corazón
de miles de personas al ver que el Misterio se acerca hasta su propio corazón.
La Semana Santa no puede vivirse sin fe. Quitarle esa fe es vaciarla de contenido, dejarla hueca como una carcasa que no lleva nada dentro. La Semana Santa procede de la fe y genera la fe. Por eso su lugar es la comunidad cristiana, la Iglesia, y más concretamente, la Iglesia católica donde esa piedad popular ha sido alimentada a lo largo de los siglos. Por ello, las salidas procesionales de nuestras cofradías y hermandades deben hacerse desde el interior de nuestros templos, el lugar donde esa fe puede mejor expresarse y al mismo tiempo donde las Cofradías encuentran amparo, porque la iglesia es su casa, la casa de la Iglesia, la casa de la comunidad cristiana. Es el lugar donde, por un lado, participamos en los actos litúrgicos celebrados en nuestras parroquias y por otro, salimos en procesión acompañando las imágenes del Señor y de la Virgen, manifestando nuestro fervor, haciendo que nuestras procesiones sean una catequesis plástica que ayude en la fe a los que se creen saber y a los que no saben. La liturgia tiene la capacidad de traernos el Misterio, la piedad popular lo difunde por las calles. Liturgia y piedad popular van unidas, y por eso el templo es su lugar.
En muchas diócesis de España, las cofradías y hermandades que por cualquier motivo no pueden salir de sus parroquias o templos, o de los locales construidos para este fin junto a estos, son acogidas para su salida procesional en otras parroquias o en el principal templo de la diócesis que es la Catedral. Y en las parroquias donde son erigidas canónicamente nuevas cofradías y hermandades, se opta por hacer obra y abrir nuevas puertas para que la cofradía o hermandad que allí ha sido erigida pueda salir de su casa, de su comunidad.
En Ciudad Real capital casi todas las
cofradías salen de los templos, o de locales contiguos a estos, menos cinco
cofradías de las veinticuatro que forman la nómina de nuestra Semana Santa, que
lo hacen desde un local construido por las autoridades civiles que denominamos “Guardapasos”,
lejos de sus parroquias, del lugar donde sus imágenes titulares reciben culto,
y la hermandad realiza su actividad, algo a lo que nos hemos acostumbrado en
nuestra ciudad, pero que no tiene sentido alguno; ya que su lugar de salida debe
ser la Casa de Dios y de la Comunidad Católica, su parroquia.
Las cofradías y hermandades dan testimonio de su fe en la calle, ante el ataque permanente del laicismo de nuestros días que quiere borrar a Dios de la conciencia del pueblo, por eso nuestras hermandades recuerdan el misterio de nuestra salvación, es decir, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús y las verdades de nuestra fe, expresiones cargadas de piedad y religiosidad con la belleza recogida en “nuestros pasos”, con ese potencial y carga de verdadero humanismo cristiano que supone haberlo construido, conservado y enriquecido.
Las Cofradías y Hermandades de la Ciudad que aún no salen de un templo o de un local junto a este, celosas de su identidad cristiana creyente, a veces no comprendida, tienen todo el derecho de solicitar a sus párrocos el poder salir de su casa, de su comunidad parroquial, y los párrocos tienen el deber de tratar a esa Cofradía o Hermandad como otro grupo parroquial más, facilitando que puedan desarrollar su actividad y su salida procesional desde su casa. No todo es folclore ni boato. Detrás de todo lo visible se esconde y se manifiesta públicamente el sentimiento, la devoción y la fe de un pueblo que cree en Dios, que acoge la redención que Jesucristo nos ofrece a los pecadores y que encuentra un consuelo inmenso en la Madre celeste que acompaña a su Hijo y a todos sus hijos, nosotros. La piedad popular rebosa por todas partes el Misterio que celebramos en nuestros templos.
Vivamos esta Semana Santa con especial
fervor. Pasa Cristo por nuestras calles, acompañado de su bendita Madre. Pasan
en sus preciosas imágenes, sagrados titulares de cada Hermandad. La Semana
Santa cambia nuestra vida si la vivimos con fe, y el lugar para vivir en
comunidad esa fe y salir a manifestarla a nuestras calles y plazas son los templos.
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