La autoridad
civil, siempre asistió a los oficios de Semana Santa y ocupo un puesto privilegiado
en los mismos. En esta fotografía publicada en la revista “Vida Manchega”, en
su núm. 50 del 27 de marzo de 1913, podemos ver las autoridades civiles de
aquellos años a la salida de la Catedral el Domingo de Ramos
Pues, bien, en Ciudad Real, el acto de
bendecir los ramos parece que estuvo rodeado con frecuencia de la polémica, el
conflicto y hasta la indecencia. Cuando en 1596 el cardenal-infante Alberto
convoque un sínodo, el sacerdote Alonso Muñoz, párroco de Santa María del
Prado, elevó un memorial a su arzobispo donde manifestó su preocupación por el
modo de desarrollarse este acto:
“en
esta ciudad se a acostumbrado a azer la bendición de los ramos de la plaza
publica desta cibdad y el sermón en ella parece indecencia, pidiese que de aquí
adelante no se predique no se aga la vendicion de ramos en la dicha plaza sino
que se haga una procesión xeneral con todas las iglesias (o) lo que el cavildo
ordenare y se predique en la iglesia, lo qual se ara con mas devoción y
decencia (4)”
Conforme pasan los años no hacen sino
perpetuarse las conductas inapropiadas para días tan señalados, ya que con la
excusa de fines piadosos, clérigos y fieles se engolfaban en juegos, rifas,
mercadeos y otras pasiones que parecían más humanas que espirituales. Veamos
tales costumbres a través de los ojos de un misionero franciscano, de paso por
Ciudad Real en 1760, que se escandaliza ante la forma en que se vivía la
religiosidad popular:
“En
tres tiempos del año, Navidad, Carnestolendas y Pascua de Espiritu Santo cada
parroquia en su tiempo respectivo tiene soldadesca y ofrecimiento cada una su
ramo en el día que la toca. Ofrecimiento y ramo consiste en esto: salen los
clérigos de la parroquia a quien toca la ciudad pidiendo para las Animas Benditas.
Uno da una gallina, otro un pernil, etc., siendo mucho lo que se saca de este
modo, ya que esta todo junto, lo ponen a la puerta de las iglesias como en
publica almoneda, no pasara que alguno lo compre, sino para que lo jueguen;
ponerse algunas mesas con naipes cerca, o en la lonja de la iglesia, un
sacerdote dize, esta gallina vale quatro reales, ponese a jugar entre dos, y el
que la gana se la lleva, y el que la pierde da los quatro reales a los
sacerdotes, y asi de todas las demás cosas que han sacado: echo esto quatro
jaches o mozalvetes hacen de capitán, alférez, cabos y soldados, llegase el dia
del ofrecimiento y estos ofrecen los primeros; el capitán, como un doblon de a
ocho, y los subalternos con ofrecimientos respectivos, y la demás multitud que
se junta a este pernicioso abuso ofrece según su voluntad. Reciven todo este
globo los sacerdotes, cada unos de su parroquia, y juntándose la limosna con
titulo de las Animas Benditas, a lo menos seis mil reales en cada parroquia,
llegando esto por lo regular cada año a diez y ocho mil reales entre las tres
parroquias. Esta cantidad se queda precisamente los sacerdotes de cada una de
ellas, sin saberse si las misas correspondientes a tan crecidas limosnas se
cumplen con la equidad y justicia que pide tan reparable materia (5)”.
Aunque desde el Concilio de Trento se
quiso separar liturgia y costumbre, comprobamos como, dos siglos después, deben
ser los ilustrados quienes atajen una serie de comportamientos aceptados por la
mayoría pero execrables para las autoridades, empeñadas en una cruzada contra
las vertientes más populistas y espontáneas del catolicismo español.
Procesión
del Domingo de Ramos del Cabildo Catedral en 1914, imagen publicada en la
revista “Vida Manchega”, el 9 de abril del citado año. En la imagen podemos ver
al entonces Obispo-Prior Gandásegui
Paradójicamente es precisamente gracias
al enésimo pleito emprendido por un ambicioso burgués ciudadrealeño, Agustín
Pérez de Madrid, escribano público, familiar del Santo Oficio, antiguo sastre y
próspero tendero, con comercio abierto en la plaza pública o mayor. Orgulloso
de su desahogada situación económica, aunque sus padres habían sido un confitero y la hija de un zapatero, anteponía
el “don” a su nombre a la menor ocasión y constamos cómo se quería infiltrar en
los cabildos más prestigiosos de Ciudad Real (Santa Hermandad Vieja y el propio
ayuntamiento). Corría el año de 1769 cuando este eterno pleiteista se enroca en
aparecer entre la elite municipal, aunque no ere más que un simple guarda de
campo honorífico titular de la vara de la Hermandad General, solo por “dar que decir, sobresalir y escandalizar”,
en opinión de muchos de sus paisanos. Pues bien, gracias a su afán litigista y
a su empeño por aparentar, sabemos cómo se desarrollaba la bendición de ramos a
estas alturas del siglo XVIII. No sabemos si los párrocos de las tres
collaciones de la ciudad se turnaban para presidir este acto o bien se dejaba
en manos del vicario de Ciudad Real y campo de Calatrava, delegado nada menos
que por el Arzobispo Primado de Toledo, pero lo cierto era que a esta pomposa
ceremonia asistían todas las corporaciones urbanas.
En público se bendecían los ramos que
después se habrían de repartir y luego tenía lugar un solemne sermón, que serví
de apertura de la Semana de Pasión. De este modo, en unos bancos o estrados
colocados en el soportal del consistorio se sentaban el corregidor (el
gobernador nombrado por el rey), los dos alcaldes (uno representaba a los
vecinos nobles y otro a los plebeyos), los regidores (un equivalente a los
actuales concejales, pero mucho más prestigiosos) y el procurador sindico del
común (una especie de defensor del pueblo). La comitiva principal estaba
integrada por el delegado regio y los ediles, dispuestos en orden jerárquico,
comenzándose por ellos a la hora de repartir los ramos, que besaban solemnemente
conforme los recibían “pasando desde el
estrado a la sala baja de estas casas consistoriales, donde se hallaba el
cabildo eclesiástico a la vuelta para tomar el asiento a efecto de oir el
sermón (6)”. Tras asistir
a los divinos oficios en la plaza mayor, todos participaban de la procesión de los ramos, una oportunidad
privilegiada para demostrar la devoción, pero también para ver y ser vistos,
manifestando su amor a Jesucristo del mismo modo que su interés por visualizar
ante sus propios paisanos cual era su sitio en la comunidad.
No en vano honor y fama, piedad y
privilegio eran los fundamentos de una sociedad profundamente imbuida de los
valores cristianos, orgullosa de su catolicismo y amante de una religiosidad
externa barroca, donde era tan importante la esencia como la apariencia, el
sentimiento intimo como la opinión de los demás. Otros tiempos y otros modos de
vivir una Semana Santa que siempre ha siso sentido como momento de contricción,
pero también de alegría por la sublime entrega del Hijo por el resto de la
humanidad.
Miguel
Fernando Gómez Vozmediano
Universidad
Carlos III de Madrid
“Vera
Cruz” Núm. 22, revista Oficial de la Hermandad de la Vera Cruz y Ntra. Sra. de
la Soledad de Puertollano. Año 2011.
(4) Este cura
rigorista tampoco deja títere con cabeza cuando critica la romería a Nuestra
Señora de Alarcos en marzo, ya que los clérigos abandonaban sus tareas
pastorales y los fieles quebrantaban el ayuno propio de la Cuaresma. ADT, lib.
397, ff. 300r-301v.
(5) ADT, Sala II,
Misiones Populares, s. XVIII, sf.
(6) Archivo Real
Chancillería de Granada, Audiencia y Chancillería, caja 1121, pieza 1, sf.
No hay comentarios:
Publicar un comentario