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domingo, 1 de octubre de 2017

UNA CLÁUSULA TESTAMENTARIA DE D. INOCENTE HERVÁS BUENDÍA


 
Inocente Hervás Buendía

El día seis de octubre de 1914, fallecía don Inocente Hervás y Buendía, aquel erudito investigador e historiador cuya obra cumbre, su famoso “Diccionario”, es piedra de toque para cualquiera que desee saber o escribir algo de Ciudad Real y de su Provincia. Es lamentable esté agotada esta obra valiosa y no se hiciera nueva edición como culminante homenaje a Ciudad Real en el VII centenario de su real fundación. D. Inocente Hervás es benemérito de nuestra ciudad y de su Provincia. Algún día, una y otra, ensalzarán su figura como se merece.

Detallado en extremo, con esas meticulosidad y extensión que su espíritu investigador y su bondad ordenaban, compuso, ológrafo, su testamento.

En la escritura de aprobación de operaciones particionales, otorgada en Ciudad Real, en veintiocho de febrero de 1915, ante el Notario don Felipe Dorado Contreras, aparecen, extractadas, las cláusulas testamentarias, y, entre ellas, una que nos interesa destacar ahora:

“Novena: Lega en usufructo vitalicio a sus criadas… la casa de la calle Ballesteros –hoy General Rey-, número dos- Además se constituirá en el Banco de España, un depósito vitalicio de tres acciones para… y otras dos a favor de: Al fallecimiento de las legatarias tanto la casa como las acciones recaerán en el Curato de San Pedro Apóstol de Ciudad Real para, de consejo del Prado, destinar la casa a habitación del personal de la Parroquia y las acciones a satisfacer, de lo que alcance, las necesidades de la iglesia”.

…Y esa “casa número dos de la calle Ballesteros es la casa de la torrecilla, que, de este modo, sin duda alguna por conocer el valor de su arquitectura y secularidad, quiso unirla al patrimonio del templo de San Pedro, como guardador y poseedor, por esta legación de una alhaja más, y bien bella por cierto.

Pero, apenas cumplidos cuarenta y cuatro años de la fecha del legado de don Inocente Hervás, la prensa diaria hace meses nos dio la noticia de su proyectada venta, para, con el producto, levantar casa parroquial, porque –se dán como razones- la casa de la torrecilla “cumplió su ciclo vital” y se viene abajo por la mala calidad de los materiales con que fue construida. ¡Tres largos siglos de vida ya son buena garantía para no creer en una jugarreta que, “los malos materiales”, nos han tenido guardadita precisamente hasta que se rebajó el piso de la calle y se tiró la casa vecina! Pero, en fin, agua pasada no mueve molino. Ahora lo interesante, lo urgente, lo necesario, lo ineludible, y humano es sujetar al que se va caer; no rematar a viejo, al doliente, con indiferencia cruel…, y tener en cuenta lo que un legado, aceptado, supone y obliga. En las columnas de este diario comentamos, no ha mucho, o que hubiera sido de otros edificios famosos, desparramados por España y otros países, con esa alegre manera de pensar y, decíamos, que si estos son, por su importancia, piedras ciclópeas de la historia, nuestra casa de la torrecilla es granito de arena de la local nuestra, y que con arena y sillares es como se hace Historia. Reproche merece quien reniega de su pasado por modesto, si es honroso.


¿Por qué lo que fue legado para “habitación del personal de la Parroquia” quiere enajenarse, para hacer habitación del personal de la Parroquia? O ¿por qué se quiere demoler lo que hay, secular y bello por añadidura, para ese fin y …utilizar el solar para levantar otra construcción de plástico de munición insulso y desacorde?  No hay disculpa. Hay obligación de remediar.

Con ecuánime concepto de responsabilidad, consolídese, y pronto –quizá mañana sea tarde-, lo existente; límpiese de cal la fachada; organícense los huecos, y acomódese su interior a las mejores exigencias actuales de la higiene y de la comodidad -¿por qué no?, pero no privemos a Ciudad Real del único edificio que le resta del siglo XVII. ¿del XVI?, y no quita y dá empaque, a la Capital de la Provincia, del mismo modo que otros dan lustre a diversos lugares de ésta. ¿Habéis reparado en lo atrayente de ellos: la plaza de Almagro y su corral de comedias; el Palacio de Viso del Marqués que lo hizo “porque pudo y porque quiso”: la posada de Tomelloso; los molinos de viento de Campo de Criptana…? ¿Habéis observado lo suntuosas y bien ambientadas que han quedado, sin revocos de épocas de mal gusto, las fachadas madrileñas de las Trinitarias, de las Mercedarias de don Juan de Alarcón, de los Jerónimos, de San Ginés…? ¿Podéis figuraros más armonioso conjunto que nuestra iglesia de San Pedro libre de las casachas de sus alrededores y sustituidas por jardinillos que completaran los existentes –como algunos buenos ciudarrealeños pretenden, y merecen elogio- y, en frente, limpia, resanada, conservada, no reconstruida-, airosa y linda, la casa de la torrecilla incluso prolongada su fachada, con sabor de su época a lo largo del solar existen a su vera- al cual no poco debe sus duelos y quebrantos-, completándose así las necesidades parroquiales y logrando un curioso, típico y envidiable rincón urbano?

Cuando te veo doliente, casa de la torrecilla, guapa en su vejez, a pesar de parches y malos tratos: apuntalada y vacilante: despreciada de ajenos, que alardean de propios; malquerida por los livianos, mofa de los mismos… pienso en los que bien te quieren –tanto como te mereces y no es poco- y no desespero, espero, que la feligresía, el Ayuntamiento, la Diputación, el Gobierno Civil, todos juntos o por separados, te rediman por obligación; porque es de ley; por respeto y cariño al pasado; por orgullo del presente; por el buen nombre futuro; para lección que dar y aprender; por ornato de la capital, y ¡porque el legador, sabio insigne, don Inocente Hervás y Buendía, con amargura y entereza, si viviera, no tuviera que añadir a su Diccionario, con garante de la verdad, un capítulo más que nos hiciera bajar la cabeza de vergüenza, de sonrojo!

Que no solo dan ingresos los estadios y las plazas de toros, donde las masas gritan sus simpatías o sus antipatías. Nada rentable, en moneda, pero mucho en espiritualidad encantadora, son esos edificios añejos, carcomidos, pero remanso de las ciudades donde el ajetreado ánimo se tranquiliza, se pega, se conforta, ríe, en placentero silencio de bienestar. Cumplamos también este deber y esta necesidad. Si fuera “un potentado” todo quedaría resuelto hablando en singular.

¡Qué bien se recortan en ti, casa de la torrecilla, la silueta del Nazareno, a salir de San Pedro, y la sombra de la Patrona cuando frente a tí, se llega dos veces cada año!

Julián Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, lunes 25 de agosto de 1958, página 2.


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