Buscar este blog

domingo, 5 de abril de 2020

RELIGIOSIDAD, PROTOCOLO Y CONFLICTO: LA BENDICIÓN DE LOS RAMOS EN CIUDAD REAL (I)


La procesión de palmas del Cabildo Catedral en el año 1913. Imagen publicada en la revista “Vida Manchega” núm. 50 del 20 de marzo del citado año

A lo largo de la historia, la Semana de Pasión no solo ha conmemorado la inmolación de Jesús por la Humanidad sino, que demasiado a menudo, actos públicos y ritos religiosos estuvieron trufados de desencuentros entre autoridades civiles y eclesiásticas, piques entre oligarquías e incluso alborotos populares que eclosionan o se generan con motivo de la Semana Santa. Para comprender en su justa medida el alcance de tales conflictos nos detendremos en los problemas suscitados durante la celebración del Domingo de Ramos. Unos ramos que luego portaban los poderosos y se repartían entre los fieles, que los atesoraban en sus casas para que les protegiesen de todo mal durante todo el año.

En la hoguera de las vanidades que es la España de la Modernidad, espectáculos públicos, fiestas comunitarias, desfiles cívicos y procesiones piadosas se convierten en escenarios privilegiados bien para demostrar piedad, prodigalidad o riqueza, bien para visualizar quién es quién en una comunidad. Así, desde el lugar donde se veían los toros en la plaza pública hasta el puesto que ocupaba cada cual en una procesión estaban marcados por tu sangre y tu fama, dos de los elementos en torno al cual se vertebraban las relaciones sociales; de tal modo que era imprescindible que cada uno aceptase su lugar en la jerarquía de cualquier pueblo o ciudad.

Además, debemos tener en cuenta que los eclesiásticos de cada lugar se organizaban en auténticos cabildos, que competían con el propio ayuntamiento a la hora de presidir actos y erigirse en líderes populares, a menudo en beneficio propio. Según el vecindario de 1591 había en la ciudad veintinueve clérigos seculares. Sin embargo, su número se multiplico a partir del siglo XVII, de modo que la clerecía existente en Ciudad Real a fines del barroco constituía una legión de beneficiados, paniaguados y simples aforados sin más afán en la vida que asegurarse el sustento y ser más que su vecino, siendo raras tan las vocaciones auténticas como las formaciones teológicas realmente sólidas. La Iglesia de Santa María del Prado (hoy catedral) albergaba a un cura de almas, cuatro beneficiados y veinte capellanes, además de otros veinticuatro sacerdotes, un aforado de epístola y tres de órdenes menores; la Parroquia de San Pedro no le iba a la zaga, con un cura, tres beneficiados, veinte capellanes (incluidos cuatro músicos), veintidós sacerdotes y tres clérigos de menores; en tanto que la Iglesia de Santiago estaba asistida por un párroco, dos beneficiados, diez capellanes de coro y otros tantos presbíteros, además de siete capellanías fundadas por un indiano, a pesar de todo lo cual se pensaba que había “mucha falta de confesiones”(1)

La antigua Casa Consistorial, testigo mudo durante siglos del acto de bendición de ramos de nuestra ciudad

A lo largo de toda la modernidad las relaciones entre clero y pueblo osciló entre el respeto y el conflicto, aunque por regla general el ascendiente moral de frailes y sacerdotes sobre los fieles es incontestable. Otra cosa eran los desacuerdos puntuales, sobre todo a la hora de que los representantes del rey (es decir, los corregidores) pretendan ocupar algún sitio preferente durante los oficios divinos o las procesiones, abandonando el tradicional banco de autoridades para sentarse en alguna silla cercana al altar mayor. Así, el 15 de enero de 1605, un acuerdo entre los cabildos eclesiástico y secular de Ciudad Real preveía que el juez regio debía sentarse junto a la grade del presbítero, cerca del evangelio. Una costumbre que no fue alterada hasta que el 29 de junio de 1785 el corregidor Anastasio Francisco de Aguayo y Ordoñez planta una silla en el coro y en la procesión general que se hace al día siguiente, dentro de la Iglesia del Prado, participa con una vela encendida en una mano y la vara de justicia en la otra, ocupando un lugar entre el párroco y las mujeres, cerrando la comitiva escandalizando a los clérigos presentes por dicha novedad. Dos años después, desde Madrid se dice que el corregidor actuó correctamente, pero que debería ponerse de acuerdo con el vicario ciudadrealeño para evitar problemas (2).

Pero no todos los actos litúrgicos se realizaban en iglesias o monasterios. Desde hacía siglos, las arcas municipales sufragaban diversos votos celebraciones religiosas (San Sebastián, San José, Domingo de Ramos, San Marcos, San Roque, San Agustín, San Miguel, Nuestra Señora, Inmaculada y Aparición de la Virgen del Prado) (3), además de la festividad del Corpus Christi, cuando hasta bien entrado el siglo XVIII costearon incluso las danzas de gitanos que aderezaban la fiesta mayor de la Cristiandad. Pero es precisamente una de estas celebraciones cívico-religiosas, la bendición de los ramos el primer día de Semana Santa, el acontecimiento que analizaremos en esta ocasión.

En la mayoría de las villas y ciudades castellanas de la época, el clérigo secular de mayor rango del lugar bendecía los ramos de palmeras u olivo que luego se entregaban a la corporación municipal, para que participasen en la procesión que evocaba la entrada de la sagrada familia en Belén. Se trataba de un evento en el cual autoridades y pueblo participaban en común de un evento festivo, cohesionando los lazos afectivos y sociales que vinculaban la suerte de la comunidad a la unión de todos sus miembros en la devoción a Cristo.

Miguel Fernando Gómez Vozmediano
Universidad Carlos III de Madrid

“Vera Cruz” Núm. 22, revista Oficial de la Hermandad de la Vera Cruz y Ntra. Sra. de la Soledad de Puertollano. Año 2011.

(1) Archivo Diocesano de Toledo (ADT), Visitas Pastorales, años 1666-1692, doc. 28.
(2) Archivo Histórico Nacional, Consejos, leg. 1007, doc. 9.
(3) López-Salazar Pérez y Carretero Zamora J. M.: “Ciudad Real en la Edad Moderna”, en Espadas Burgos, M. (dir.): Historia de Ciudad Real. Espacio y Tiempo de un núcleo urbano, Ciudad Real, 1993, pp. 245-246.

La palma bendecida, colocada en balcones y ventanas, protege a los hogares de las fuerzas del mal

No hay comentarios:

Publicar un comentario