Vista
de la calle Libertad en 1919, calle perteneciente a la judería ciudadrealeña
Ciudad Real aún era “Villarreale” el 12
de junio de 1411. Algo acaecía en esa fecha y grande había de ser, pues, desde
muy temprano a la Puerta de Granada y a la Corredera venía una muchedumbre
humana de acá, y de los contornos llegada. Mediaba la mañana cuando con gente y
más gente, acudían también el Tribunal de la Santa Hermandad, la villa y las
Comunidades religiosas y, al frente, el
Clero parroquial.
El gentío, con desasosiego de emoción,
oteaba los caminos de Andalucía y Alcaraz, y prorrumpió en cánticos y
oraciones, al descubrir, en la lejanía, otra multitud que aparecía cantando el
Rosario y apretujando, a lo que pudo apreciarse después, a un fraile de ropajes
blancos y negros, enarbolando estandarte blanco con las imágenes de Cristo
crucificado, en un lado, y de la Santísima Virgen, en el revés.
Así llegaba a Villarreale Vicente Ferrer,
que no otro era el fraile del estandarte.
La multitud, que esperaba, unióse a la
que venía y por la calle de Granada, siempre cantando y rezando, dieron en la
Dorada y, “línea recta”, pasaron a San Pedro por la puerta del Sol para, sin
detenerse, salir por la de la umbría y convocar, el Santo, para el siguiente
día el comienzo de la Misión. Cuentan que la procesión continúo “a visitar a Nuestra Señora la Santísima
Virgen del Prado que, en aquel tiempo, no tenía edificado en su grande templo,
que hoy existe más que la capilla mayor o abanico y las dos capillas siguientes”
(?).
Igualmente hacendado parece visitara,
procesionalmente o no, a Nuestra Señora de la Pedrera en su iglesia, hoy molino
aceitero pues, por lo menos y a lo que se dice, tanto ascendiente y tanta
devoción gozó esta Señora que la del Prado. Por otro lado a muy sugeridores
comentarios se presta el silencio que los relatos históricos de la Misión
guardan para los lugares y calles del barrio de Santa María –aun cuando en él
colocaran la leyenda o milagro que luego relato- y se prodiguen las citas
referentes al barrio de San Pedro, entonces centro urbano, enclave y
confluencia de lo judío y de lo cristiano.
Los templos no eran capaces para tan
grande aglomeración como se presumía, y hubo de decidirse a predicar la Misión
en la ancha calle de la Mata, “desde un balcón de madera que tenía la casa
accesoria propia de los Cabeza de Vaca, luego parte del vínculo de los Torres.
Las portadas principales de dichas casas sitan en la calle de Caldereros”. ¿No
son en la actualidad, Casa Popular de la Virgen del Prado, creada por
Gandaseguí? ¿Qué ha sido del balcón histórico?
Precisamente frente a esas casas estuvo
la Sinagoga Mayor que tras los atroces sucesos de 1391, fue convertida en
iglesia cristiana bajo la advocación de San Juan Bauptista, por deseo de su
poseedor don Juan Rodríguez de Villarreal, tesorero del rey en Toledo, quien la
donó, el 29 de enero de 1399, al reverendo padre Fr. García de Sevilla, prior
sevillano del convento de San Pablo (fundación atribuida a San Fernando), para
que fuese casa religiosa de los Frailes Predicadores “lo que antes había sido habitación del demonio”.
Así, frente a la sinagoga convertida en
casa de Dios frente al barrio judío maltrecho y populoso, el apóstol Vicente empezó
la Misión el día 13 de junio. Sus primeras palabras fueron: “Timete Deum et
date illi honores”.
Su voz, como “eco de campana muy ladina, permitía oír la predicación a una legua de
distancia”… cual precursora audición radiofónica.
Tal era su elocuencia, que muchos judíos
de toda edad pidieron y recibieron el bautismo. En algunos fue sincera la
conversión, pero la mayor parte, atemorizados “por los horribles sucesos
pasados y llenos de rencor y sospechas sobre su futuro turbio, se bautizaban en
público y apostaban en privado”.
Con cruz verde eran señalados los nuevos
cristianos o sambenitados y trasladados al barrio que, junto a Santiago “terminaba línea recta en la Puerta de
Calatrava y comenzaba en la plazoleta donde había clavada una cruz verde. El
cura de los moriscos cuidaba de las operaciones.
La
villa pasaba por época de gran esplendor y, un día de la Misión, Vicente
profetizó de ella:
“Llegarán
tiempos que los que os sucedan vean dentro de sus muros mucha parte en ruinas y
en un solar coger los frutos de cebada y panizo, sustento para muchos de sus
habitantes, y también hortalizas”.
“Así
se ha verificado”.
Tantos
milagros obraba Fr. Vicente Ferrer en su vida predicadora, que su Prior hubo de
prohibirle hacerlos sin su consentimiento y dábase el caso, ante la inminencia
de realizar alguno, de dejarlo en prodigiosa espera hasta alcanzar la venia que
bondadosamente le era siempre otorgada. Cuentan que “de sólo cuatro procesos
que se hicieron en Aviñón, Tolosa, Nantes y Nápoles, se sacaron, sin los demás,
ochocientos sesenta milagros”.
Casi sin variación, copio de un viejo
papel el portento de la calle de la Pedrera de Villarreal:
Estando en la Misión, “se quedó un breve rato suspenso y dijo: Es
necesario que en este momento socorráis una grave necesidad. Saca un lienzo de
la manga y dice: Seguid este paño y donde pare entrar a socorrer lo que
halléis. Voló el pañuelo por los aires y, siguiendo la calle de Caballeros
llegó a la de la Pedrera para pararse en la puerta de una casa de esta calle.
Entran, rompen la puerta de la cocina y hallan un desgraciado con cordeles en
la mano para ahorcar a su mujer. Evitan la desgracia. El pañizuelo volvió por
la misma vía a manos del santo Apóstol”.
¡Curioso y encantador milagro, en
verdad!
“Hasta
el amanecer pasaba las noches confesando. Algunos días decía misa en la
capillita de Nuestra Señora de la Soterraña, sita en lo alto de la muralla
antigua de la Puerta de la Mata”. Desde que vino abajo, la ermita, la
Señora tuvo culto en el convento de Santo Domingo, hasta su demolición en el
siglo pasado. ¿Qué sería de Ella, y cómo sería?
Terminó la Misión el día de San Juan
Bautista, patrono del convento y del fundador, y al otro, con la procesión y
aparato de costumbre, marchó el siempre apuesto fray Vicente Ferrer. Tan
agraciado y gentil que “algunas mujeres
querían traerle a mal y él las ganó para el cielo”.
Al despedirse acudieron las
Corporaciones y el pueblo en masa. “Por
la Puerta de Toledo, salió para Malagón y, de allí, para Yébenes y, después, a
Toledo”.
Buceen los eruditos. Tomen lo cierto y
tiren lo que no valga, como en otras ocasiones dije pero conste aquí lo leído
en apolillados manuscritos y resobados papelotes, pues, a mí, gran placer me dan
estas leyendas, suaves y jugosas, y no había de privaros a vosotros de él, si
sois del mismo gusto, callándomelo. Por otro lado, de esas suavidades jugosas,
de la leyenda se me alcanza suele nutrirse, en más de una ocasión, la Historia,
rígida y seca. Si lo escrito no te gusta bien harás alejándolo de ti o
rompiéndolo que si me ufana ser dueño de mis albedrío y gusto, justicia grande
considero dejar a cada cual administrar los suyos… y “el bien que viniere para todos sea, y el mal, para quien lo fuere a
buscar”.
Julián
Alonso Rodríguez (Diario Lanza jueves 5 de junio de 1952)
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