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miércoles, 16 de septiembre de 2020

UNA REFORMA NECESARIA



En “Antiguallas Manchegas”, última parte del librito de D. Rafael Ramírez de Arellano, titulado “Memorias manchegas históricas y tradicionales”, habla de la Iglesia de Santiago, de esta capital, cuyo interior, “aunque muy maltratado por unos reformadores del siglo XVI, es aun sumamente interesante, y si se limpiara de cal y derribasen las bóvedas, resultaría una iglesia notabilísima y de las más dignas de estudio de toda la región manchega”.

Y yo pregunto a las autoridades y queridos paisanos: ¿no podíais alguno, o algunos de vosotros, tomar la iniciativa, y dar los primeros pasos para restaurar un templo, cuya belleza “es una lástima no esté al descubierto para admiración de naturales y forasteros? ¿No es posible dar con manos técnicas, que no nos hiciesen lamentar, falsas y caprichosas restauraciones, como las famosas de la Alhambra; sí nos dejasen al descubierto “un magnífico artesonado o armadura de lazo de a cuatro, del siglo XIV en su último tercio” y otras bellezas que en dicho templo se ocultan?

He aquí la descripción del Sr. Ramírez Arellano:

“Es el techo de madera, en limpio, y ha tomado un hermoso color de caoba. Tiene un almizate central muy cuajado de lazo de a cuatro, como queda dicho, formando estrellas, y la labor de este almizate se corre por las descendidas en tres fajas, una central y otra en cada extremo. Los centros o fondos de esta labor, tanto en lo ornamentado como en las descendidas, están estofados, dorados y pintados con brillantes colores, con dibujos geométricos unos y de flores y hojas otros, y si bien esta parte pictórica, que es a la morisca, se halla bastante deteriorada, no es imposible su restauración. Los nueve pares de tirantes que sujetan el artesonado y que se apoyan sobre caprichosos, variados y amplios canes, están también muy hermosamente decorados con pinturas a la morisca. El almarbate, o sea el friso, se compone de dos líneas de tabicones en los que alternan los escudos de armas de Santiago, Calatrava y el blasón de los Muñiz de Godoy, que es el que nos induce a deducir, con precisión, la época en que se construyó; es decir, que fue costeado por el gran Maestre D. Pedro Muñiz de Godoy, en cuyo tiempo se supone aparecida y nosotros diremos que esculpida la Virgen de la Blanca”.

“Este lecho se restauraría, para que pudiese verse, con muy poco dinero, pues solo es necesario tapar dos rajas del ancho de dos solivas de las descendidas, hecho al tiempo de las bóvedas para refrescar las maderas y librarlas de la polilla, y con esa restauración podría durar hasta que se pudiera acometer la de las pinturas, que es más costosa”.


Seremos, si no llevamos a cabo esta obra, más tontos que el del cuento, ya que, si no tiramos piedras al tejado, dejamos que éste se desplome, que no otra cosa significa la incuria en que tenemos los pocos edificios notables que hay en la capital. Los que no están abandonados, o ruinosos, como pregonan la puerta de Toledo, Santiago y San Pedro, han sido destruidos por la infame piqueta demoledora, como la puerta de Alarcos.

“Santiago, (dice D. Rafael en sus “Antiguallas”) no tiene grietas aparentes, pero San Pedro tiene muchas y algunos machones y bóvedas están desnivelados. La cal forma, a fuerza de capas, una cubierta que disimula las grietas y no deja adivinar la ruina que puede venir lentamente elaborándose, y cuando menos se piensa se cae el templo, que se había creído siempre seguro. Por eso es necesario que en San Pedro se quite la cal para que se vea la importancia de estas grietas, heridas del edificio que, aparentemente, sólo afectan a la piel, no son más que rasguños, pero pueden llegar a las entrañas y estar indicando una muerte próxima.

Tengo fe ciega, que, estas mal trazadas líneas, no han de ser semilla entre rocas sino en abonada tierra, que le dará calor, para hacer de ella una magnifica flor arquitectónica de restauración que honrará a nuestra patria chica y los nombres de los altruistas que le presten apoyo tras bien madurado estudio, no sea que lamentemos, repito, una imperfecta o incompleta restauración, en cuyo caso, el remedio sería peor que la enfermedad.

Los amantes de Dios, del arte y de Ciudad Real, tienen la palabra.

BUENA INTENCIÓN.

Revista “Vida Manchega” número 241, noviembre de 1919


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