La disposición de este sepulcro, aunque
no la de su estatua, lo mismo que sus adornos y su ejecución, es enteramente
igual al de D. Martín Vázquez de Arce, en Sigüenza. Un arco conopial simulado
recubriendo otro real de medio punto; un testero, hoy liso y encalado, con un
cuadro que han colgado en él, y que antiguamente estaría recubierto por
pinturas y por otra inscripción; la urna sobre leones, y en su frente dos
pajecitos, lo mismo que allá, sosteniendo el escudo, y en el resto, que aquí lo
forman espacios mayores, cardos góticos de una fractura exactamente igual. La
relación de tamaños y la impresión que causa uno y otro sepulcro es idéntica.
También la estatua se asemeja mucho por
su ejecución a la del Doncel. Los ropajes tienen la misma dureza y la misma
continuidad y paralelismo en los que caen rectos, y están tratados con la misma
y especial factura; pero como aquí son mucho más abundantes, se causa con ellos
una impresión mayor de sequedad. Las proporciones, aunque estén más veladas con
tanto ropaje, son también elegantísimas y tienden a alargar.
La cabeza y las manos son superiores,
por su trabajo, a las del Doncel, pero ofreciendo iguales particularismos y
anomalías. También aquí son los ojos muy aovados, aunque no tan a flor de cara,
y los pómulos salientes, y excesivas las distancias desde la oreja y desde la
base de la nariz al mentón, y agudísimas y duras las cejas, y muy acusado el
surco nasolabial, y el cabello, aunque más corto, trabajado de igual modo,
tanto en el modelado y ondulación general de la masa como en la técnica y la
intención de las ranuras y la iniciación de los mechones. Las manos acusan sus
falanges y, sobre todo, sus venas, con las mismas anomalías, y aunque su dibujo
es más correcto, no dejan tampoco de ser defectuosas.
A esto hay que añadir que la época
posible de este sepulcro coincide perfectamente con la del Doncel y con la
probable del Maese Juan, que tan estrechas relaciones tiene con aquella; y que,
según la afirmación del Sr. Quadrado, D. Fernando de Coca fue canónigo de
Sigüenza, donde nada de extraño tendría que conociera al escultor y le
encargada el sepulcro.
Por todas estas razones yo creo que el
monumento se debe al mismo artista que hiciera el de D. Martín Vázquez de Arce,
aunque claro está que este género de obras no las puede hacer nunca un hombre
solo y se haría ayudar, lo mismo que en Sigüenza, por algún oficial. Si esto es
así, seguiría pensando que se debe al maestro el trazado general y una
dirección muy directa y muy vigilante sobre toda la obra, la estatua y algunos
cardos de los que adornan el frente de la urna, y que sólo encomendaría al
oficial la ejecución de los tres pajecitos y el resto de la hojarasca; pero aun
aquí mismo, en esta hojarasca y en estos pajecitos, especialmente en el que
está a los pies del difunto, corregiría el trabajo con toques de su propia mano
y no descuidaría la dirección ni en los más pequeños detalles.
No me cabe duda de que este sepulcro de
Ciudad Real nos vuelve a presentar otra vez al gran maestro de Sigüenza, que
aunque aquí no alcance la delicadeza exquisita y el refinamiento ideal que se
le nota allá, no deja de ser nunca un admirable artista, y hasta hay ocasiones,
como cuando labra la cabeza, en que parece sobrepujarse a sí propio o haber
perfeccionado su labor.
Esta cabeza, que parece más retrato que
la de don Martín, es también mucho más rica de modelado, más precisa y más
intencionada en sus toques: se persigue en ella a la forma más cerca; se buscan
ya efectos de blandura y morbidez en la boca, de flacidez de piel en las
mejillas, de sequedad en la nariz y las cejas y de dureza en los pómulos; y
estos efectos se contraponen y se armonizan para buscar un efecto general, y la
totalidad se encaja y se ajusta con precisión y se relaciona con lo demás de la
estatua y toda ella con la totalidad del monumento. Podrá ser obra de muchos,
pero el alma del sepulcro es de uno solo.
Esta cabeza tiene los ojos cerrados y
produce una impresión de respeto, pero no de terror. Aunque impone, no
sobrecoje ni espanta, porque no habla de muerte. No hay en ella rigidez ni
deformación cadavérica: sus ojos se cierran naturalmente, como en el
sueño; sus labios se juntan con un
cierto vigor de vida; sus mejillas se modelan sin hinchazones ni
abotagamientos. Da una impresión serena y plácida de reposo apacible, de
perfecta tranquilidad, que se ha conseguido con el único recurso de la quietud,
de la absoluta inexpresión de todo movimiento, que es el recurso más potente
que tienen las artes plásticas para evocar el misterio y la eternidad. Lo demás
del cuerpo, guardando la posición supina, parece acomodarse en una postura
cómoda para perdurar en ella, y el mismo pajecito no tiene el aire triste que
ofrece en otros sepulcros. Todo es en esta estatua serio y hondo, sin dejar de
ser por esto tranquilo y grato.
La inscripción, grabada en caracteres
monacales sobre el filete de la urna, dice así:
“SEPULTURA DEL CHANTRE FERNANDO DE COCA
FUNDADOR E DOTADOR DESTA CAPILLA E CAPELLANIA, FINÓ… DIAS DE… AÑO DE MC…”
El dejar en blanco el día, mes y parte
del año indica que se labró el sepulcro antes del fallecimiento del chantre y
que se hizo en la última década del siglo XV, porque de haberse ejecutado
muchos años antes, se hubiera puesto MCCCC, y de haber sido ya en el XVI se
hubiera esculpido MD.
A estas noticias de la inscripción añade
el Sr. Quadrado que D. Fernando de Coca aun vivía en 1502, y que, además de
cura de San Pedro, era chantre de Soria y canónigo de Sigüenza.
La estatua y el pajecito miden 2,30
metros y el material es alabastro.
Ricardo
de Orueta. “La Escultura Funeraria en España: Provincias de Ciudad Real, Cuenca
y Guadalajara”. Madrid 1919, páginas 161-168.
Buen trabajo, Emilio. Me interesan, y por eso las leo, tus aportaciones históricas.
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