ESTAMPA PRIMERA: RECUERDO
Hace ya más de cuarenta años… Era el Ciudad Real de comienzos de siglo… Un Ciudad Real de pueblerino ambiente, mal urbanizado, sobre el que pesaba el enervante atraso de varias generaciones… Pero en el que alentaba también la firmeza de una arraigada fe religiosa y la inalterable devoción a las creencias de nuestros mayores.
¡Semana Santa de 1900! ¡Aquellos penitentes de enormes capuchones sobre las varillas martirizadoras! ¡Aquellos nazarenos de colas larguísimas, con el lodo de varias décadas! ¡Aquellas túnicas de modesto percal y colores desvaídos! ¡Aquellas imágenes de miniatura, salidas del taller de noveles artistas ignorados!
Hasta que, siguiendo el aleccionador ejemplo de otras ciudades y obedeciendo a fervoroso estímulo, surgió en Ciudad Real el hombre entusiasta, capaz de realizar el milagro. Fue un sencillo sacerdote: D. José Antonio Espadas, Ecónomo de la Merced primero y, años después, Párroco de Santiago. Con iniciativa feliz, celo admirable, voluntad contagiosa y tesón a prueba de obstáculos e inconvenientes, pronto encontró dignos colaboradores, señores de elevado prestigio social y amantes de su terruño hasta el sacrificio.
Así surgió la espléndida Semana Santa
ciudarrealeña. Los ya entrados en la senectud recuerdan aún nombres y hechos:
fueron D. ramón Clemente Rubisco. D. Leopoldo Acosta, D. José Mª. Rueda y D.
Manuel Sabariegos, quienes adoptaron para la Hermandad de la “Dolorosa” las
primeras túnicas de lujo… Se reformó el “Descendimiento” con un “paso” del
imaginero Alsina, de grandes proporciones… D. José Gómez y D. Fernando Vázquez
iniciaron la restauración del “Cristo de la Piedad”… Los comerciantes, con D. Francisco
Caba y D. Facundo Fernández a la cabeza, reorganizaron su cofradía de “Jesús
Caído”… Un modesto panadero, Silvino Campos, hizo resurgir “La Santa Espina”… A
la iniciativa de D. José Martín Serrano debióse el lujo y esplendor con que
reapareció el hasta entonces modesto “Ecce Homo” de Santiago…
Túnicas de entonada y discreta policromía. Capas severas y airosas. Cíngulos dorados. Bordaduras en estandartes, gallardetes y pendones. Andas de plata. Faroles de acetileno… Bandas de música, cornetas y tambores. Sentir de saetas, primor de mantillas y aroma de claveles… Y orden: un orden pleno de religiosa unción, que constituiría para siempre la característica esencial de nuestra Semana Santa.
Después… ¿quién no lo recuerda? D.
Federico Fernández haría del “Cristo del Perdón” la más vistosa de nuestras
procesiones, con centenares de penitentes morados, niños simbolizando figuras
de la Pasión, heraldos, hebreos, romanos, acólitos y atributos heterogéneos… D.
Joaquín Menchero, en noble pugna, elevaría el “Santo Sepulcro” hasta la más
alta categoría. Y por último, los nombres actuales, ya de nuestro tiempo: D. Juan
Medrano, D. Ezequiel Naranjo, D. Francisco Herencia, D. Juan de la Cruz
Espadas, don Ángel Rojas, D. Lorenzo Montero y tantos más, cuyos desvelos y
sacrificios sirvieron para mantener durante años el bien ganado prestigio de
nuestra ya famosa Semana Santa.
ESTAMPA
SEGUNDA: CALVARIO
Nada detuvo el furor satánico de los modernos iconoclastas. Si en Murcia no respetaron la Purísima de Salzillo y en Málaga redujeron a cenizas la maravilla del Cristo de Mena, ¿cómo no iban a destruir también las más modestas imágenes de nuestra Semana Santa?
¡Adiós, talla
morena del Cristo de la Piedad! ¡Adiós, Virgen de los Dolores, ¡para quien eran
mínimo dolor los siete puñales de su corazón de plata! ¡Adiós, efigie nazarena
de Montañés, digna hermana del “Cachorro” sevillano! ¡Adiós coronas, y doseles,
y mantos y barras plateadas! ¡Cómo extrañarnos de su furia devastadora, si
tampoco detuvieron su impulso destructor ante la Virgencita adorada del Camarín
del Prado, nuestra egregia Patrona?
Ordenes conminatorias transmitidas por la radio local , completaron la ruina: bajo penas severísimas, amenazas de registros y con plazos urgentes, se requería la entrega de túnicas, mantos y atributos de la Pasión. Y la miliciana hizo prendas castrenses -cazadoras, tabardos, “monos” y chalecos- de las sedas negras y terciopelos morados.
En unas horas, en unos días, quedó destrozado el esfuerzo de medio siglo.
¡Quien sabe si los
labios violáceos del Nazareno no musitarían también, al sentir el hachazo de
los nuevos deicidas, las evangélicas palabras del Calvario: “Perdónalos, Señor,
¡porque no saben lo que se hacen”!
ESTAMPA TERCERA: ¡RESURREXIT!
Y resucitó al tercer día.
Y el ángel dijo a las santas mujeres: “Vosotras no temáis, porque sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí porque ha resucitado, como lo había dicho…”.
También, al año tercero -¿qué son los años sino días efímeros en el correr de los tiempos?- resucitó España. Y con ella recobrada, volvieron nuestras piadosas tradiciones.
¡Ya tenemos Semana Santa! Vuelven a desfilar los “pasos”, precedidos de silenciosos penitentes, por las callejas angostas del Compás y del Lirio… Y el pueblo presencia, dolorido y contrito, -porque aprecia lo que tuvo y sabe lo que dejó perder- las simbólicas conmemoraciones de la tragedia del Gólgota.
No faltan hombres entusiastas que se afanan
ardorosamente por hacer de nuevo famosas nuestras fiestas pasionarias. Y los sindicatos
nacionales, viva herencia de los desaparecidos gremios -comerciantes de “Jesús Caído”,
albañiles del “Descendimiento”, ferroviarios de la “Coronación” -renuevan sus
antiguas Hermandades y Cofradías. Unos años más y, con la acertada orientación
del presente, nuestra Semana Santa se reintegrará al puesto que tan
merecidamente alcanzó.
Revista de la Semana Santa de
Ciudad Real de 1941
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