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martes, 13 de mayo de 2014

CIUDAD REAL, LA DE LA PRÓCER (I)


Portada de la revista Blanco y Negro nº 1824, 2 de mayo de 1926

La revista Blanco y Negro fue una revista ilustrada española fundada en 1891 por Torcuato Luca de Tena y Ossorio y base de la editorial prensa española, editora del diario ABC. Los rotativos de su tirada se encontraban en el calle Serrano.

De hecho, el éxito de esta revista motivó la creación posterior del diario monárquico. La publicación presentaba la novedad de las ilustraciones y gozó de gran prestigio por sus artículos y colaboraciones literarias. Siguiendo el estilo marcado años antes por ilustración española o americana  o mundo nuevo tuvo en su inicio tiradas cercanas a los 20.000 ejemplares. Fue la primera publicación periódica española en utilizar el color y el papel couché El 15 de mayo de 1912 publica la primera fotografía en color de la prensa en España. Se editó durante muchos años como publicación independiente, en diversas etapas. Entre 1891 y 1939 se editó de forma continuada. Volvió a reaparecer en 1957 como publicación independiente. En 1986 se convirtió en el suplemento dominical del diario ABC. En 2002, y con la constitución de vocento, xl semanal  se convierte en el suplemento dominical del diario ABC y la cabecera Blanco y Negro.

El 2 de mayo de 1926, esta revista publicó entre las páginas 42 y 47, un articulo de Ángel Dotor sobre la historia de Ciudad Real capital que lleva como título: “Ciudad Real, la de la Prócer” y que a continuación reproduciré ente hoy y mañana.

CIUDAD REAL, LA DE LA PRÓCER  (HISTORIA POR ÁNGEL DOTOR)

Tanta importancia reviste para el estudio de nuestra Edad Media la contienda perseverante de la Cristiandad contra la morisma como las luchas intestinas dentro de la primera. Al afianzar los Monarcas castellanos sus conquistas sobre los árabes, después de rehechos, en las Navas de Tolosa, de la formidable derrota de Alarcos, las Ordenes Militares, que tan decisivamente contribuyeron al triunfo, erigiéronse en dominadoras feudales en forma tal, que hicieron temblar sobre las testas reales la corona de Castilla.

En este momento tan significativo de los Anales patrios ábrese la historia de Ciudad Real, que en poco tiempo había de adquirir relieve extraordinario. Pocas ciudades españolas tienen tan soberana historia. Vamos a dar sobre ella una ojeada, señalando cronológicamente sus hechos más salientes.

Alfonso X, el Sabio, dejado llevar de un alto fin político, como era su deseo de contar con una importante plaza en pleno campo de Calatrava de que poder servirse para contrarrestar el alarmante predominio de la Orden y asegurar las comunicaciones entre Toledo y Córdoba, determinó fundarla en el término de Alarcos, la antigua ciudad oretana de Laccuris, según Tolomeo Alejandrino, cabe el Guadiana. Inútiles habían sido hasta entonces los esfuerzos de los Reyes para repoblar aquel paraje, desde que fue reconquistado dada su insalubridad. Así pues, Alfonso X, que quería crear una “grand Villa é bona, é que conservasse é tuviese entre todos por fuero, é que fuesse cabeza de toda aquella Tierra”, eligió una de las aldeas circundantes, llamada el Pozuelo de Don Gil, a la qué cambió su nombre por el de Villa Real. Esta aldea era la antigua Philipopolis, en opinión de Laurent, y la romana Clunia, a juicio de Nebrija.

Siguiendo el común proceso evolutivo de nuestras poblaciones en el Medioevo, Villa Real adquirió pujante desarrollo en pocos años, merced a los privilegios concedidos por el Rey Sabio. En la Crónica de este Rey hay un capítulo consagrado a la fundación de Villa Real, en donde vese la carta-puebla dada en Burgos a 7 de Febrero de 1255, que establece: “E yo sobre dicho Rey D. Alfonso, dóles y otorgoles para siempre jamás, e á todos los moradores, que fincassen en Villa Real, la sobre dicha, é en todo su témino, que hayan el fuero de Cuenca en todas cosas, que han los caballeros, de Toledo, é quítoles, é franquéoles a todos comunalmente, que non dén Portazgo en ninguna de las partes de nuestros Reynos, sacando en Sevilla, é Toledo, é Murcia, en que quiero que lo den. E do a esta Villa sobre dicha, que aya por Aldeas, é por Termino Zuheruela, e Villar del Pozo, é la Figueruela, é Poblet, é Alvalat, con todos sus términos”. Largo sería explicar el significado de los privilegios y franquicias que esas líneas encierran, pues tanto el fuero de Cuenca, el más importante de aquellos tiempos para los hombres del estado llano, como el de los Caballeros de Toledo para los hidalgos, eximían a los que de ellos gozaran, entre otras cosas, de pagar diezmo ni tributo alguno a la Corona, ni al señor de la tierra, pudiendo aprovechar sin restricción los beneficios de ésta. Por todo ello, los caballeros de Calatrava combatieron con más encono, a partir de entonces, a los realengos, a la sazón habitantes de la prospera Villa Real.


Erigida en ciudad populosa a los pocos lustros, con su Alcázar, habitado a temporadas por el fundador; con sus murallas, en las que se alzaban 130 torres y se abrían ocho puertas, que la ponían a cubierto de las acechanzas de los calatravos dominadores de la llanura, sobre la que tenían a su vez castillos fieros; con sus industrias florecientes, desarrolladas por judíos y mudéjares, que habitaban, agrupados, sus barrios típicos, Villa Real fue adquiriendo prestigio en todos los órdenes, sin excluir el más elevado y perdurable: el artístico, en el que logró marcar su romántico esfuerzo de piedra con la erección de templos, puertas y otros monumentos valiosísimos, de los que queda, ¡ay! bien péquela parte.

Villa Real fue para Alfonso X el principal baluarte de defensa y habitación, al que se acogía siempre que iba a guerrear contra los árabes. En él murió su primogénito, D. Fernando de la Cerda, tras cruel enfermedad, siendo llevado a enterrar a las Huelgas de Burgos. El infante D. Sancho, al saber el óbito de su hermano, dirigióse con sus huestes, a marchas forzadas, hacia Villa Real, consiguiendo vencer a D. Lope Díaz de Haro y otros ricos-homes que allí intentaban hacerse los dueños, aprovechando la ausencia del Rey. ¡Lástima que estas circunstancias favorecieran al que había de ser Sancho el Bravo, de suyo ambicioso y rebelde, para, torpe e irreverentemente, levantar sus armas contra su progenitor! Don Sancho, que siguió recorriendo Castilla y Andalucía captando adeptos, quiso halagar a los calatravos, creyendo poder encontrar ayuda en ellos para sus ambiciones de alcanzar la Corona, y en tal sentido expidió desde Córdoba, el 7 de Agosto de 1280, un documento por el cual cedía Villa Real a D. Juan Gonzálvez, maestre de la Orden.

Los villarrealenses, que ya en 1267 habían vencido a los calatravos, consiguiendo que reconocieran , en el propio castillo de Calatrava la Vieja, el derecho de aquellos al aprovechamiento de las maderas de su campo con que edificar las casas de la nueva ciudad, resistieron sin temor la orden de D. Sancho, no sólo porque, conscientes de su razón, tenían jurado no ceder nunca a las ambiciones calatravas, sino por cuanto que, sabiendo que el pretendiente estaba comprometido en las lucha contra su padre, no temieron que pudiera hacerles deponer su actitud por la fuerza. “Todos los moradores de Villa Real –dice un cronista- hacen confederación y pacto de no darse a hombre poderoso y permanecer siempre fieles vasallos a los Reyes de Castilla, y celebran hermandad, en 1290, con los concejos de Extremadura y Toledo, para mutuamente ayudarse en la defensa de sus fueros y privilegios”.

Como escribe Rades de Andrada, el perspicuo cronista de la Orden de Calatrava y de sus luchas con Villa Real, la historia de la capital manchega está reconcentrada en su sangrienta, y porfiada contienda con la Orden fundada por Raimundo de Fitero y el caballero Velázquez, contienda derivada de la constante rivalidad de aquélla, que sólo se templó con la radical reforma que sufriera al ser incorporada a la Corona. El reinado siguiente, o sea el de Fernando VI, fue beneficioso para Villa Real; pero, en cambio, Alfonso XI, si bien consiguió cesara la lucha para emplear la ley, dando justificación a su sobrenombre de el Justiciero, dictó en 1329 sentencia por la cual condenaba a que Villa Real devolviera a la Orden 18 lugares y aldeas y pagara fuerte indemnización por los frutos recibidos. No bastó esto, ni las providencias dictadas por el Rey, para amenguar la inquina de los calatravos, cuyo maestre era a la sazón el osado D. Garci López de Padilla, pues que volvieron a hacer mala vecindad a Villa Real, por lo que los de esta ciudad, que acababan de abrir sus puertas a don Alonso de Mansilla, D. Juan Ramírez y D. Gonzalo de Mesa, calatravos disidentes del maestre por haberles recriminado este el haber sido derrotados por los árabes en Baena, acaudillados por D. Juan Núñez atacaron a los de la Orden, venciéndolos en la batalla de Malas tardes, junto a Miguelturra, a la que devastaron.

Para consultar esta articulo pinchar en el siguiente enlace: http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/blanco.y.negro/1926/05/02.html


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