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sábado, 3 de octubre de 2015

LA DESTRUCCIÓN DE UNA CIUDAD


En los años sesenta del pasado siglo se destruyó parte de nuestro patrimonio arquitectónico. En esta fotografía el comienzo de la demolición de la casa de doña Mariana en la Plaza del Pilar

Ciudad Real se fundó en el año 1255 por Alfonso X, El Sabio, como respuesta de la realeza al poder de las órdenes militares de Calatrava y Santiago. Según el cronista Villegas fue el propio monarca quien ordenó la construcción de la muralla capitalina, así como el enclave de la “Puerta de Toledo”. Según Sánchez Lillo se llegaban a contar hasta 130 torreones, entre torres y contrafuertes. Las puertas se abrían a los caminos más importantes, de los que solían tomar sus nombres, se contaban hasta siete: Toledo, Santa María, Calatrava, La Mata, Granada, Ciruela y Alarcos.

De esta muralla, hoy sólo se mantiene en pie la puerta de Toledo, ya que la de Santa María es una réplica. Poco a poco la muralla se fue destruyendo, la última demolición fue en la década de los años 50. El anterior es uno de los muchos ejemplos de la dejadez arquitectónica que se han producido en Ciudad Real a lo largo de la Historia, y especialmente en el presente siglo. He aquí un flagrante crimen que ya no podremos remediar.

El gran desarrollo suburbano se produjo durante la segunda parte del siglo XIX. Esta etapa estuvo presidida por la noticia de la llegada del ferrocarril; acontecimiento que motivó que el Gobierno de la Nación enviará una carta a la corporación municipal para que emprendieran un plan de decoro y mejora del casco urbano, a raíz de este aviso se transformó la Plaza Mayor, y se dieron algunos cambios relativos a la desamortización. Los edificios más representativos del siglo XIX fueron: el nuevo Ayuntamiento, el Casino que fue inaugurado en 1887 y el palacio de la Diputación Provincial de 1893.

El casino, actual Conservatorio de Música, fue realizado en estuco y escayola y con ornamentación de terraza reforzada con balaustrada. En la fachada de la Diputación se funde el ladrillo visto con la piedra vana, a ello se le sumará como elemento decorativo la solución de esquina mediante la disposición de un cuerpo cilíndrico o cúpulas laterales.

En el año 1983 se destruyo el antiguo Garaje Ford

La Plaza Mayor contó con la construcción de un nuevo Ayuntamiento (no el actual), del que se puso la primera piedra en 1868, con posterioridad en 1929, se llevó a cabo un proyecto de remate de la torre central del edificio, con el fin de instalar un reloj. En 1919 y 1929 las distintas corporaciones aprobaron la construcción de dos tipos de diferentes de construcciones privadas en la Plaza,  que no sólo vendrían a romper la uniformidad existente hasta el momento, sino que además pretendían crear una nueva nunca lograda. El modelo de 1919 se identifica por la presencia de balcones, mientras que el de 1929 se caracterizó por la aparición de medallones en las fachadas.

A comienzos del siglo XX dos plazas constituían el punto neurálgico de la ciudad: la del Ayuntamiento y la del Prado con la Catedral y el Casino. Conforme avanza el siglo XX, dos plazas fueron tomando cuerpo: la del Pilar y la de la Diputación.

El desarrollo suburbano no se llevó a cabo en el interior de la ciudad, debido al alto precio del suelo existente en los amplios espacios que quedaban dentro de la muralla. La especulación originó que el nuevo crecimiento se trasladara a la periferia y concretamente detrás del ferrocarril y del paseo de Gasset.

Ante la presión demográfica experimentada en la década de los años 20 y 30 fue necesario preparar suelo barato.

Los dos primeros barrios surgidos fueron el de “Larache” que aparecía al Sur de la estación de ferrocarriles, ocupado por ferroviarios y jornaleros. En el Oeste de la ciudad, al otro lado del parque Gasset surgió la llamada “Ciudad Jardín”, este era un barrio de clase media integrado por funcionarios, constituido por calles que se cortaban en ángulo recto con jardines en los frentes de las fachadas. En esta zona, es donde hoy está instalada la Feria, de la que se puede disfrutar en estas Fiestas de Agosto.

Ante la escasez de viviendas tras la Guerra Civil, la iniciativa pública intentó acomodar, en el centro a los funcionarios, constituyendo bloques para el personal del Ayuntamiento, la Diputación, etc, en calles como Mata, Ruiz Morote, Plaza de la Provincia, también se acomodó en estas zonas a los miembros de las Fuerzas Armadas. Para los chabolistas, el régimen construyó dos barrios, el del Pilar situado en la carretera de Daimiel y el del Padre Ayala, al norte de la Plaza de Toros.

Uno de los mayores atentados arquitectónicos que sufrió Ciudad Real, fue la destrucción de la Plaza Mayor y sus alrededores. En esta fotografía una demolición en la calle Feria

Entre los años 50 y 60 con el comienzo del desarrollismo, encontramos dos barrios prototipo, Pío XII y los Ángeles en el sur de la ciudad. Pero fue ya, durante los 70, cuando se produjeron dos de los hechos que más han influido en la remodelación del casco urbano actual: la construcción del nuevo Ayuntamiento y la creación del Polígono Torreón del Alcázar.

En el caso de la Plaza Mayor, con más desacierto que acierto, ya que aquí fue donde se produjo otro de los “crímenes arquitectónicos” de Ciudad Real. Una vez derribado el antiguo edificio del Ayuntamiento, un siglo después de su construcción, la corporación aprueba en marzo de 1969 que el nuevo se construirá en el mismo lugar, en estilo castellano y armonizado con la Plaza; dicho acuerdo no se respetó al habérsele encargado, fuera de concurso, un proyecto al arquitecto Fernando Higueras. Éste en lugar de utilizar el revoco color barquillo introdujo el hormigón blanco, por lo que obligaba, a partir de ese momento, a adoptar el mismo lenguaje arquitectónico en los futuros edificios, rompiendo la posible uniformidad existente.

Ante la polémica suscitada, la alcaldía solicitó en 1972 que las instituciones se manifestaran, vertiéndose opiniones contrapuestas, sin olvidar las procedentes de la propia ciudadanía. Los que se oponían indicaban que si se tenía que aprobar ese edificio, se debía levantar en un lugar distinto o por el contrario pensar en otro proyecto más acorde con la plaza. Sin embargo al final la corporación aprobó por amplia mayoría lo que ha sido el gran desafuero urbanístico de la ciudad en los últimos tiempos.

¿De quién fue la culpa? De los mandatarios de entonces, del arquitecto, de la gente del pueblo que no se opuso con suficiente fuerza a tamaño despropósito. De estos últimos, y esto es una opinión personal, no creo que fuera, simplemente porque pienso que jamás se les preguntó. La gente de a pie suele ser sabia, “la sabiduría popular” que se dice, y nunca hubieran consentido semejante disparate. Sean quiénes fueran los culpables, los hechos ya estaban consumados, y buena prueba de ellos es que hoy, más de 20 años después ya nos hemos acostumbrado al emblemático edificio de estilo arquitectónico desconocido. Pero los años han demostrado la inviabilidad del proyecto de hacer toda la Plaza igual, pues sólo han seguido este “estilo disparatado” dos edificios, que por otra parte, no hacen si no restarle singularidad al Ayuntamiento. Esperemos que de aquí a un siglo, el futuro Ayuntamiento tenga la genial idea de hacer un nuevo edificio.
 
Las demoliciones en la Plaza Mayor se prolongaron hasta los años noventa del pasado siglo XX

En el caso del Torreón, su construcción se debió a un Plan de ordenamiento municipal; en él se prometía a los que entonces habitaban la zona que se les construirían nuevas viviendas. Las promesas no fueron ciertas y al final a aquellas gentes les dieron viviendas, sí, pero en el barrio del Pilar. La implantación de altas torres en la Plaza del Pilar y la Plaza de Cervantes, también constituyó un gran error arquitectónico. Quizás los arquitectos o urbanistas de entonces pretendían hacer una villa manchega un nuevo Manhattan. En general el desarrollo urbano tuvo luces y sombras, en buena parte se siguió el mal ejemplo de Madrid, cuando se comenzó a copiar el gigantismo en plan gran urbe. A ello se le sumó el clima de especulación del suelo, que encontró pronto campo abierto, gracias a sus desaprensivos adeptos. La piqueta comenzó a demoler la ciudad, hasta el punto de privarla de sus propias señas de identidad. Cayeron iglesias, casas, barrios enteros. Ninguna guerra había causado tantos estragos, como las fáciles ganancias y el mal gusto de los “años del desarrollo”. La homogeneidad urbanística del antiguo conjunto se perdió para siempre. Se rompieron perspectivas, se elevaron injustificadas y horrendas torres de apartamentos, la ciudad salió de su viejo recinto histórico y se extendió en barriadas suburbiales mientras el centro ofrecía el agresivo contraste de los despersonalizados bloques de viviendas y los centenares de solares y casas en ruinas. Cuando la conciencia de tal desatino cobró cuerpo en la sociedad y en la administración municipal, ya poco quedaría por salvar. De todos estos desatinos, sufrimos hoy las consecuencias, como por ejemplo cuando algún turista se acerca a un ciudarrealeño y le pregunta -¿Qué puedo ver en Ciudad Real?- y él pone “cara de póquer”, como dirían los americanos, y contesta –Como no se vaya usted a Almagro-.

Esperemos que esta reflexión, sirva para que antiguos errores no se vuelvan a repetir y para que los ciudadanos sean conscientes de su patrimonio. Esto último es muy importante porque a nadie nos pertenece, es un legado que nos dejan nuestros antepasados y que hemos de conservar intacto para que las futuras generaciones puedan disfrutarlo.

Ana Belén Esteso (Diario Lanza, viernes 14 de agosto de 1998, Extra ferias de Ciudad Real)

Demoliciones en el Paseo Carlos Eraña


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