Es tiempo este de Carnaval y por tanto es lícito y también muy apropiado hablar y escribir del carnaval que no carnavalescamente, pues ello supondrá escribir desordenadamente y con las mismas licencias que el pueblo se toma en estos días o se tomaba, porque parece ser que, según van los tiempos, el carnaval de hoy deriva hacia otros derroteros que no son precisamente aquél los que le dieron su razón de ser en la historia.
Hoy el carnaval se da más al fasto que al libertinaje de otros tiempos remotos, pues no en balde era un paréntesis en el tiempo, en el que lo licencioso y lo libertino cobraba, siquiera fuera por unos días, la categoría de imperio entre todas las clases sociales y lo mismo subía el carnaval a los palacios más fastuosos que descendía a las casas más humildes, pues todo el mundo aprovechaba ese período para criticar, para santizar, para desgobernar lo que hasta el momento había sido más o menos bien o mal gobernado.
Se dice que los orígenes del carnaval hay
que buscarlos en las Saturnalias que eran unas fiestas paganas que se
celebraban en Roma en honor del poderoso Saturno, protector de las legiones, y
en la que los esclavos eran sentados a la mesa de los señores y se les permitía
toda clase de licencias. Pero se afirma inmediatamente que las fiestas carnavalescas
clavan más bien sus raíces en la mitología griega de la que derivaron los
juegos báquicos y que lo que hicieron los romanos fue adaptar aquellas fiestas
orgiásticas, a su gusto.
En la Edad Media, aparece D. Carnal que es una mitología equívoca puesto que, realmente la palabra, como la propia "carnaval", "carnestolendas" "antruejo" o muchas otras, lo que, en verdad, quiere designar es el período en que, ante la próxima prohibición de la Cuaresma, se puede comer carne. Lo que ocurre es que, al designar a ese período como carnal o D. Carnal, se le imprime un significado lascivo al ampliarlo a lo profano, a satirizar, sobre todo, las costumbres o la norma, en todo lo relacionado con el sexo, según el sentido religioso de la época, y el carnaval toma principalmente estas características que, sin dejar de ser licenciosas, como lo fueron las fiestas romanas, se dan más a lo carnal como un último suspiro de lo mundano, ante el recogimiento próximo de la conmemoración de la Pasión de Cristo, en el que, por su naturaleza, todas las pasiones mundanas deben adormecer para dar paso al sentido de amor fraterno con que ha de celebrarse la Semana Santa.
De ahí que algunos autores consideren el Carnaval como un hijo pagano de la tradición cristiana. Cara Baraja lo afirma al referirse a la celebración del Carnaval en la forma que adquiriera en las oscuras fechas de la Edad Media y que, en definitiva, ha sido el carnaval tradicional que se desarrollaba en las ciudades europeas, donde, sobre todo, en Roma, Venecia, París y Colonia, en Alemania, lo han venido celebrando con desenfado sin igual las gentes.
Los Carnavales han sido por igual
celebrados multitudinariamente y perseguidos por la autoridad reinante en cada
momento, según el antojo de esta autoridad y a causa de acontecimientos
lamentables que tuvieron históricamente, su oportunidad en el carnaval. Sin
embargo, desde Roma esta fiesta desenfadada, alegre, intencionada y multicolor,
que es el carnaval tradicional, está y ha estado siempre muy arraigado en las
gentes desde los lejanos acontecimientos mitológicos.
Las prohibiciones temporales de los carnavales, han hecho que, en sus sucesivos resurgimientos, estas fiestas paganas, hayan salido fortalecidas, si bien a lo largo de la historia se han sucedido derivaciones que alejan, cada vez más, a los carnavales de sus características primigenias.
Los carnavales, hoy, tras las repetidas vicisitudes que han sufrido, no se parecen en nada a los de antaño. Hoy se organizan espléndidas y multicolores cabalgatas en las que el ingenio humano, antes dedicado a satirizar determinadas costumbres y normas impuestas por el establecimiento oficial de cada momento, se vuelca y rivaliza ahora en creaciones artísticas alusivas a hechos históricos o de rabiosa actualidad y parece concederle menor importancia a la sátira ingeniosa, que se reduce, en casos excepcionales, a ser emitidas en certámenes competitivos. Hay cierta decadencia de la murga, de la charanga, de la copla festiva, de la sátira intencionada que ponía en solfa leyes y demás disposiciones oficiales, precios de las cosas, costumbres y, sobre todo en ciudades de población media o pequeña, a personajes, ya fueran estos de política, que generalmente era el objetivo más frecuente, del arte o de las letras. El carnaval era eminentemente popular y callejero. Ahora se ha metido en las carpas y, muy tímidamente, se le ve en las calles tomando a chacota la seriedad, a veces tan poco seria, de la autoridad.
Tradicionalmente, el carnaval ha sido risa, desenfado, independencia y mala uva, pero sobre todo, el ingrediente que debe tener un buen carnaval es la risa y, generalmente, dentro de una espontaneidad protagonizada tanto por el decir, como por el vestir. 'Hoy día los carnavaleros se han decidido por el lujo, el brillo, tal vez por estar amarrados, como está la sociedad misma, al costumbrismo y al paternalismo oficial que le dará más oropel, pero le resta intencionalidad y risa.
Las peñas organizadoras del Carnaval de Ciudad Real, por ejemplo, están más al porcentaje de cooperación económica de los organismos y entidades. Más a la proporción de las subvenciones del Ayuntamiento, que a la liberalidad con que, con su propio ingenio y desenfado, si fuera independiente, debiera sacarle carnavalescamente los colores a los distintos estamentos de la sociedad que, por cierto, brindan, con su actuación cotidiana y pública, más que suficiente materia para la bufonada crítica.
Emilio Arjona, Revista “La Empresa”,
Año II. Nº 4 febrero de 1992
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