En
esta fotografía de principios del siglo XX, podemos ver en el ábside la
desaparecida capilla de los Treviño
La catedral ciudadrealeña contó a lo
largo de los siglos con diferentes capillas, aparte de las dos existentes
actualmente, que son de construcción moderna y de las que nos ocuparemos en
otro momento. En concreto tenía seis capillas, tres a cada lado del ábside. A
finales del siglo XIX aún quedaban restos de estas capillas, tal y como nos
cuenta Rafael Ramírez de Arellano en su obra “Ciudad-Real Artística”, publicada
en 1893, en la cual dice lo siguiente:
“Descrita
la parte exterior, veamos el templo por dentro, pero antes diremos que su
primitiva planta fue una nave terminada en un ábside correspondiente á un polígono
de doce lados, teniendo a cada lado tres capillas que corresponden, las dos
existentes, al ábside mismo, y las otras cuatro, que han desaparecido, a las
bóvedas cuarta y quinta; o sea las comprendidas entre el ábside y las puertas
colaterales” (Página 28).
“Continuando
el examen del templo por el lado del evangelio, lo primero que hallamos es un
arco ojival dorado, cuyos adornos se descubren escasamente por detrás de un
detestable retablo churrigueresco. Luce por encima dos escudos de armas que el
P. Jara cree que son de la casa de Treviño, y el arco pudo ser, o la
ornamentación de un sepulcro, o la entrada de una de las antiguas capillas. Nos
inclinamos a la primera opinión, pero sin responder de su veracidad.
Sigue
á este arco otro del siglo último que da paso a la escalera del camarín y a la
antigua capilla de los Foces, convertida en altarazana. En el espacio en donde
hoy la amplia escalera citada, estuvo un tiempo la capilla de San Miguel, y aún
se conserva parte de su retablo, que debió ser hermosísimo a juzgar por sus
restos.
El
desaparecido retablo de San Miguel destruido en 1936
La
capilla de los Foces, aunque posterior al ábside, es del siglo XV y tiene un
elegante rosetón ojival.
En
el lado de la epístola, lo primero que vemos dentro del ábside es una capilla
con bóveda de crucería del mismo gusto decadente de las construidas por Antonio
Fernández. Le da entrada un arco bastante hermoso del renacimiento, parecido en
sus pormenores a los que avaloran el coro, por lo que no será aventurado juzgar
que fuera todo obra del artista ecijano. Tiene una magnifica reja de hierro
repujado con grotescos del renacimiento y los blasones de los Loaisas. Los
retablos que hay en ella son malos y muy posteriores, y en el friso del
cornisón, en donde se apoya la bóveda, hay una inscripción de la que ya sólo se
puede leer lo siguiente:
“Fue
reedificada… por mayorazgo de D. Antonio del Barrio y doña María de Céspedes y
Villaquiran… a Dª María del Rosario Muñoz de Loaisa y Salcedo”.
Entre
el ábside y la puerta de la sacristía nueva, hay un detestable retablo
churrigueresco, y detrás de él se ven las cresterías y el tope de un arco
conopial que debió ser entrada de una de las antiguas capillas. A la izquierda
de este retablo se ve un resto de ornamentación ojival muy bello, que a nuestro
entender, debía corresponder a la credencia de un altar, sin que lo afirmemos
en absoluto.”
(Páginas 83 y 84). De estas antiguas capillas todavía quedan restos, como de la
de los Foces y de los Treviño, de los cuales ya hablaré en su momento.
Bóveda
y rosetón de la antigua capilla de Los Foces, hoy antesala del camarín
Como nos decía Ramírez de Arellano, lo
que actualmente ocupa la escalera de acceso al camarín de la Virgen del Prado,
fue en otros tiempos la desaparecida capilla de San Miguel, la cual tenía un
bello retablo que fue trasladado a la antigua capilla del Sagrado Corazón de
Jesús, hoy penitencial o del Cristo de la Piedad, a principios del siglo XX,
cuya descripción la encontramos en el catalogo monumental de Portuondo
publicado en 1917: “Se encuentra en la capilla
del Sagrado Corazón. Es muy artístico y bello. Su estilo es, como en el de la
capilla mayor, greco-romano, aunque ya muestra los principios de la revolución
churrigueresca en el frontón partido sobre el pequeño cuerpo superior, así como
en la decoración pictórica policroma de los marcos y de los pedestales de las
columnas, consistente en follage, flores, frutas y figuras geométricas; pero no
es recargado en exceso este adorno, y es también menos visible por no afectar
casi a la talla. Ocupan el centro del cuerpo bajo dos buenas pinturas en tabla
del siglo XVI de la escuela española, representando a San Miguel y S. Juan
Evangelista, rodeadas de otras más pequeñas también muy estimables. El centro
del cuerpo alto lo ocupa una tabla representando la Purísima, delicadamente
trazada”.
El retablo fue destruido en 1936, pero
las tablas del siglo XVI atribuidas a Berruguete de San Miguel y San Juan
Evangelista se salvaron de la destrucción, y hoy se encuentran situadas ambos
lados del presbiterio, encima de la sillería coral y debajo de los dos grandes
ventanales del ábside. Las tablas están encuadradas en hermosos marcos
policromados, que armonizan con el retablo y la nueva sillería coral.
Detalle
de la tabla de San Miguel del siglo XVI y atribuida a Berruguete o su escuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario