“Romancico”, en la Merced, remata el Monumento levantado en la capilla de la Virgen titular. Distribuye espejos y candelería y flores de trapo y papel. Menea la cabeza más y mejor que de costumbre. “Malorum causa”. Echa fuera a los chicos, y gruñe si nos acercamos demasiado a los “pasos”, pero, no importa, es imprescindible comprobar si están bien pulcras las blancas camisas y si tienen suficiente brillo los planchados cuellos y puños de los tres “judíos” de la Enclavación, que sus dueños trajeron al hombre… como se los llevarán después de la procesión del Entierro. Sabía los nombres de los dueños de cada “judío”, pero…, ¡otro fallo de mi memoria!
Arrodillados y encorvados enarbolando en
alto, cada uno, un formidable martillo, sujetan, con la otra manaza, los clavos
medio hundidos en las manos y pies de Cristo. De este Cristo inartístico, sin
expresión, pequeño, desproporcionado que, durante el año, está vertical en su
cruz clavada en la pared desconchada de la antesacristía y, ahora, lo colocaron
horizontalmente en el “paso”. Chorrean las viejas greñas de Cristo, como
churretes de pez, y las ondulará el callejero vientecillo abrileño durante la
procesión de la tarde del Viernes Santo.
Cuando llegaba el “paso” al arco que había, en la cerrada plaza Mayor, al comienzo de la calle del Mercado Viejo, junto a la librería añeja de Bermúdez, yo, de chico, lo veía pasar -y me daban miedo los “judíos”- desde el balcón que hay junto a la pared, en escuadra, de la casa próxima. Es el único que todavía conserva barandilla con barrotes de madera torneados como la tenían todos los de la plaza antes de construirse el Ayuntamiento.
Aunque malo, pero de gran valor iconográfico, un óleo, con la plaza pintada de esa hechura, guardaba el Ayuntamiento. No hace muchos veranos lo estuve buscando… y no logré hallarlo. ¿Qué sería de él?...
Junto a la capilla del Comulgatorio de la
Merced, esta tarde de Miércoles Santo de 1909, dejaron al “Niño”. Es chiquituco
como el de Santiago, pero más doloroso. Le gotean lágrimas de cristal por su
graciosa y bonita faz. Los bucles morenos, se estrujan bajo la corona de plata,
de espinas, que oprime sus sienes. También de plata es la cruz y el cestillo de
los emblemas de la Pasión. También lleva pomposa túnica, como el de Santiago,
pero es de bordado terciopelo negro -la parroquia viste de luto- con vuelillos
blancos, de encaje. Cuando abra la procesión del Santo Entierro, lo veréis, muy
compungido, acompañado de sus negros penitentes amiguetes. ¡Da tanta compasión
el llanto de un niño!...
Decid a “los Ayalas” os muestren este Niño Jesús, en cueros. Os aseguro el placer de contemplar tan encantadora escultura.
Felizmente, el año pasado, al cabo de diez y seis, la magnifica procesión del Santo Entierro de Ciudad Real, volvió a tener tan bellísimo gastador.
“Agüela” Semana Santa de mi tierra: Llevabas
patina de leyendas, y el bálsamo de las oraciones de nuestros abuelos y de
nuestros padres y de las nuestras primeras. ¿Cómo no recordarte? En tu pobreza,
no todo era feo y astroso. Mucho tenías que debió conservarse y perdurar, pero…
el Cristo de la Piedad, y el Nazareno, y el Cristo del Perdón y de las Aguas
-ejemplares tallas- y la Santa Espina perecieron; perecieron la Dolorosa,
hermosa de la Catedral y la Soledad entrañable, de san Juan de Dios; perecieron…
¡Sólo perdura, de ti, la juventud del Niño Jesús en dos de sus tres emotivas y
antañosas imágenes pasionarias!
Julián Alonso Rodríguez. Diario
“Lanza” miércoles 1 de abril de 1953
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