Fue a mediados de la Edad Media cuando comenzó a utilizarse la palabra carnevale, que procede del italiano y hace referencia a esa celebración, que irrumpía en el calendario, y que gozó de muy buena acogida en épocas posteriores en España. Se cree que la fiesta pagana del carnaval se dedicaba a Baco, se extendió más tarde a otros países, con un fuerte arraigo en España, según apuntamos antes. El carnaval aparece cargado de simbolismo a través de los disfraces que la muchedumbre luce mostrando los acontecimientos políticos o de otra índole que han marcado la actualidad, dentro del humor y buen ambiente que suele rodear a la fiesta, aunque tal ambiente no siempre fue así.
No obstante, el carnaval estuvo prohibido
durante el anterior régimen, por motivos de orden público. Sin embargo, tal
celebración carnavalesca se continuó desarrollando, ignorando en muchos lugares
de nuestro país la dicha prohibición, incluida nuestra provincia, pues fueron
celebres las localidades de Miguelturra o Herencia, entre otros municipios
ciudarrealeños. Pero al hablar de los carnavales de Ciudad Real, no debemos
olvidar los celebrados en la capital, ya que la historia nos enseña que aquí,
en nuestra ciudad, se establecieron un considerable número de agarenos
procedentes de las Alpujarras de Granada. Y aquí debemos preguntarnos ¿quedó
entonces esta costumbre del carnaval, dentro del ámbito del barrio de la
Morería donde se asentó esta raza tal favorable a esta costumbre? El barrio
estuvo rodeado de ancestrales caserones y lóbregas callejas, donde durante
algunos días el vocerío ensordecedor de las máscaras y las carcajadas de los
alegres espectadores, quedaba instalado allí, pero no sabemos precisar desde
cuando esta celebración. Algún autor aseguro: “Que la calle legendaria de la
Morería, con su perfume de romance viejo de moros, rompía el encanto del
silencio apacible con la risa alborotada de las gentes vestidas de colorines…”
Desde este barrio, la algarabía comenzaba por la tarde, porque en la mañana, el
carnaval discurría por Plaza del Pilar, Plaza Mayor y calle de la Feria.
“Ahora este festejo tiene un sabor modernista del que antes carecíamos—decía la magnífica revista ilustrada Vida Manchega, en un artículo publicado durante los carnavales de 1920—, y cada día lo tendrá más, al irse convirtiendo el antiguo Paseo de Alarcos, en ubérrimo parque digno de una capital culta como la nuestra, que empieza a resurgir y despertar de su letargo… en efecto, con el traslado al dicho lugar no concluido del Parque Gasset, la fiesta carnavalesca habrá perdido toda su poesía. Por eso, decimos: por haber roto con las añejas normas trazadas para la celebración de los tres días de Carnestolendas, por el sitio donde se desarrollaba antes, es decir, el escenario tradicional del viejo barrio de Morería…”
Así concluía la crónica de Vida Manchega,
de esta fiesta de 1920, enormemente arraigada ya en la sociedad ciudarrealeña.
Así fue, cambió el sitio quizás de siglos. Efectivamente, el que fuera
alcalde de la capital José Cruz Prado, conocido popularmente por Pepe Cruz, se
llevó en 1919 al nuevo parque (actual Parque Gasset) las fiestas del carnaval,
desarrollándose allí vistosos desfiles de carrozas. Sin embargo, y para
bien de nuestra ciudad, del carnaval de aquel año de 1920, había surgido una
idea muy esperada por todos. En efecto, en los salones del Ateneo,
completamente lleno, se celebró un baile de máscaras con pleno éxito económico,
para allegar fondos y realizar la idea lanzada por el periodista local Ramiro
Ruíz, para levantar un monumento al inmortal Cervantes, que se había de erigir
en esta capital.
Monumentos
Pero no fue hasta mayo de 1924, cuando un jurado calificador falló el concurso
abierto para la erección del monumento aquí. La provincia de Ciudad Real formó
parte de las muchas andanzas del loco de D. Quijote y su escudero Sancho. Nada
más acertado. El anteproyecto premiado había correspondido al artista manchego
Felipe García Coronado, ya consagrado no obstante su juventud. El monumento tal
y como fue concebido se levantó en la Plaza del Pilar—hoy ubicado en la Plaza
de Cervantes—.
La explicación y pormenores del monumento, dado por un cronista de entonces, fue: «En la parte inferior del pedestal lleva cuatro bajorrelieves representando; en el frente, la batalla de Lepanto; el de la izquierda, el entierro de Marcela; el de la derecha, D. Quijote en la carreta de bueyes, y el posterior la refriega de la Venta. En la parte superior del pedestal lleva grabada la siguiente inscripción: «Ofrenda de Ciudad Real al Príncipe de los Ingenios». La figura de Cervantes, sentada, lleva en la parte posterior dos águilas, símbolo de la Grandeza, Majestad y Genio (sic).
La polémica estalló cuando la erección del monumento injustamente criticado, hasta tal punto que García Coronado, prometió llevar a cabo algunos arreglos en su obra. Pero, desgraciadamente, su prematura muerte lo impidió, quedando el monumento como lo contemplamos hoy.
José Golderos Vicario. Diario “Lanza”,
domingo 2 de marzo de 2014
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