Postal
editada por la desaparecida Casa Mur, de unas niñas rezando antes de dormir de
los años veinte del siglo XX
Las fiestas navideñas son sin duda las
más entrañablemente familiares y las que nos traen emotivos recuerdos de mucho
tiempo atrás. Yo algunas veces les cuento a mis nietos cómo era la Navidad por
aquellos años de mi niñez y con qué impaciencia esperábamos que llegase la
Nochebuena y sobre todo la fiesta de los Reyes Magos, solamente amargada por
tener ya muy próximo el fin de las vacaciones y la vuelta al colegio.
Estoy remontándome a los años 20, cuando
los chicos del Ciudad Real de entonces jugábamos en las plazas y en las calles,
con pelotas grandes de goma, porque no había peligro de circulación e incluso
si pasaba alguno de los escasos vehículos de motor que había en la ciudad, se
detenía el juego momentáneamente para verlo, pues por esas fechas solían ser
muy pocos los que animaban el tránsito rodado, en su mayoría de carros y
tartanas o los coches tirados por un caballo, de algún médico –don Jesús Reja,
don Bernardo Mulleras- que realizaba su diaria visita a los enfermos en las
horas de la mañana.
Días antes de las vacaciones, mediado
diciembre, en los colegios y escuelas se ambientaban ya las fiestas y se nos
recomendaba a los niños que fuéramos buenos y escribiéramos cuanto antes a los
Reyes, que si se enteraban de la mala conducta de algún peque, desobedeciendo a
los padres o pegando a los hermanos, podría ver convertido el anhelado regalo
en un trozo de carbón. Y claro es que procurábamos cumplir estos consejos a
rajatabla, por lo que nos iba en ello.
Yo recuerdo haber ido muchos años a la
misa del gallo, después de la cena familiar, acompañado de mi madre, mi hermana
y la sirvienta, a la iglesia de los Misioneros del Corazón de María, en la
calle del mismo nombre, en la que incluso fui monaguillo, y que contaba con un
coro de cantoras de voces armoniosas, que daban más relieve a la celebración litúrgica.
Ni que decir que la iglesia se llenaba de gentes de las calles próximas y de
hasta algunas más lejanas, que consideraban más cómodo y familiar oír la misa
allí, en vez de hacerlo en las parroquias de San Pedro y Santiago, de las que
el templo de los hoy llamados claretianos estaba equidistante. Lástima que haya
desaparecido para quedar el solar convertido en un aparcamiento.
A los peques de entonces nos hacia gran
ilusión contemplar el belén que se instalaba, con más o menos acierto y
amplitud, en todas las iglesias de la capital, pero siempre solían destacar los
del Asilo de Ancianos, que estaba en la carretera de Miguelturra antigua, lo
que hoy es el Paseo Carlos Eraña y Colegio de los Marianistas; de la propia
iglesia del Corazón de María, que siempre contaba con un hermano lego que tenía
gusto artístico para su confección; en san Pedro, en los tiempos que era
párroco don Emiliano Morales, también se instalaba un belén que tenia las
figuras de gran tamaño, y en el Hospital y en el Hogar, igualmente las
religiosas de la Caridad sabían esmerarse para atraer visitantes.
El
Bazar Arca de Noé propiedad de D. Ángel Mur, era uno de los establecimiento que
vendía juguetes en nuestra ciudad a principios del pasado siglo XX. La
fotografía fue publicada en la revista Vida Manchega el 9 de enero de 1913
Los escaparates de tiendas y bazares del
ramo aparecían llenas de juguetes, para animar a los niños a redactar cartas
inefables con sus peticiones de regalos, que más modestamente podían adquirirse
en puestos ambulantes en la propia Plaza de la Constitución, hoy Plaza Mayor.
Claro que los juguetes de entonces eran bastantes menos sofisticados que en la
actualidad. Un gran regalo era un triciclo, un patín o un balón de reglamento,
que lógicamente no lo era tal, pero a nosotros no lo parecía. Las bicicletas
eran casi inalcanzables, lo primero porque para niños no se fabricaban o a
Ciudad Real no llegaban y solían ser más un premio a un aprobado con nota de un
curso de estudios o que al papi de turno le hubiera tocado la lotería y se
sintiera rumboso gastándose treinta o cuarenta duros, que era el precio de una
bici de “carrera”. Había muchos juguetes cuyo precio no llegaba a una peseta y
ya echando la casa por la ventana algún establecimiento los ofrecía a “todo a 65”,
que eran céntimos de peseta.
No faltaban en algunos centros escolares
–ese teatro de la Casa Popular de la calle de la Mata hoy desaparecido-
representaciones de teatro adecuadas a las fechas navideñas, que se adornaban
con cánticos del coro infantil, bajo la experta dirección de don Lucio o don
Florencio, mis profesores marianistas de los años 20. Por último, la cabalgata
de los Reyes Magos, que se montaba con más ilusión que brillantez, en la que a
veces encarnaban a los monarcas de Oriente personajes conocidos de la ciudad,
sin que faltase algún periodista, que siempre hemos sido los de la profesión
proclives a ilusionar a los niños.
Ya de mayor no puedo olvidar esta fecha
de Reyes en el Hogar Provincial y en la Casa Cuna, cuando acompañaba a los Magos
a repartir a los peques de ambos establecimientos la alegría de recibir un
juguete, para lo que habían sido preparados con anterioridad por las buenas
religiosas, que disfrutaban aún más que los niños.
Mantengamos, pues, el sentido familiar de
estas fiestas navideñas, que tiempo habrá de volver a la realidad en el resto
del año. Tengamos ilusión, alegría y recuerdo para quienes necesitan de ayuda.
Para todos, los mejores deseos de paz.
Cecilio
López Pastor. Extra de Navidad, diciembre de 1985
En
Ciudad Real la Navidad era recibida muchos años con nieve a comienzos del
pasado siglo. Fotografía de la revista Vida Manchega publicada el 10 de enero
de 1918
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