¿Te acuerdas, casa de la Torrecilla?
Este verano pasaba junto a tí viendo, en un periódico, dos fotografías del
mismo trozo de una carretera, -con árboles antes, sin árboles hoy-. El artículo
a que correspondían las fotos era de Fernández Flores y, cuando llegué,
leyendo, a aquello de “ellos tienen el hacha y nosotros la razón”, tu lo
iluminaste con un rayo de sol que, escapado del encapotado cielo, recogiste en
un trozo de cristal de los ojicos, rotos, de tus ventanales y me lo enviaste
reflejado. No di valor alguno a tu broma cegadora.
El otro día traía LANZA la noticia del
último acuerdo de la Excma. Diputación de ayudar a las obras de embellecimiento
de San Pedro subvencionándolas con la cantidad, o más, que pusieron como valor
a tu cabeza, digo, a tu verticalidad y propiedad, y me alegró sobremanera la
noticia esperanzadora.
Pocas fechas después, leo los
comentarios a ese acuerdo. Te llaman fea –porque te han embadurnado- y
antiestética – es un respetable parecer, aunque no compartido, –Nosotros te
llamamos bonita y armoniosa- que es otro parecer respetable y también no
compartido con algunos-.
Tiraron “los zancajos de Fernando VII”;
dicen “conservar la espada del Rey Santo” y, a lo que se trasluce, apetecen el
hacha. ¡no!, la piqueta demoledora. Nuestro bagaje, casa de la Torrecilla, ya
sabes cuan elemental es: los pies también descalzos y limpios; la debilidad de
nuestro brazo, para manejar espadas gloriosas, y el sentimiento “sentimental”
de la razón… ¿Ves, ahora sí que doy valor a tu guiño amistoso aquel.
Y tú, si, si, lo sé. Tú tienes muchas
razones que poner en el platillo de la balanza de tu defensa. Ya lo sé. Sé que
eres la casa particular más antigua y bonita que le queda a Ciudad Real; sé que
fuiste donada a la Parroquia de San Pedro, en última y solemne voluntad, por el
sacerdote bueno y más sabio e insigne historiador de la capital y de su
provincia, por don Inocente Hervás Buendía, para casa parroquial y dependencias
de ella, y fuiste aceptada, como donación, hace cuarenta años, con todas sus
consecuencias; sé que si estás quebrantada no es por ti, es porque descuidaron
tu cuidado; sé que los meses pasados, para tener lo que el donante consiguió
que fueras: casa Parroquial y sus dependencias añejas, dieron precio para
enajenarte; sé que, hace unos días, la Excma. Diputación, en acuerdo altruista
que la honra, concedió la cantidad, colmada, en que cifraron tu valor en venta,
y sé que, ¡cosa curiosa y dolorosa! Que esa cantidad que lograste en buena lid,
para ti, tras no llevarte a otras manos, no servirá siquiera para repararte
como mereces, -no para reedificarte, pues dejarías de ser tú- pero sí para
emplearlo, entre otras cosas, en que la piqueta inclemente, golpee con holgura
hasta hacerte solar… para edificar sobre él, casa parroquial y sus
dependencias.
Lo sé todo. Se tus ansias y siento tu
tragedia. ¿Es posible y justo te ganarás tu propia ruina? ¿No se sentirá
defraudada la munificente Corporación Provincial? Sería deseable conocer su
opinión. Solo acierto a explicarme ese deseado proceder admitiendo un decidido,
cerrado propósito, morboso, que parece fobia, de echarte abajo a todo trance.
¿Qué mal hiciste para ser tan malquerida? Y se me ocurre preguntarles: ¿Es que
no puede aunarse y armonizarse tu airosa permanencia, tu venerable senectud,
recuerdo del pasado y regalo para el porvenir, con las más modernas, amplias y
elogiables necesidades parroquiales y con el ornato indudable, bien deseado y preciso, que adquirirían los
alrededores de la iglesia de San Pedro –del cual tú eres florón valioso- limpio
de esos, sí que feos, caserones que, en parte, la circundan, y bendición
merecen los que pensaron en quitarlos?
Piensen, mediten, serenamente, las
entidades parroquiales y las autoridades vigilantes, y surgirá ¡claro que sí!,
la solución ansiada, sin estragos para la casa de la Torrecilla rica, ahora en
su vejez, a fuerza de más trabajos que si hubiera ido al concurso del medio
millón de “gallina blanca”.
Para todo problema se encuentra adecuada
solución si con fe, con buena voluntad, con cariño, con interés, sin
perjuicios, sin asperezas ni fobias, se busca. Ahí tenemos a la vecina e
imperial y primada, en lo eclesiástico, ciudad de Toledo, cuidadosa ejemplar e
intransigente de su pasado, íntegro, que todo lo resuelve sin la menor merma, y
eso que cualquier dilapidación podría tener disculpa en quien posee tesoro sin
fin, ni cabo.
Si, casa de la Torrecilla, sin zancajos;
con espada; con bien sentido sentimentalismo; sin piqueta; con razón; con sumo
elogio para los que lo hagan; con la bendición de Dios y de los hombres, para
el futuro y en el presente, puede nacer de ti, como parte integrante de todo,
con cómodo, suficiente, digno y moderno acomodo ¡claro que sí! El más
plausible, ambicioso proyecto de vida parroquial que San Pedro desea.
Autoridades de mi tierra y señores de la
Junta Parroquial de San Pedro, indulten ese único plurisecular, edificio particular nuestro. Por nuestro buen nombre,
al menos.
Y conste, por otra parte, que salvo ser
un ciudarrealeño neto deseo la pervivencia de ese edificio, como parte integral
de nuestro viejo aderezo urbano, que tan poco, o tan mucho a mucho, va
caducando hasta casi ser nulo en la actualidad, lo que acrecienta las tronías
deprimentes y mal reprimidas, que parece nos complacemos en que se vayan
convirtiendo en justas; que salvó la pena de ver como pierde personalidad
nuestra ciudad y va naciéndose gris, el más feo de los colores, el de la
penumbra, el más usado para aguantar manchas, no me mueve otra cosa, en los
momentos actuales, para defender la casa de la Torrecilla y hacerlo hasta el
fin, que el cargo de “cronista oficial de la Ciudad” que, sin merecerlo, pero
muy apreciado desde que, rechazado públicamente, me lo impusieron. A lo
automáticamente, me impuso la obligación ineludible, aneja al cargo, de
defender el acervo histórico, artístico, emocional, bello, de mi ciudad y nunca
deserté de mis obligaciones, quizá porque, como dice Hipócrates cuando invoca a
sus dioses y jura fidelidad a su ciudadanía; a su pasado ya su presente; a los
deberes con sus maestros, con sus hijos, con los hijos de sus maestros, con los
enfermos; a la moralidad de ciudadano, discípulo y maestro; a su integridad
profesional ceñida y secreta; “si cumplo con fidelidad mi juramento, séame
concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los
hombres, si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte adversa”. Buen
punto de meditación, me dije, tenemos ahí, y lo tomé como norma.
Salvemos, entre todos, vuelvo a insistir
con la machaconería propuesta, este trozo del pasado, la casa de la Torrecilla,
sin merma para ella y para decoro, no despreciable, del cobijo de los más altos
deseados y necesarios proyectos parroquiales presentes y futuros.
Y, casa de la Torrecilla, si caes,
contra viento y razón, -no lo permitirá Dios, pues eres suya y quiere unirte a
su gran obra- cae vertical, como los buenos, poco a poco, ladrillo a ladrillo,
de arriba abajo: ¡no te derrumbes con violencia!, que dure tu caer para que el
polvo que levanten tus despojos nos avergüence y suba, suba, lento, prolongado,
penetrante, hasta lo alto, hasta donde mora tu donador don Inocente Hervás, y
sea holocausto, incienso, para el santo sacerdote e insigne historiador
manchego, neto, y el recuerdo de tu demolición, doloroso sentimental, muy
sentimental, permanezca siempre vivo, y tú verás si nos debes perdonar el daño
que te hicimos, y… ¡nada más!
Julián
Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, jueves 9 de octubre de 1958, página 2.
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