Pasan los penitentes tocados con
fúnebres capuchones; los cirios encendidos parpadean agonizantes en la
obscuridad; salmodian los sacerdotes sus rezos patriarcales y se escuchan las
pisadas isócronas de los armados en el silencio de la noche callada como el
velar de un moribundo.
Caminan los porteadores de los “pasos”
lentos, pausados, y al armónico ruido de su marcha se inclina a uno u otro lado
el “paso” que cargan sobre sus fatigados hombros. Encima, la Dolorosa bella,
pálida, lirial, dirige su vista en un gesto de mortal angustia sobre los
hombres, en busca de un resto de conmiseración para su hijo que agoniza en la
Cruz, coronado de espinas…
Y en la paz silente de la noche serena y
augusta, hiende la atmósfera el canto vibrante y emotivo de una saeta que va a
morir dulcemente desflorada a los pies de la Virgen, que pliega su boca en una
misteriosa y dulce sonrisa de consuelo.
LACCASSAIGNE.
Revista
“Vida Manchega” Núm. 249, Ciudad Real 10 de abril de 1920
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