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martes, 8 de septiembre de 2020

EL JUEGO DE LA TALA O LA PLAZA DE LAS TERRERAS



Cuando todo es finalidad, eficacia y práctica en la vida, vengo hoy nada menos que con una actividad lúdica y, por tanto, sin finalidad. Es decir la finalidad queda en sí misma. Además de un juego que apenas recuerdan unos cuantos, y yo, como diría aquel castizo, meando fuera del tiesto.

Hoy los juegos que se proponen a quienes están en edad de tal ocurrencia, llevan una finalidad siempre interesada, bien de aprendizaje, bien deportiva, bien casi docente. En escasas ocasiones los niños de nuestros días Juegan porque sí, aparte la gran agresividad que se observa en sus juegos. Por lo que, en sentido estricto, el juego como actividad lúdica, está también desapareciendo. Hay demasiada preocupación de los adultos para que los niños "pierdan el tiempo" lo menos posible. Sin embargo, hoy más que nunca, los niños presentan problemas de psicomotricidad, lateralidad y todas esas "gaitas” -con perdón-. Pero los niños ahora son más "listos", se llenan antes de saberes y, también, se les crean expectativas que, luego, al no conseguir, duelen en los años adolescentes y juveniles. Pero... no vale la pena continuar.

Cuando hace treinta y cuarenta años las calles de Ciudad Real, como las de cualquier otra villa o ciudad, estaban llenas de chiquillos que saltaban, corrían, subían a los árboles y jugaban en libertad, la psicomotricidad se desarrollaba de una manera natural y, sobre todo, éramos felices entre juegos espontáneos y naturales. Los problemas eran las caídas, algún rasguño, una leve herida y, todo lo más, algún descalabro sin más consecuencias. Recuerdo, pomo recordarán tantos de mi edad, aquel "juego de la tala", que con un trozo de madera en forma de paleta alargada, fabricada  por nosotros mismos, y otro en forma de puro con dos puntas, a la que llamábamos «pita», todavía no sé por qué; jugábamos en mitad de la calle, concretamente en la que nosotros denominábamos “Plaza de las Terreras” y en el callejón de Felipe II.

Al golpear con la “tala” en uno de los extremos de la «pita» ésta saltaba en el aire, momento en que la golpeábamos con fuerza y la alejábamos lo más posible del circulo en que iniciábamos el juego. El lanzador o golpeador de la «pita» calculaba las veces que la tala cabría en el espacio entre aquélla y el círculo que, después, cuidadosamente medíamos. De manera que se iban contando puntos por este procedimiento. Juego natural, físico y al tiempo intelectual, pues, aparte la imaginación que todo juego solicita, había que calcular el espacio, y, por supuesto, conocer y cumplir las reglas. En fin, una actividad que solo tenía por finalidad pasar el tiempo y, si era posible, ganar. La misma elaboración de los utensilios ya llevaba implícito un adiestramiento manual no buscado. Competencia, aire libre, astucia, fuerza, habilidad, cierta ética eran algunas cualidad requeridas. Y, sobre todo, escaso coste. En éste, como en tantos juegos de la época, no existía sofisticación alguna, sino naturalidad, como es las carreras a pie dando vueltas a cualquier manzana del barrio.

Ahora los chicos parecen hombres en pequeño. A mí me molesta que les llamen "enanos", palabra muy de moda, pero es que en ocasiones lo parecen. Se ha olvidado aquel dicho de un gran pedagogo: “Dejad madurar la infancia en el Niño”. Cuántos niños pasan por su infancia como los fardos por las estaciones, sin darse cuenta. Y no deja de ser una lacra de esta sociedad moderna, de estos tiempos del televisor, el programador, el video, la máquina y tantos ingeniosos juegos preparados por unos hombres, que más parece que buscan el consumo que la felicidad del niño.

"Oh tiempos, oh costumbres" que decían los latinos y que ahora añoramos quienes vemos crecer al niño sin apenas tener tiempo, sin casi recrearse en la surte de ser niño.

Francisco Mena Cantero, diario “Lanza”, “Conversaciones en el Pilar”, 14 de abril de 1988


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