Con el nombre de “aljama” tenía la comunidad judía de Ciudad Real una junta o Concejo. Estaba formado éste por los judíos más ancianos, los adelantados y los cabezas de familia; intervenían en todas las materias relacionadas con el municipio y controlaban los pagos e ingresos de todos los impuestos por medio de sus representantes. Junto al concejo tenían también un tribunal especial, para juzgar las causas. En uso de las prioridades concedidas por los reyes, entre toda la “aljama” era elegido un juez o rabba mayor, el cual ejercía la triple jurisdicción: civil, criminal y religiosa, teniendo que acatar su autoridad los “dayares” (jueces menores), así como los “cohenim” (sacerdotes). Para lo único que no tenían facultad era para condenar a la última pena. El tribunal se constituía en la puerta de la sinagoga, completando esta la organización de la “aljama”.
Pocos años después de ser fundada la
ciudad, la “aljama” villarrealenga había adquirido gran fama y abundante
poderío. Para hacernos una idea de su potencial económico, dice un documento,
que, en el reparto de Huete (año 1290) la Aljama de Villa Real pagaba por el
impuesto de capitación 26.486 maravedíes, correspondientes a los 558 cabezas de
familia que formaban la junta. Además de esta contribución, que en aquellos
tiempos era una cantidad considerable, pagaban también a la Corona: los diezmos
hipotecarios de liquilinato y del comercio, las tercias, los donativos, la
mañeria o luctuosa, los yantares, los servicios ordinarios y extraordinarios y
las alcabalas, contribuyendo de consumo a engrosar las rentas reales con el
arrendamiento de las alcaicerías y tafurerías. Nos dice el historiador Haim
Beinart, que, “veintitantos años antes de los decretos de conversión, Enrique
II de Trastámara autorizó la transferencia a la Orden de Calatrava de un
ingreso anual de mil maravedíes de los impuestos de la comunidad”.
En el año 1292 el concejo de Villa Real
recibió una orden del rey Sancho el Bravo, para que no se concediera a los
judíos instalados en la ciudad beneficios con más del tres por ciento de los
préstamos concedidos a los cristianos, renovando el monarca la decisión de su
padre, don Alfonso X, de no serles permitido adquirir propiedades de sus términos.
Pero los judíos, que eran hábiles en rehusar las leyes, no tardaron en
eludirlas.
La escuela, llamada talmúdica, estaba al
cuidado de los “rabbies” o rabinos, bajo la autoridad del “rabb mayor”. Los
“cohenim” o sacerdotes, atendían el culto.
La
matanza de 1391
Entre los judíos se encontraban
verdaderos artesanos, en todos los oficios, por lo que la industria de Villa Real tuvo arraigado abolengo, llegando
a alcanzar gran crecimiento y prosperidad, particularmente en el tejido de
lanas, viniendo a competir con las mejores de Europa. Pero su verdadero arte
era la usura, en cuya virtud hicieron grande fortunas, logrando además inmenso
prestigio y poder con los responsables de los pueblos y gobierno de la Corona;
tanto es así, que, en época de don Pedro I, eran sus tesoreros. Precisamente
por las demasías y abusos excesivos en los préstamos otorgados por los judíos a
los cristianos, hicieron que las relaciones entre ambas razas se generalizaban
cada vez más tensas y tirantes. La intranquilidad y la tempestad que se había
levantado por algunos puntos de España, especialmente en Sevilla, el miércoles
de ceniza 15 de marzo de 1391, llegó también a nuestra ciudad, derramándose en
el barrio judío abundante sangre israelita, llegando a extinguirse la rica
aljama de Villa Real. Tras la sangrienta matanza, bastantes fueron los judíos
que se convirtieron al catolicismo, poniendo sus miras en la salvación de sus
vidas.
Avanzaba el año 1396 cuando, Enrique
III, dio orden de quitar las sinagogas judías. La de Villa Real fue donada a
Gonzalo Soto, quien posteriormente en el año 1398 la vendió por 10.000
maravedíes a Juan Rodríguez de Villa Real, que era tesorero de la casa-moneda
del rey en la corte visigoda y del monasterio de P.P. Predicadores. Juan
Rodríguez donó la sinagoga a la Orden de
Predicadores de Sto. Domingo, convirtiéndola en iglesia bajo la advocación de
San Juan Bautista. Años más tarde, el 10 de agosto de 1412, la reina Beatriz,
dueña del señorío de Villa Real, donaba
a Juan Alfonso, vecino de la ciudad y cortesano suyo, parte del terreno que
antes sirvió de fonsario o cementerio de los judíos. El solar, dice Delgado
Merchán, fue vendido después el 10 de octubre de 1413, por la cantidad de 1.500
maravedíes, a los dirigentes de las cofradías: de Todos los Santos, de San Juan
y de San Miguel de Septiembre de Barrio Nuevo. Todas estas sociedades estaban
integradas por vecinos de Villa Real, y las habían fundado conversos locales.
Francisco
Pérez Limón Diario “Lanza” 15 de agosto de 1989, Extra de Feria de Ciudad Real)
Leo: "... derramándose en el barrio judio abundante sangre israelita...". En 1391, Israel ni existia ni era un proyecto.
ResponderEliminarLuego, el tema de la usura hoy en dia está abandonado por los historiadores. Aquello fué un tema de racismo puro y duro