Fecha de especial significación para
nosotros los ciudarrealeños. Según la tradición fue en este día, 25 de mayo,
cuando por designios de la Divina Providencia, la imagen de la Virgen (entonces
de las batallas) se quedó para siempre en nuestra primitiva Aldea de Pozuelo
Seco, y en donde bajo su Protección Celestial, la aldea se fue convirtiendo en
pueblo, el pueblo villa y la villa en ciudad.
¿Qué ocurrió en aquel 25 de mayo del
1088? Según la tradición oral y escrita, conservada a través de los siglos, en
este pequeño caserío, sito en el paso obligado del camino que unía Toledo con
Andalucía, vivían un reducido grupo de “viejos cristianos” dedicados a las
labores del campo. Al pasar por allí Marcelo Colino, capellán de Alfonso VI, acompañado
de caballeros y servidores a quienes el rey les había encomendado el traslado
de la imagen desde Toledo a Córdoba, y viendo propicio el lugar para tomarse un
pequeño descanso, tuvieron la feliz idea de sestear a la sombra de unas encinas
que había en un prado, próximo al caserío.
Observando la gente del cortijo la
calidad de los viajeros, el cuidado que todos ponían en la caja que conducían,
la cual por su riqueza exterior publicaba el tesoro que guardaba, preguntaron
los labriegos y el capellán mostró la imagen que transportaba. Ante la vista de
la bella imagen por aquellos humildes labriegos, primeros pobladores de Ciudad
Real, movidos por su gran amor a la Virgen suplicaban a Marcelo le deje en el
lugar, en donde ellos prometen levantar un templo digno a la Señora. El fervor
de los aldeanos conmueve a los de la comitiva real. En gran aprieto se ve el
capellán ante la imposibilidad de no poder ceder a los fervientes deseos de los
moradores de Pozuelo Seco.
¿Qué ocurrió entonces? ¿Milagro? Dos
versiones, ricas de poesía se conservan por la tradición de este transcendental
suceso: La inmovilidad milagrosa de la imagen en el momento en que Colino
pretendió seguir el viaje y la vuelta desde Caracuel, con la aparición en forma
de paloma y convertida ante la pedrada de Antón. Así pudo ocurrir o pudo ser de
otro modo. Todo es posible para el creyente. Lo realmente cierto, lo que no
podemos negar ni poner en duda es la maravillosa realidad de la protección
amorosa de nuestra Patrona, Santa María del Prado, que durante el espacio de
cerca de nueve siglos ha sido y sigue siendo los cimientos y fundadora de la
ciudad que se fue formando alrededor de su templo.
Si así se ha transmitido de padres a
hijos durante nueve siglos y consta en antiguos documentos conservados en al
archivo parroquial, y sobre todo, permanece vivo en el corazón de los
ciudarrealeños, parece un contrasentido que pase esta fecha del 25 de mayo sin
pena ni gloria, salvo el novenario ofrecido por las Damas de Honor y la función
religiosa que desde 1763 el Ayuntamiento viene celebrando en honor de la Virgen
del Prado.
Las fiestas agosteñas parecen tener su
origen, según un antiguo manuscrito del archivo parroquial, cuando al
desaparecer la iglesia de nuestra Señora de la Pedrera, con el resto de su
Hermandad, trasladada a la parroquia, se fundó la Archicofradía General de la
Virgen del Prado, origen de la Hermandad actual, la cual siguió celebrando su
festividad el día de la Asunción de la Virgen, como tradicionalmente celebraba
la antigua Hermandad de Nuestra Señora de la Pedrera.
Es natural que la esplendidez de la
fiesta de la Asunción de la Virgen, dogma tan querido por los españoles, fuera
creciendo en la fe y devoción de los ciudarrealeños. Lo que no parece lógico y
natural es que esta fecha del 25 de mayo, tan significativa y transcendental
para Ciudad Real, pase sin la menor importancia, hasta el extremo de no haber “merecido”,
al menos, una humilde declaración de
fiesta local en estos tiempos tan pródigos en festejos.
Hermenegildo
Gómez Moreno (Diario “Lanza” viernes 25 de mayo de 1973)
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