La
Sinagoga ciudadrealeña vista por Gregorio Prieto en un dibujo de 1955 publicado
en la revista “Clavileño” y reproducida en el diario Lanza, lugar a donde
corresponde el dibujo que público
Aquella mañana Aarón abrió la tienda
cuando el sol acababa de salir. Había un olor especial de las piezas de sedas
recién llegadas, que estaba extendiendo sobre la madera de cedro del mostrador.
La alcaicería comenzaba a cobrar vida a horas tempranas y todos levantaban el
cierre de sus tiendas. Al principio vendíamos solamente piezas de tela pero
ahora habíamos cambiado y teníamos diferentes objetos de seda elaborados, y
otros productos textiles que atraían a numerosos compradores. A nuestra tienda
de la alcaicería venían por las mañanas numerosos clientes, cristianos, judíos
y moriscos. Aquel día de julio había sido especialmente importante. María y su
marido Pedro, dos cristianos nobles, se llevaron una pieza de seda,
especialmente bella, para un vestido y Juan Hamir, el que vivía en la Morería,
se llevó unos metros de tela para hacer un vestido para su mujer, para las
próximas fiestas de la ciudad.
Vivía en una zona de la ciudad limitada
por la muralla, entre las Puertas de la Mata y la de Calatrava. A poniente de
mi barrio estaba la calle de la Paloma, llamada en antiguos manuscritos de
Leganitos; y lo cerraban por el Norte y el Sur las calles de Calatrava y Lanza
con la de La Mata. Cada día recorría mi barrio de un extremo a otro, de Oeste a
Este por la Rúa principal, la calle de la Judería. Mi padre decía que en ella
había tenido lugar una gran matanza en el año 1391. Cuando era muy joven
recordaba que el rey Alfonso XI había venido a la ciudad a celebrar las Cortes.
Pero habían sido tiempos difíciles y en 1396 los cristianos quemaron toda la
alcaicería con sus comercios y sus tejidos más valiosos. Años de tiempos
complicados y duros para nuestra comunidad.
Nuestro barrio estaba separado del resto
de la ciudad y por la noche se cerraba la verja que había en la calle Barrera,
que después llamaron Compás de Santo Domingo. Teníamos una Sinagoga Mayor y el
“fonsario”, donde estaban enterrados nuestros mayores. Allí celebrábamos el
sabat y nos reuníamos a recitar nuestras oraciones, después preparábamos la
cena y encendíamos las velas. La Sinagoga la destruirían para levantar allí el
convento de los dominicos.
Ahora la ciudad estaba en un tiempo
próspero con una actividad económica activa, especialmente en nuestro barrio,
con la venta y exportación de tejidos. Las mejores sedas llegaban a nuestra
alcaicería y desde aquí enviábamos tejidos de primera calidad a muchos lugares
del mundo. El año pasado, año de 1420, el rey Juan II otorgó a la ciudad el
título de “muy noble y leal ciudad de Ciudad Real”. Mi abuelo decía que la
ganadería funcionaba muy bien y por ello se había desarrollado una industria
textil que exportaba paños a los mercados europeos atrayendo a ciertos nobles,
aunque con Enrique IV la cosa había empeorado. Nosotros, la comunidad judía,
éramos parte importante de la ciudad y de su economía.
No podía pensar que en pocas décadas la
situación cambiaría y acabaría abandonando la ciudad. En 1459 comenzaron las
persecuciones que se hicieron insoportables en 1467 en el reinado de Enrique IV
cuando ya había cumplido los sesenta y cinco años. Para Aaaron la última
persecución de 1474 hizo imposible su permanencia y abandonamos, con toda la familia,
aquella ciudad en la que habíamos vivido toda nuestra existencia, esa ciudad
que se llamaba Villa Real.
Los
moriscos.
Juan Hamir vivía en el barrio de la
Morería donde residían los habitantes de religión musulmana. Una zona que
comprendía el ámbito desde la Puerta de Santa María a la de Alarcos, que hoy
cierran por el interior las calles de Postas y Reyes… Calles como Lentejuela,
Jara, Alamillo, la estrechura y la lobreguez, el aspecto mezquino de sus
viviendas decían algunos cronistas. Pero aquí vivían en buenas condiciones
cerca de dos mil moriscos. Años después, en 1570 la Morería se extendió hacia
la calle Ciruela mezclándose los moriscos con los cristianos. Ellos decían que
ya estaban aquí cuando esto era sólo una aldea, la del Pozuelo de don Gil. Años
después llegarán muchos más a la ciudad y se dice que entre 1530 y 1590 la
población creció de forma continuada, probablemente por el asentamiento de los
moriscos granadinos procedentes de las Alpujarras.
Ellos resistieron algo más en la ciudad
pero entre 1609 y 1613 tuvieron que abandonar sus posesiones. La ciudad que
habían construido con su trabajo y su esfuerzo les expulsaba. Cerca de tres mil
dejaron estas tierras y los campos que cultivaban quedaron yermos. La economía
y el suministro de materias agrícolas tardaron en recuperarse. En aquel año de
1420 vivíamos en paz, pero cada uno en la zona de la ciudad que teníamos
asignada dentro del respeto que reclamábamos de los demás.
María,
hija de María y Pedro.
En la zona cristiana está la iglesia de
Santa María, mandada construir por el rey Alfonso X el Sabio en 1255 cuando
concedió el título de villa al núcleo de Pozuelo Seco de Don Gil. En este año
de 1420, cuando Villa Real ha obtenido el título de “ciudad”, se ha decidido
construir una catedral acorde con su nueva condición. En la puerta del Perdón
del último tercio del siglo XIII hay un bello rosetón con tracería formada por
diecinueve círculos de seis lóbulos y enmarcado por un cuadrado.
El barrio cristiano está en las
cercanías del regio Alcázar ocupando toda la zona sur, limitada por las calles
de La Mata, Lanza y Cuchillería por un lado, y las de Arcos… Plaza del Pilar y
calle de Ciruela, por otro, sirviendo de línea de muralla. Es la zona antigua
que fue el primitivo asiento de Villa Real, y que con su municipio o concejo
fue la sucesora de Alarcos, centro donde fijaron su residencia las familias más
nobles de Ciudad Real. Las calles de la ciudad marcan los recorridos desde su
centro a los lugares próximos y así la ciudad de este siglo XV, con forma
ovalada que conforman sus murallas se va construyendo y mejorando día a día con
el esfuerzo de sus gentes, cristianos, judíos y moriscos.
Hoy 14 de agosto, María, hija de María y
Pedro, ha sido la encargada de presentar la ofrenda a la Virgen del Prado. Va
vestida con la túnica de las sedas venidas de Oriente, que el judío Aaron le ha
vendido en la alcaicería de la ciudad y lleva una cesta con las frutas y
hortalizas que el morisco Juan Hamir ha cultivado en las tierras de esta
ciudad. La Villa Real, que ya es hoy ciudad, oía repicar las campanas de este
mes de agosto de 1420.
La
antigua alcaicería ciudadrealeña se encontraba en esta zona ya desaparecida de
la Plaza Mayor
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