No siempre hemos de invocar la memoria de nuestros triunfos, que pueden servir de envanecimiento para nuestro carácter nacional; conviene recordar también la de nuestras desgracias, para que la generación presente escarmiente en los pasados infortunios y sepa cultivar con cuidado los laureles de la antigua gloria que el viento de la desgracia arranca muchas veces de la cabeza de los héroes y pueblos vencedores.
La escuela de las grandes expiaciones es muy elocuente para los individuos y para las naciones, y nunca como ahora conviene recordar las lecciones que dio la Providencia á nuestros antepasados, castigando con sangrientos decretos los pecados de los reyes y de sus pueblos.
La derrota de Alarcos se jugó en su tiempo castigo del cielo por los amores de Alfonso VIII con la hermosa judía de Toledo, y sin tomar este juicio por definitivo, fuerza es confesar que la desmoralización había hecho grandes estragos en la corte castellana, amortiguando el espíritu de la Reconquista, eminentemente español y cristiano.
Los campos de Alarcos, dice un viajero, se hallan situados á una legua al E. de Ciudad-Real, que ocupaba los antiguos campos Oretanos. Por la región que decimos, la cumbre de la que fué Alarcos es accesible por una cuesta algo empinada; pero en unos parajes, donde deja la tierra conocer el cimiento de algunos edificios, que serían notables según lo indica la extensión en otros, tal como á unos 280 pasos antes de llegar a la cumbre una fuente que muestra el lujo romano, que dejó esclarecidas huellas en esta ribera izquierda del Guadiana, cuando Alarcos tenía importancia en el mundo. Al llegar á la cumbre de este pedregoso y elevado cerro, se entra por una puerta de la antigua población árabe; débiles restos del murallón de aquel tiempo, que encierran en su recinto una cisterna del tiempo moruno, y á su frente un atrio formado con los fragmentos de las columnas del mismo tiempo, el cual deja entrada á una ermita gótica, dedicada á Nuestra Señora; una tapa de un sepulcro que sirve de pesebre cerca de este sitio; un sillar bien cortado allá, y un ladrillo romano con sus iniciales aquí, que está incrustado, ó mejor dicho, aplicado al servicio del nuevo sarraceno; un infinito muro de fragmentos del barro de aquel tiempo, y algunos barros, dardos y saetas que se encuentran á veces, y algunas hojas de lanzas y también espuelas de los caballeros, que de una y otra banda perecieron en aquel sitio cuando D. Alfonso VIII la rindiera y sujetara á su dominio, son los documentos que se encuentran en aquel lugar, que á la par de las tapias de los edificios sarracenos, no dejan duda que fué un pueblo pequeño, pero bien fortificado en sus tiempos.
Hasta aquí el viajero aludido. Digamos dos palabras sobre la batalla. De victoria en victoria Alfonso VIII había llegado hasta Algeciras, desde donde dirigía un reto á los moros africanos, invitándoles á nuevos combates. Jacub-ben-Yusef, recibió el reto con ira, y reuniendo un ejército formidable pasó el estrecho; pero Alfonso se había retirado cerca de Alarcos. Allí fué donde se libró la batalla, de las más sangrientas que registra la historia de la Reconquista española, el 19 de Julio de 1195. Las pérdidas del ejército castellano pasaron de 30.000 hombres, según las crónicas: las de los moros fueron también numerosas.
La derrota de Alarcos envalentonó á los
moros almohades y se apoderaron de varias plazas, haciendo vacilar el trono de
Castilla. Pero la Providencia divina quería la corrección y no la muerte de sus
hijos, y rehechos los cristianos á las órdenes del mismo rey Alfonso, diez y
siete años más tarde, el 20 de Junio, se libró la batalla de las Navas de
Tolosa, que fué Él triunfo de la Santa Cruz.
La Ilustración Católica, número 30,
Madrid 25 de abril de 1883
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