Las abundantes lluvias caídas en nuestro pueblo en otoño de 1783 obligaron, en el mes de Diciembre, a cerrar todos los molinos de la ribera del Guadiana. No menores fueron las del invierno de 1784 “año del nacimiento del Rey N.S. D. Fernando VII” y las aguas inundaron “los Terreros”, con lo cual, en la primavera, “se levantó una general peste de tercianas que morían a porrillo. No hubo ser viviente que de ellas se librase. Todos los días enterraban cinco o seis. Al barrio de Santiago solo le quedaron trescientos cincuenta vecinos de setecientos que tenía. El boticario Casimiro hizo un caudal de la quina que despacho en su botica, siempre tan llena de gente que parecía la Calahorra. El año 1785 “el hedor de “Los Terreros” no se podía sufrir y así corrían las tercianas con los miasmas pútridos que se sumían en los cuerpos”. Cuando en 1786, “entro de corregidor don Martín de Aguirre, aún seguían los residuos de las tercianas con malísimos aparatos con sincopes, que, a la tercera, si no se acudía con una grande dosis de quina, se iban a la eternidad y el que salía quedaba con síntomas y reliquias que en mucho tiempo no podía convalecer”.
Tuvo que pasar casi un largo siglo para que don Agustín Salido mandara rellenar y sanear “Los Terreros” --tan próspero vivero de larvas de mosquitos. Anópheles, transmisores del esporozoario del paludismo-- y cesar, con ello, esta nuestra calamidad secular. A ella pudimos tornar, en nuestros días, con el encenagamiento de la Celada recientemente desecada.
A juzgar por las apariencias, inmune debió ser a las tercianas el buen corregidor Aguirre, pues la melancolía y tristeza, secuela de ellas, mal se avienen con su “tan buen humor jaranero y de bulla que, por lo regular, en su despacho habitó la casa que compró a “Tiabancos”, maestro de obra prima” (¿no había en Ciudad Real, hace años, una tía Trabanca “tenía un lacenón lleno de rico vino rosolí y rico aguardiente muy bien anisado, con otros licores muy gratos, y todo género de bizcochos, que buen cuidado tenía de ocupar a las monjas para este fin”.
“El resultado era que, como mónita y política entraba en el despacho a juicio verbal, lo metía todo a barato y les decía:
“-Venir acá, malditones demoniazos. Tú,
pellejona, ¿por qué no haces vida con tu marido?
“-Señor, que mi marido hace tanto tiempo
que trata con mi vecina”
“-¡Ea calla, lo que todas queréis es que
estén como los gallos!”
“Lo metía a bulla y con esas y con las otras, con aquel buen humor les atajaba los pasos sacando una buena limeta de licor, que podía resucitar a un muerto, y les daba un pedazo de bizcochada:
“-Tomad, demonizados, beber y, en terminando, sos vais a dar, delante de mi, un abrazo y ¡esto se acabó!”
“Todos los que entraban en su despacho,
con dimes y diretes, a todos los medía y amistaba con botellas, y salían más
contentos que unas pascuas. Con esta maña se granjeó la amistad del pueblo.
Tuvo mucha policía y a todos los pudientes los incitaba a pintar las fachadas”,
con lo cual se adecentó Ciudad Real. “Tuvo mucho celo en plantar árboles en el
Prado”. El año 1783, “había principado a fomentar este paseo Isidoro Madrid,
hijo de esta ciudad, poniendo árboles que con cuidado y esmero crió”
“Eran muy amigos del Corregidor don Pedro
Toledo y don Manuel Ruiz Bravo. Siempre iban juntos de paseo. Cuando los
hallaban decían: Ya va el juez con los Diáconos”
* * * * *
1808, Camino de Portugal entraron los franceses, por Irún, en octubre de 1807. En nuestra patria cunde la intranquilidad. La traición se presiente. La sublevación nacional está en gestación. Es a la sazón. Corregidor don Valentín Gómez Melendo y corre el mes de mayo. Un día de él, a las diez de la noche, llego “un posta” a casa del Corregidor. “El pueblo, luego que sintió el rugido del látigo, se agolpo a su casa con deseo de saber el resultado porque temía si se aproximaban los franceses. El pueblo de ningún modo quiso retirarse hasta saber, por el Corregidor el resultado del posta. Salió al balcón para tranquilizar al pueblo amotinado y decirles que se le había comunicado una Orden haciéndole ver que ya la España era feliz”.
“No faltó entre el grande grupo de gente, quien dijo:
“-¡Ajo, esto lo dice por la entrada de los franceses en Madrid!”
“Con esto se enfurecen y le dicen que es un traidor, le persiguen y, por último, le fue indispensable dejar la Real Jurisdicción y, en este caso, pidió el pueblo se le diese la posesión interina a don Diego Muñoz Pereyro. El, referido Corregidor Melendo se retiró a parte segura en donde permaneció hasta primeros de septiembre que salió de esta ciudad”
¿Qué fue ¡ay! aquel día de mayo, de tanta
gallardía, ¿ciudarrealeña?
Los franceses entraron en Ciudad Real el
día 27 de marzo, Lunes Santo, del año 1809 “a las doce del día” y salieron el 3
de marzo del año 1813. Lo que ocurrió en estos años cuéntelo otro. Yo no.
Ahí tienes, lector amigo, como botón de muestra, la vida y milagros de dos Corregidores nuestros y quédate la seguridad de cómo pudiera completarte la botonadura de otros muchos y si no díganlo el Vicario don Miguel Ochoa Asarta y el Corregidor Aguayo, siempre en contienda de enemistad que culminó en la función de Santiago del año 1784, a causa de preeminencia pedida y exigida, por el Corregidor y no reconocida por el Vicario. A la puerta de la Iglesia montó en cólera el citado Corregidor. Rompiose la cuerda por lo delgado, pues mandó detener arbitrariamente al sacristán Manuel Toral. El cura, don Sebastián de Almenara protestó de ello. Intervino el Vicario y la preeminencia fue establecida, al cabo por el Real Consejo de Castilla, en sentencia definitiva, a favor del Tribunal Eclesiástico que, en lo sucesivo, en las funciones, presidida por el Vicario se colocaría en el lado del Evangelio. En el de la Epístola se situaría la Jurisdicción Real: Corregidor, Alguacil y un escribano.
Si lo escrito te es de complacencia mucha
será la mía, lector bueno, para con poco hilo propio, zurciendo allá y
remendando acullá papeles rancios y noticias añejas intentar, y aun lo intento
componerte otros variados y jugosos viejos acaecimientos locales, pero estense,
hoy aquí tales intentos esperando tu venia que, si como presumo, tu
benevolencia me la otorga, no han de tardar mucho tiempo en visitarte. Con el pie
en el estribo quedan. Al llegar a ti no los acojas despiadado.
Julián Alonso Rodríguez. Diario
Lanza el 23 de Noviembre de 1948.
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